Los indicadores económicos de la Argentina desbarrancaron en el último cuarto del siglo XX a partir de un hecho clave: el Rodrigazo. El feroz ajuste que dispuso Celestino Rodrigo como ministro de Economía en junio de 1975 significó la liquidación del modelo de sustitución de importaciones vigente desde el primer peronismo y el giro hacia el rentismo financiero más primitivo. Nueve meses más tarde, José Alfredo Martínez de Hoz llegó al Palacio de Hacienda a hombros de la Junta Militar y consumó durante los siguientes cinco años el programa de desindustrialización que excluyó a la mitad de la población económicamente activa.
La semilla del plan de Martínez de Hoz había sido plantada por Rodrigo. Detrás del funcionario había tres hombres en la mesa chica del Ministerio: Pedro Pou (futuro presidente del Banco Central en los noventa), Nicolás Catena (empresario bodeguero que sería uno de los creadores del Cema, uno de los principales think tanks neoliberales) y Ricardo Zinn. Hay que detenerse en este economista nacido en 1926, hijo de un teólogo alemán.
El viceministro que diseñó el plan
Todos los investigadores económicos que abordaron el colapso del Rodrigazo coinciden en que el cerebro del plan fue Zinn. Había comenzado en la función pública como asesor del Ministerio de Defensa durante la dictadura de Juan Carlos Onganía. En tiempos de Alejandro Agustín Lanusse fue asesor del Banco Nación y al tiempo lo nombraron subsecretario de Coordinación del ministerio de Economía.
Cuando cayó Alfredo Gómez Morales y Rodrigo pasó ocupar el Palacio de Hacienda, a fines de mayo del ’75, Zinn se encontró con un cargo público en democracia. El nuevo ministro lo nombró secretario de Programación y Coordinación Económica. En los papeles, era el viceministro. Y quien ejecutaría detrás de Rodrigo el cambio de paradigma que marcaría a fuego al país.
El 4 de junio de 1975, Rodrigo anunció el plan: devaluación del 61 por ciento y tarifazo en servicios públicos y combustibles. Zinn se encargó de negociar paritarias, que tenían un tope del 80 por ciento. En un contexto de desabastecimiento, se produjo una llamarada inflacionaria de proporciones, que superó el 300 por ciento anual.
Al calor de la crisis del petróleo, que destrozó los cimientos del Estado de Bienestar vigente desde finales de la Segunda Guerra, la teoría neoliberal comenzó a prender en el mundo. El sector financiero tomaba preeminencia en economías marcadas por alta inflación y estancamiento, el combo conocido como estanflación. La Argentina entró en esa dinámica con el Rodrigazo. Eso sí, hubo ganadores: los grupos concentrados, que licuaron sus deudas en pesos.
Rodrigo cayó un mes y medio después de haber asumido, y con él se fueron sus colaboradores. La obra ya estaba consumada y no había vuelta atrás. Zinn dedicó los meses siguientes a escribir un libro, que apareció en 1976 y se convirtió en una biblia del pensamiento económico más reaccionario: La segunda fundación de la República.
Propuestas para un nuevo orden
En el prólogo recuerda su breve pero devastador paso de 48 días por Economía. «Apenas iniciada la aplicación de un esquema económico antidemagógico se hizo visible que las fuerzas populistas de todo signo se aprestaban a impedirlo y la gestión fracasó», escribió en obvia referencia al plan de lucha de la CGT, que implicó el primer paro general de la historia contra un gobierno peronista.
La primera parte del libro se titula «Sesenta años de decadencia». Como se trata de una obra de 1976, el cálculo es fácil: el comienzo de los males estaba, para Zinn, en 1916, en el primer gobierno electo por sufragio universal. «La modernización de nuestra democracia tiene el alto costo de poner el país en manos inexpertas y comienza a deteriorarse el crecimiento», anotó en relación a Hipólito Yrigoyen, a quien culpaba de haber sentado las bases de «la Argentina aislada».
Más adelante fustiga a los conservadores de la Década Infame por apelar al intervencionismo y se despacha contra el peronismo, que impuso «la era demagógica» de la cual «habrá de nacer la Argentina inválida que hemos heredado». A esa altura del libro (página 43) ya empieza a abundar un término que se usa mucho en este tiempo pero que no era usual entonces, o al menos no se había masificado: «populismo». De hecho, habla de la «utopía populista».
Después de defenestrar al primer peronismo, de criticar al desarrollismo como experiencia trunca y de definir a La Hora del Pueblo (la entente radical-peronista de 1970) como «obra maestra del populismo»; y de cara al centenario en 1980 de la Generación del ’80 que fundó la república oligárquica, Zinn propone una segunda fundación basada en el clásico libreto liberal: respeto a la propiedad privada, igualdad de oportunidades en materia educativa, «eliminación de las prácticas de explotación por parte de empresarios y sindicatos» (sic). A esto se suma que «la justicia social no puede lograrse en la masificación política, que no es una solución para la miseria y sí es un aumento de la irresponsabilidad».
