Por día se generan 600 toneladas de residuos y podría reutilizarse más de un tercio: es la meta para el 2007.
El programa Separe ya funciona en 3 barrios de la ciudad. |
En las grandes ciudades, la basura se ha convertido en un problema. Y Rosario no está al margen de esto. Diariamente se generan 600 toneladas de residuos, de los cuales casi el 37 por ciento (unas 220 toneladas) podría reciclarse. Sin embargo, actualmente se reutilizan sólo unas 3 toneladas de cartones, papeles, vidrios, plásticos y metales a través del programa de separación de residuos del municipio. Del proyecto participan unas 23 mil familias, pero su objetivo es más ambicioso: en el 2007 esperan que un tercio de los rosarinos seleccionen la basura antes de tirarla al tacho.
¿Por qué hay que reciclar los residuos? Para la secretaria de Servicios Públicos de la Municipalidad, Clara García, hay tres razones importantes: «Por un lado se aprovechan materiales cuya producción requiere que se consuman bienes que son escasos, también permite reducir el volumen de basura que llega al relleno sanitario, y finalmente implica un compromiso de los vecinos para ayudar a mantener la higiene urbana».
Del otro lado de la cadena, la recuperación de residuos se convierte en una fuente de ingresos para quienes se encargan de su clasificación y venta. Actualmente, del programa municipal participan cinco cooperativas de cirujas, que suman unas 60 familias que literalmente viven de lo que otros tiran.
De acuerdo a un trabajo realizado por el ingeniero Daniel Blanco durante Septiembre y Octubre del año pasado, al relleno sanitario llegan diariamente unas 600 toneladas de basura, de las cuales casi 360 se generan en los hogares. Así, se puede pensar que cada rosarino tira por día casi 400 gramos de residuos. Promedio que, lógicamente, se ensancha o se achica según su situación socioeconómica.
Pero la investigación no se centró sólo en la cantidad de residuos que se producen en Rosario, sino en su composición. Y de allí se concluye que «a pesar de la intensa actividad de los cirujas, incrementada notablemente estos últimos años, llegan al relleno sanitario importantes cantidades de material reciclable».
En porcentaje, éstos representan el 36,72 por ciento de los residuos que se entierran. Lo que en cifras absolutas representa nada menos que 220 toneladas de papeles, cartones, telas, plásticos, vidrios y metales que podrían recuperarse.
Al sur, al norte y al centro
Con estos números en la mano, el municipio lanzó sobre fin de Diciembre del año pasado el Programa Separe. Básicamente, éste consiste en educar a los vecinos para que clasifiquen sus residuos, la recolección diferenciada de basura orgánica e inorgánica, y la disposición final en un playón de descarga y recuperación de residuos. La experiencia comenzó en un sector de la zona sur y se extendió después hacia el norte y el centro del municipio.
«Esto implica un cambio de costumbres que no se puede lograr de un día para el otro -sostiene la coordinadora del programa, Graciela León-, por eso empezamos de a poco, estudiamos bien las costumbres de cada barrio y evaluamos constantemente cómo se desarrolla el proyecto».
Hasta ahora, este seguimiento ha arrojado «muy buenos resultados», dice la funcionaria. Y, entre otras cosas, apunta la conformidad de los vecinos con el servicio, la disminución de la actividad del cirujeo en las zonas donde se clasifican residuos y una mejora en la higiene de estos sectores.
En la zona sur, el programa Separe abarca cuatro barrios (Villa del Parque, Acíndar, Las Flores Este y Las Delicias) comprendidos por las calles Ameghino, Sarmiento, Arijón y Pedernera. En el distrito norte, la iniciativa alcanza a un sector de Alberdi y Parquefield, limitado por Sorrento, vías del ferrocarril, Ricardo Núñez y el río.
Las familias que viven en estas zonas guardan en sus casas los desechos inorgánicos que generan durante la semana. Y, cada 7 días, un camión especial pasa a retirarlos.
En cambio, en Pichincha la metodología es diferente. Entre las calles Tucumán, Jujuy, Francia y Alvear se dispusieron 60 contenedores de color anaranjado para que los vecinos vuelquen allí los desechos recuperables, mientras que los azules se reservan estrictamente para los orgánicos.
Y a esta nueva modalidad se sumará a partir de Octubre barrio Parque, en unas 25 manzanas comprendidas entre Francia, Lagos, Perón (ex Godoy) y Gaboto.
