
El plástico es uno de los inventos más influyentes del siglo XX. Su versatilidad, bajo costo y resistencia transformaron la forma en que producimos y consumimos. Sin embargo, ese mismo éxito lo convirtió en uno de los contaminantes más persistentes y problemáticos de la historia humana.
Por Allan Astorga Gättgens. Redacción Costa Rica. Pressenza.com. Medio Ambiente
Con el paso de las décadas, los plásticos que no se degradan fácilmente, por la luz solar, el movimiento del agua, la abrasión y la acción de microorganismos, han ido fragmentándose en partículas cada vez más pequeñas: los microplásticos (menos de 5 mm) y nanoplásticos (menos de 100 millónesimas de mm), que hoy se encuentran en los océanos, en los suelos, en el aire y en los alimentos que ingerimos.
El tema no es solo ambiental, sino también de salud y de futuro. La humanidad enfrenta la contradicción de haber creado un material indispensable para la vida moderna, pero incapaz de gestionar sus consecuencias. Y lo más grave es que la proliferación de los plásticos coincide, desde la década de los ochenta, con un deterioro acelerado de la ecosfera terrestre en múltiples dimensiones.
Algunos datos relevantes
En todo el planeta, anualmente se desechan alrededor 280 millones de toneladas de productos plásticos de vida corta (que se usan solo una vez).
En total, el 46 % de los residuos plásticos se encapsula en vertederos municipales (rellenos sanitarios), mientras que el 22 % se gestiona de manera inadecuada y se convierte en basura. A diferencia de otros materiales, el plástico no se biodegrada. Puede perdurar cientos de años, por lo que, cuando se desecha, se acumula en el medio ambiente.
Esta contaminación asfixia a la fauna marina, deteriora el suelo, envenena las aguas subterráneas y también es un factor causante de la crisis climática.
La producción de plástico es uno de los procesos de fabricación más intensivos en energía del mundo. Este material se fabrica a partir de combustibles fósiles, como el petróleo crudo, que se transforman mediante calor y diversos aditivos en un polímero. En 2019, los plásticos generaron 1.800 millones de toneladas métricas de emisiones de gases de efecto invernadero, el 3,4 % del total mundial.
Principales fuentes
Cerca del 36% de todos los plásticos producidos se utilizan en envases o embalajes. Esto incluye los embalajes de plástico de un solo uso de alimentos y bebidas, el 85 % de los cuales acaban en vertederos o como residuos gestionados de forma inadecuada.
En la agricultura el plástico está omnipresente: se utiliza en todo tipo de productos, desde recubrimientos de semillas hasta películas de mantillo (abono).
Cada vez que se lava la ropa, las prendas desprenden diminutas fibras de plástico llamadas microfibras, una forma de microplástico. Cada año, el lavado de ropa por sí solo provoca que lleguen a los mares unas 500.000 toneladas de microfibras de plástico, el equivalente a casi 3.000 millones de camisas de poliéster.
Hoy, se encuentran en casi todos los ecosistemas del planeta: en la superficie de los océanos, en sus profundidades, en lagos y ríos, en suelos agrícolas y hasta en el aire urbano. Se han detectado en organismos marinos, aves, mamíferos y también en humanos, a través del agua potable, el aire y los alimentos. Sus impactos exactos en la salud aún se investigan, pero la evidencia apunta a posibles efectos en sistemas respiratorios, digestivos y reproductivos, además de la capacidad de transportar contaminantes químicos adheridos a sus superficies.
Recientes investigaciones han mostrado que incluso productos tan cotidianos como las bolsitas de té, especialmente aquellas fabricadas con materiales plásticos, liberan millones de partículas de micro y nanoplásticos en cada taza.
La industria pesquera es otra fuente considerable de desechos plásticos. Más de 50 millones de kilogramos provienen de los aparejos (redes, anzuelos, etc.) de la pesca industrial.
Los años ochenta: un punto de inflexión global
La producción mundial de plásticos comenzó a despegar después de la Segunda Guerra Mundial, pero fue a partir de los años sesenta y setenta cuando se masificó. Bolsas, envases, empaques, fibras textiles, piezas industriales y una infinidad de objetos se elaboraron con este material. Para los años ochenta, el plástico ya era inseparable de la vida diaria.
La masificación de los plásticos y la proliferación de microplásticos no ocurrieron en aislamiento. Desde la década de los ochenta, el planeta entró en una fase de deterioro ambiental acelerado. Repasemos algunos datos:
Humedales y bosques: se perdió un porcentaje muy alto de humedales (casi la mitad) y la deforestación tropical avanzó a gran velocidad.