Más adelante señala los errores del modelo agroexportador, de Yrigoyen, Perón y Frondizi y de los gobiernos militares y plantea el plan de acción al momento de escribir esas líneas, en agosto de 1976. «El 24 de marzo de 1976 asume un gobierno militar en reemplazo de un gobierno populista demagógico. (…) Los valiosos y heroicos aciertos bélicos de nuestras Fuerzas Armadas no nos deben hacer creer que ello es el único cometido si bien en la hora actual tiene total prioridad. (…) El país respira un aire limpio, un aire nuevo, un aire fresco y dice: esta vez vamos a tener gobierno».
Democracia tutelada
Zinn advierte sobre los riesgos de choque entre la línea dura y la línea blanda del régimen y que es imperioso evitar una salida electoral hacia 1978 como la del ’73, ya que podría desembocar en una «allendización de la República», como si para entonces fuera posible una experiencia como la de la Unidad Popular en Chile.
Además de exigir «erradicación de la subversión» y el saneamiento económico, también pide «depuración de la escena política y sindical de todos los protagonistas culpables de la situación actual». Y, al modo pinochetista, propone una democracia tutelada para que se defina «un futuro político paulatino y controlado funcionamiento institucional». Para ello pide «candidatos previamente compatibilizados con los objetivos nacionales», a fin de evitar algo como el camporismo.
Propone la creación de un Consejo de Garantías de la República (CGR) que dé el visto buenos a los candidatos, evitando «infiltración marxista». De por sí, «no se permitirá proselitismo marxista en lo partidario o sindical». Además, el primer presidente avalado por el CGR no tendrá Poder Legislativo. Ese rol será del CGR, que en las siguientes tres presidencias igualmente podrá vetar leyes. La democracia directa, aunque tutelada, se limita a legislaturas provinciales y municipales. Los gobernadores serán nombrados por acuerdo del Presidente y el CGR.
En el final, llama a reformar la Constitución en 1977 para asentar las reformas. «El 24 de marzo de 1976 triunfa el país civilizado y ético, sobre la anarquía y el desorden que desde 1945 trata de tomar por asalto a la Nación, contando en sus últimas etapas con alianzas manifiestas o embozadas, de la subversión internacional», fundamenta, en una comparación forzada con 1852.
Un gobierno militar sin «desviaciones dictatoriales»
En 1980 vio la luz Cuatro años después de la segunda fundación de la República, una reelaboración del libro anterior, que mechaba capítulos (sobre todo de la primera parte) de la edición de 1976. Volvió a insistir con la idea de una democracia controlada por los militares e introdujo, como propuesta, el voto uninominal, ya que la lista sábana derivó en que «los partidos políticos demagógicos» hayan «transformado el voto en el derecho supremo». Y sugiere que los cargos ejecutivos sean de elección indirecta en todos los órdenes (presidente, gobernadores, intendentes) a través de órganos legislativos.
No ahorra elogios para el régimen más siniestro de la historia argentina. «El Proceso de Reorganización Nacional vino a cancelar un penoso período de sesenta años de frustraciones y fracasos (…) cuya principal característica es la prudencia». Y celebra que «ha derrotado militarmente a la subversión»; «ha restablecido la libertad, la propiedad, la justicia, la paz, el derecho y el orden en todo el territorio nacional», y «ha demostrado en los hechos el espíritu profundamente republicano que lo anima, consolidando un sistema institucional sabio y prudente, que lo preserva contra el peligro de desviaciones dictatoriales, mediante un mecanismo de renovación normalizada que asegura la continuidad que su desarrollo requiere para el cumplimiento de sus patrióticos fines». Palabras similares sonaban en Chile de parte de los tecnócratas que asesoraban a Augusto Pinochet. No por nada, los liberales argentinos envidian ese modelo.
Asesor de Macri y María Julia
Para entonces, Zinn era asesor de un empresario en el sector automotriz. El mago de las finanzas fue llamado de urgencia por Franco Macri, que tenía a Sevel en crisis, como casi todas las empresas del sector en esa época. Zinn recompuso los números de Sevel y se fue. Según Luis Majul en Los dueños de la Argentina, o se cumplieron los objetivos y el economista partió después de haber discutido con el padre de un futuro presidente; o Macri habría sido alertado desde Italia de un intento de Zinn por desbancarlo del control de la empresa.
Reapareció en escena en 1989, como asesor de María Julia Alsogaray en la privatización de ENTel. Al tiempo, se sumó al proceso privatizador de YPF acompañando a José Estenssoro. El 4 de mayo de 1995, Estenssoro viajaba en avión a Ecuador cuando la nave se estrelló contra una montaña cerca de Quito. Con el presidente de la petrolera fallecieron otras seis personas. Entre ellas, estaba el hombre que 20 años antes había reformateado a la Argentina y se pensó como ideólogo del nuevo país que engendraría la dictadura. La Fundación Carlos Pellegrini, un think tank neoliberal que él presidió, compiló un libro póstumo de título más que pertinente: Por una ética de la responsabilidad.
Fuente: Economía | Página12