Una manera de ayudar a otros
Luis Fiocchi vive en la zona norte desde que nació, cuando la calle Baigorria era todavía de tierra. Desde hace varios meses, en el frente de su casa pegó la calco verde que lo identifica como colaborador del Programa Separe y todos los jueves recibe a la cuadrilla de Cliba con varias bolsas de papeles, envases de plástico y botellas de vidrio.
«No es un problema separar la basura -dice convencido-, es el mismo trabajo que sacarla a la calle. Y, así, uno colabora con una obra de bien y el barrio está más limpio porque los cirujas no rompen las bolsas».
Su vecino, Carlos Peralta lleva menos tiempo en el barrio, pero como Luis clasifica sus residuos y reconoce el costado social de esta tarea. «Lo más importante de esto es que uno puede dar trabajo a otras personas», explica.
Segundo Gómez, Ariel Jélvez y Héctor Zarza son los tres operarios de Cliba que recorren la zona norte con el «camión verde». El primero trabaja en la recolección de residuos desde el 77. «Trabajar con residuos reciclables es mucho más liviano, además el trato con los vecinos es muy bueno y charlando con ellos el día se pasa más rápido», asegura.
Los empleados de Lime, encargados de recorrer la zona sur, también se sienten bien recibidos por los vecinos. «La gente ya nos conoce, nos saluda y nos espera con las cosas. Y, por supuesto, el trabajo es mucho más limpio», afirman Marcelo Reynoso y Cristián Lombardi.
Natalia Fitondale vive en Cura al 2000 y se declara abiertamente «pro reciclado». La mujer aprendió esta conducta de su madre, que tenía una chacra en Baradero, y ahora se encarga de enseñarla a sus hijos. «Hay que pensar que es un beneficio a futuro para conservar el medio ambiente. Y además facilita que la actividad sirva como fuente de ingreso a otras personas», advierte.
Una actividad en aumento
Como Luis, Carlos o Natalia, 23.160 familias participan actualmente del programa Separe. Esto permite recuperar diariamente unos 3.000 kilos de materiales reciclables que se vuelcan en el centro de recepción y recuperación de residuos San Martín Sur (San Martín y Platón).
De acuerdo al seguimiento que se hace del programa, esta cifra fue creciendo conforme la experiencia se mantuvo en el tiempo. Para comprobar esto, basta comparar las curvas de las pesadas de la zona norte, que arrancaron con unas 180 kilos de residuos reciclables para alcanzar los 800, o las de la zona sur, que comenzaron con 400 kilos y actualmente superan los 1.000.
Con todo, los objetivos del programa son mucho más ambiciosos. «En el 2007 queremos que un tercio de la ciudad participe de la clasificación de residuos», asegura León.
De acuerdo a una proyección de las cifras del programa Separe, de esta forma se podrían alcanzar unas 30 toneladas diarias de residuos reciclables. Un 5 por ciento del total de basura que se produce en la ciudad.
Carina Bazzoni
Clasificadores de residuos: los expertos en vivir de lo que se tira
A separar. Se nuclean en cooperativas, seleccionan los desechos y los revenden. El dinero que juntan en los playones de descarga de los camiones verdes varía, pero puede superar los 400 pesos
«Trabajo con la basura desde la infancia, desde los 10 años. Mis padres hacían lo mismo. Pero nunca salí con carros, yo me dedico a la clasificación». Lucía García tiene 62 años y habla de su actividad como si fuera un oficio de familia, casi una especialidad. La mujer es una de las integrantes de la cooperativa Las Flores Sur, uno de los 10 grupos que seleccionan los residuos que separan unas 23 mil familias de distintos barrios del norte, el sur y el centro de la ciudad. Lucía trabaja en el centro de recepción y recuperación de residuos de San Martín al 7100, casi sobre el límite con Villa Gobernador Gálvez, donde 6 familias convierten lo que otros tiran en su principal fuente de ingresos.
El dinero que juntan por mes es variable y depende principalmente del tipo de residuos que lleguen hasta el playón. La semana pasada, cada uno de los integrantes de la cooperativa Las Flores Sur se llevó a su casa 109 pesos. «No es mucho -dice Lucía-, pero es casi lo mismo que paga por mes el gobierno con los planes Jefes de Hogar. Y nos lo ganamos con nuestras manos», destaca.