Arrecifes coralinos: comenzaron los episodios masivos de blanqueamiento, con pérdida acelerada de biodiversidad marina.
Degradación del suelo: la expansión agrícola y ganadera intensiva generó erosión, pérdida de fertilidad y desertificación.
Contaminación: aumentaron los vertidos de químicos y nutrientes en suelos y mares, provocando zonas muertas.
Biomasa marina: estudios indican que la biomasa de peces y organismos marinos se redujo aproximadamente a la mitad en cuatro décadas.
Extinción de especies: se intensificó la llamada sexta extinción masiva.
Dióxido de carbono: la concentración atmosférica pasó de unas 340 ppm en 1980 a más de 420 ppm en la actualidad.
Todos estos factores, combinados con el auge de los plásticos, conforman un efecto acumulativo y sinérgico que ha llevado al deterioro integral de la ecosfera terrestre. La coincidencia temporal no es casual: responde a un modelo económico basado en la explotación ilimitada de recursos y en la producción masiva de desechos. Y agregaríamos también, en una incorrecta y no planificada forma de usar los recursos.
Acciones humanas: del individuo a lo colectivo
Frente a este panorama, resulta fácil caer en la sensación de impotencia. Sin embargo, la acción individual y colectiva sigue siendo fundamental.
A nivel personal, se puede:
Reducir el consumo de plásticos de un solo uso, sustituyéndolos por materiales reutilizables.
Evitar productos con exceso de embalaje.
Optar por textiles naturales (algodón, lino) frente a los sintéticos.
Filtrar el agua potable en casa para reducir la ingesta de microplásticos.
Lavar con menos frecuencia.
Sustituir el uso de las bolsas de té por infusores no plásticos.
En el caso de que irremediablemente se deba utilizar plásticos, procurar que sea lo mínimo y que sea dispuesto en un sitio de encapsulado para evitar que llegue al suelo, a los ríos o los mares.
Informarse y educar a otros sobre el tema.
A nivel comunitario y nacional, las políticas de regulación, gestión de residuos, investigación en materiales biodegradables y educación ciudadana son pasos clave. Y a nivel global, urge un tratado internacional vinculante que limite la producción de plásticos y financie la restauración de ecosistemas contaminados.
Una visión estratégica: el SISTEMA SALVETERRA
En este contexto, el SISTEMA SALVETERRA ofrece un marco de acción pragmático y global. Se basa en el reordenamiento territorial con visión planetaria, identificando las zonas aptas para el desarrollo humano y las que deben regenerarse para restaurar el equilibrio de la ecosfera. También incluye un reordenamiento del sistema productivo y descontaminación de la Ecosfera terrestre.
Sus ejes incluyen:
La restauración de 250 millones de hectáreas de bosques tropicales, con capacidad de capturar grandes cantidades de carbono.
La promoción de agricultura y ganadería regenerativa, que reduzcan la degradación del suelo.
El fortalecimiento de ecosistemas marinos y costeros, clave para frenar la pérdida de biodiversidad y mitigar la contaminación plástica.
El uso de la terrazonificación ambiental como herramienta para guiar decisiones locales y globales de planificación, impulsando un progreso humano sustentable.
De esta manera, la lucha contra los plásticos y microplásticos se inserta en un esfuerzo mayor: restaurar la salud de la ecosfera terrestre y garantizar un futuro viable para la humanidad.
Asumir responsabilidades
El plástico nos recuerda la paradoja de nuestra época: un material creado para facilitar la vida que amenaza con destruir las bases que la sostienen. Los microplásticos y nanoplásticos son la expresión más sutil y peligrosa de esa contradicción, pues se infiltran en todos los rincones del planeta y en nuestros propios cuerpos.
No se trata solo de reciclar más o de prohibir bolsas y pajillas, sino de replantear el rumbo del desarrollo humano. Cada acción personal cuenta, pero la magnitud del problema exige acciones colectivas, nacionales y globales.
El SISTEMA SALVETERRA propone precisamente ese salto: pasar de la conciencia individual a un cambio estructural que combine reordenamiento territorial, restauración ambiental y nuevas prácticas productivas. Solo así podremos frenar el deterioro acumulativo iniciado en los años ochenta y abrir un camino hacia un planeta regenerado y habitable para las próximas generaciones.
Redacción Costa Rica
Nota original en: PRESSENZA.COM