La demagogia liberal, la consecuente identificación del peronismo como sinónimo de corrupción y la calificación negativa de la propia administración, más el borroneo del sentido del Estado: las claves para entender la era Milei.
La verdad puede ofrecer soluciones
Intentemos definir las grandes trabas que padece el movimiento nacional para ofrecer soluciones y generar esperanzas. Con tal objetivo, hay que repasar lo acaecido durante la gestión del Frente de Todos y el comportamiento de los protagonistas del espacio a lo largo de los años recientes.
Por un lado, parece necesario salir de la trampa que implica la demagogia liberal. Si algo lograron las referencias y los medios orientados por un interés de base asentado en finanzas y negocios particulares, es deformar el diagnóstico de realidades que están a la vista. Es preciso evadir el juego “y eso cuánto cuesta” en que la propaganda ha inmerso al país. Cada vez que se impulsa una actividad estructuralmente beneficiosa para la nación (energía nuclear, investigación aeroespacial, investigación científico técnica, transporte, energía tradicional, telecomunicaciones, infraestructura, etcétera) se alzan las voces que indagan el monto que implica invertir en esos rubros.
La cifra siempre parece alta pues se la presenta comparada con recursos cotidianos en vez de emerger situada según la dimensión de la actividad. Y se evita considerar qué hacen en esos aspectos, otras naciones.
Para ese tipo de elaboraciones, la humanidad ha creado los estados. La capacidad recaudatoria del estado argentino es muy importante y constituye su derecho y su obligación canalizar semejantes recursos en las zonas esenciales para el sostenimiento y el desarrollo de la sociedad. Hay plata. Cada vez que entramos en el juego y explicamos que una inversión en esas actividades es manejable, quedamos atrapados por el argumento de una falsa austeridad.
También resulta necesario subrayar las virtudes de un proyecto industrial. La decisión de abrir las importaciones en detrimento de la elaboración local contiene un cóctel venenoso que incluye descapitalización, desinversión, retroceso técnico, desempleo y reducción del mercado interno, con su lógica deriva de caída en la tributación. Hay que decirlo por aquí y por allá, aunque ofusquen con cuestionamientos a la producción propia, aunque finjan hacerlo en nombre de la competencia. Somos industria, o no somos nada.
En sintonía, es preciso evitar el altavoz para condenar el accionar del rival político interior en el movimiento nacional. Javier Milei pudo formular sus disparatados, falsos y perjudiciales discursos pre electorales, el inaugural de espaldas al Congreso y luego el planteado en su interior, debido a que desde el mismo peronismo se insistió en que el gobierno propio fue “el peor de la historia” y que ameritaba comparación con debacles antinacionales previas.
Semejante tontería fue adoptada por una gran masa de militantes que convenció a buena parte de la comunidad acerca de la incapacidad de la fuerza para desplegar una buena gestión. El resultado fue la instalación de una percepción alocada (“vivimos la crisis más profunda del país”) articulada por mentiras de cuño propio que, disparatadamente, facilitaron la identificación del ex presidente Alberto Fernández y de su ministro Martín Guzmán como los responsables del adeudo externo contraído por el ex presidente Mauricio Macri.
Entonces: la demagogia liberal sobre el gasto, la consecuente identificación del peronismo como sinónimo de corrupción, el borroneo del sentido del Estado, la devaluación del programa industrialista y la calificación negativa de la propia administración, han sido factores distribuidos a diestra y siniestra por la dirigencia más variada, casi todos los medios, así como multitud de mercenarios y unos cuantos zonzos en las redes sociales. Entre todos, forjaron una derrota electoral que puede prolongarse al no ser desmontada racionalmente desde dentro del movimiento nacional.
Esa caída se concretó justo cuando la Argentina podía ingresar a su período más brillante. Al volumen energético de Vaca Muerta se le iba a sumar la participación en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la presencia en los BRICS+ (inversiones y más inversiones) y el amparo conceptual de un Papa Francisco lúcido hasta el borde. El esfuerzo de un pueblo mancomunado había logrado arrinconar la pandemia –el Estado impidió el cierre de miles de firmas productivas–, y zanjar la sequía, dos tramos que podrían haber hundido el PBI. Como contracara, aunque el ingreso no se acrecentó, se logró activar un mercado interno diluido por el coronavirus y el macrismo.
