
España arde por desidia
Por Pedro Pozas Terrados. Pressenza.com. Medio Ambiente
Los incendios forestales en España y en Europa se han disparado y lo que vemos no es una fatalidad inevitable: es el resultado de una crisis climática que ya golpea con olas de calor históricos y de una gestión política que llega tarde, mal y nunca Solo en los últimos días, una oleada de fuegos En España ha devorado más de 115.000 hectáreas y obligada a millas de evacuaciones. Mientras tanto, en la Unión Europea el saldo supera las 439.000 hectáreas quemadas. Estos no son titulares alarmistas: son cifras oficiales que cada minuto aumenta. Y cada cifra es un bosque menos, un pueblo herido, un futuro recortado.
Las condiciones que convierten una chispa en un infierno están servidas: temperaturas que han rozado 46 ºC, aire seco, vientos erráticos y tormentas secas. Eso es gasolina en el monte. Cuando el termómetro se dispara y la humedad cae, cualquier chispa —un rayo, una negligencia, una quema agrícola mal hecha— se vuelve un monstruo imparable. No es casualidad: la ciencia lleva años advirtiéndolo y este verano lo ha confirmado con crudeza. “No es mala suerte; es el clima que hemos calentado”.
Los mapas de estos días hablan solo. Más de 160.000 hectáreas llevan ya quemadas en toda España. Numerosas localidades desalojadas o confinadas. Miles de personas que ven sus vidas en peligro y ante la falta de medios, ellos mismos se vuelcan a intentar apagar los incendios que amenazan sus casas, que por otro lado muchas han sido quemadas e incluso un pueblo entero calcinado. Economías locales paralizadas y profesionales dejándose la piel, incluso con vidas perdidas en acto de servicio o en personas que intentan salvar lo suyo. Las Comunidades no quieren soltar el control de sus pésimas gestiones y el gobierno no interviene a pesar de que por ley puede tomar el control. Unos por otros y los incendios sin apagar.

Imagen de Pedro Pozas Terrados – IA
Pero el fuego no solo se alimenta del clima: también de nuestra desidia. Llevamos años privatizando y estacionalizando la prevención: brigadas que se despiden en invierno y se rehacen a contrarreloj en verano; salarios bajos, rotación alta, formación insuficiente; medios prestados que llegan cuando ya arde la media ladera. Es la receta perfecta para el desastre: “un país que paga helicópteros en agosto para ahorrarse azadas en enero”. Y mientras tanto, seguimos tolerando conductas de riesgo: quemas de rastrojos sin control, focos para “sacar verde” al pasto, imprudencias que se vuelven tragedia. Para colmo, hay detenciones por incendios provocados, incluso de personas vinculadas a tareas de extinción. No son ‘casos aislados’ que puedan tapar una mala estructura: son la grieta por la que se cuela el incendio permanente.
El Gobierno no puede escudarse en decir a las comunidades que si necesitan ayuda que lo piden. El Estado tiene que actuar según la emergencia y las luchas políticas lo único que demuestra es que no saben enfrentarse ante situaciones peligrosas en defensa de los ciudadanos y de sus bienes.

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Por otro lado, como paso con la Dana en Valencia, los políticos se echan la culpa los unos a los otros y cuando no al cambio climático para lavarse las manos de la responsabilidad y la ineficacia. No hay un pacto de partidos en los cuales en casos como este, de forma inmediata, se realiza una actuación que movilice todos los efectivos disponibles, tanto de los medios de extinción como del ejército, no solo de la UME. Su ineptitud hace que la sociedad vea que no sirven para nada muchos de ellos.
Hablemos claro: la gestión a golpe de temporada es pólvora burocrática. Si en invierno el monte no se limpia, si no hay cortafuegos vivos con pastoreo planificado, si no se gestiona el matorral y no se forman equipos estables, el verano cobra la factura con intereses. La prevención no es un lema: es trabajo los 12 meses del año, con cuadrillas que conozcan su territorio, con aviones comarcales, con tecnología de detección temprana y con coordinación real entre administraciones. Cada hectárea que no se limpia en enero se queda en agosto.
Por eso la respuesta debe ser de país, no de campaña. Cuerpo público, profesional y estable de bomberos forestales, con estatuto funcional, salarios dignos, formación continua y medios propios. Centralización operativa en emergencias para ganar velocidad y coherencia, y descentralización inteligente en prevención para que cada comarca gestione su mosaico de combustible y paisaje. Integrar a ganaderos y silvicultores en planos de manejo, perseguir con firmeza el delito ambiental, y cortar de raíz la precariedad que abre la puerta a la imprudencia y al delito. Y cuando el fuego se acerca a un núcleo habitado, prioridad absoluta: vidas y viviendas primero, siempre.

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España no arde por destino, arde por decisiones. El clima ya ha cambiado y seguirá tensando los veranos durante décadas; lo que no puede seguir igual es nuestra respuesta. O pasamos de la economía del paracaidista a la cultura del guarda de invierno, o repetiremos este guion cada agosto con más ceniza y menos bosque. Esto exige política con mayúsculas: una estrategia estatal de incendios que fije estándares de prevención y medios, un cuerpo profesional estable y bien dotado, planes comarcales de gestión del combustible, persecución ejemplar de la provocación y la negligencia, y coordinación que no dependa del color del gobierno autonómico de turno. Porque proteger los montes es proteger el agua, el suelo, el aire y la vida. Porque cada árbol que salvamos hoy es sombra contra la próxima ola de calor. Porque sin un cambio serio, el mapa de España será, año tras año, una parte de guerra. Y porque la primera obligación del Estado es cuidar la vida y el hogar de su gente: si los bomberos forestales no son tratados como un servicio esencial, indispensable y permanente, lo serán las llamas.
Pedro Pozas Terrados
Nota original en: PRESSENZA.COM