En el panorama mundial es pertinente recordar que los indicadores económicos en crecimiento se registran entre los emergentes multipolares con los cuales se venían tejiendo acuerdos sólidos, al tiempo que los vectores en baja se visualizan en parte de Europa y los Estados Unidos, un Norte adoptado ahora como fuente de toda razón y justicia, paradigma del capitalismo y promotor de la democracia. Nuestro pensar está encapsulado y se niega a admitir que los países en crecimiento son aquellos que zafan del esquema rentístico y apuntalan la inversión productiva en base al poder de sus estados.
La política exterior de la gestión de Alberto Fernández (con Felipe Solá y Santiago Cafiero como cancilleres) fue activa y bien orientada; no sólo en el plano global, sino en el regional, a través de la vivificación del Unasur y el Mercosur, y de los acuerdos con México que dinamizaron la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Por qué olvidar, en materia de influencia benéfica, las acciones en resguardo de la democracia en Brasil y en Bolivia, que devolvieron al país un prestigio arrasado por los alineamientos macristas. Todo acompañado por el rechazo a los bloqueos, en la cara del presidente Joseph Biden, durante la Cumbre de las Américas.
Esto no significa ausencia de errores. Pero no fueron los que marcó la oposición interna, y mucho menos, los beodos economistas de la comunicación concentrada. Por un lado se desestimó el rol del Estado empresario, cuando la historia nacional evidencia la trascendencia de ese lugar económico y conceptual a la hora de impulsar el crecimiento. Luego, cabe indicar la ausencia de un programa de ordenamiento fiscal y del fortalecimiento de los organismos de control destinados a captar dólares de las zonas más empinadas de la sociedad. Asimismo, la tenue presencia estatal en la economía damnificó el fomento de una sustitución de importaciones, lo cual hubiera favorecido la aquilatación de recursos en el Banco Central y por tanto, el sostén de una inflación razonable.
Para no esquivar el abordaje de oscuros conflictos, resulta preciso analizar cuál fue el sentido, la intención, de imponer al frente de la cartera económica a Sergio Massa, tras el breve interregno de Silvina Batakis. De una semana para la otra, el renovador pasó de sufrir la caracterización de agente de la CIA y operador de la Embajada, a ser protagonista de un Operativo Clamor de controversial origen. Guzmán, ministro sugerido por el Papa, fue caracterizado como funcional al FMI. Enseguida, se disparó la inflación. Ese incremento de precios agudo se constituyó, como en 1989, en un disciplinador social potente, pues una amplia zona de la población estimó que podía soportar la caída del valor de la moneda local si se atemperaba la escalada remarcatoria.
Como se observa, no hay revisión alguna de los tropiezos registrados en el movimiento nacional. De hecho, se insiste en las desoladoras precisiones antedichas. Por eso resulta bien complicado ofrecer soluciones y generar esperanzas. No es cierto que a nadie le importe nada y que se pueda decir cualquier cosa; la coherencia discursiva fortalece el andar y la credibilidad, y con el tiempo se extiende sobre la opinión pública a través de formulaciones más breves, pero no por ello menos intensas. Que Milei mienta, haciendo uso y abuso de la tradición liberal mitrista que hizo de la falsificación una tradición, no implica que a los nacionales se nos permita macanear sin límites.
Sobre todo porque la verdad está de nuestro lado. Y, en el tramo vigente, el rumbo internacional también. La Comunidad Organizada y la Tercera Posición se van instalando en una gran franja de las naciones BRICS+ pero el inventor del concepto está desertando. La oportunidad histórica gestada por la apertura de las puertas del tiempo, situación que incluye la clausura de un capitalismo financiero ruinoso, parece fabricada para esta nación del Sur. Pero el usufructo de esa posibilidad depende de nosotros. Nadie atravesará el umbral llevándonos en andas.
*Director La Señal Medios / Área Periodística Radio Gráfica / Sindical Federal
Publicado en el semanario El Eslabón del 28/12/24
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