Por día, al playón pueden llegar entre 6 y 12 «camiones verdes», aquellos que recolectan sólo los materiales inorgánicos en los barrios que participan del programa de separación de residuos del municipio, y de algunas fábricas y comercios que se sumaron al proyecto. La basura se vuelca detrás de unas rejas y la tarea de Lucía es disponer en distintos contenedores los diferentes materiales.
La misma actividad que viene haciendo desde los 10 años en diferentes basurales clandestinos, sólo que ahora los residuos le llegan limpios, tiene un delantal y guantes, trabaja en forma cooperativa con otras personas, y en un complejo que cuenta con baños, cocina, un salón de reuniones y oficinas.
«Yo ya pasé por basurales que se hacen acá cerquita, por otro que se arma frente a Puente Gallego y ahora estoy acá. Creo que en este lugar me jubilo», bromea la mujer.
Una vez clasificados los materiales, las cooperativas se encargan de su venta. Generalmente, los compradores son los dueños de corralones que ofician de intermediarios entre las cooperativas y las fábricas que aprovechan los desperdicios inorgánicos como materia prima para su producción.
Los precios fluctúan según los vaivenes del mercado, pero Lucía los conoce de memoria. El papel chico, mezclado o cortado, está en los 18 centavos por kilo, el papel blanco (de archivos, cuadernos o carpetas) puede costar entre 2 y 5 centavos más. Por el kilo de cartón se paga unos 25 centavos, las botellas plásticas valen 20 centavos y el vidrio 10.
Estos montos podrían incrementarse si a los materiales se les sumara mayor valor agregado. Es decir si, por ejemplo, se clasificaran las botellas de vidrio o si se contara con un camioncito para poder entregar los materiales a los compradores. «Pero por ahora no tenemos los medios ni la capacidad para hacer eso», se lamentan los integrantes de la cooperativa.
En cambio, sí cuentan con una compactadora que les permite reducir los volúmenes de plástico, cartones y papeles, lo que lleva a abaratar costos en el transporte de los materiales.
Las mujeres al frente
De los 10 integrantes de la cooperativa Las Flores Sur, Lucía es la más grande. La menor es su sobrina, una chica flaquita de 20 años. Y no son las únicas mujeres que participan de la clasificación de residuos. «Hay muchas chicas que viven de esto», asegura Lucía, y no reconoce impedimentos para que las mujeres participen de la actividad.
Es más, dice que son más trabajadoras que los varones. «Eche nomás una mirada, fíjese lo que están haciendo las señoras y lo que hacen los hombres -desafía-. Nosotras ponemos mucho más el hombro». Y no miente.
Con la misma naturalidad, Lucía no sólo dirige a sus compañeros de trabajo, sino también a los recolectores que hacen la descarga. «Ahí veo una silla, a ver si no me la rompen», les grita desde abajo.
Y así, alguno de la cooperativa se alzará con una butaca impecable, tapizada de color borravino, uno de los pequeños tesoros que a veces les alcanza el camión recolector. Como esa silla, en otras oportunidades puede llegar ropa en buen estado o algún par de zapatos que «quien se anime a lavarlos y los necesite se los lleva», asegura la mujer.
Después pide permiso para volver al trabajo. Ahora es el turno de juntar vidrios y botellas, y no quiere que nadie se lastime. La tarde seguirá así, hasta las cinco o las seis. «Estamos a principios de mes y la cantidad de residuos que se recibe es mayor que en otros días», señala Marcelo, el portero del playón.
Por estas jornadas, a San Martín Sur pueden llegar hasta 12 camiones por día. Un buen promedio para quienes tienen que vivir de lo que otros tiran.
«Falta que los vecinos tomen conciencia»
Aunque reconocen los beneficios de separar los residuos, no todos los vecinos de un sector de la zona sur ni los de Pichincha cumplen a rajatabla con el programa. «Todavía falta que tomen conciencia», confían los representantes de las vecinales Las Flores Este y Doctor Laureano Maradona, con jurisdicción en los dos barrios donde se realiza la recolección diferenciada de residuos.
Con todo, la situación es distinta en los dos barrios. Mientras en Pichincha existen contenedores diferenciados para los dos tipos de basura -uno azul para la orgánica y otro naranja para la reciclable- en la zona sur no se dispone de esta posibilidad. Quienes viven allí tienen que guardar cartón, papel, vidrios, tela, metales y plásticos en sus casas hasta que, una vez por semana, el «camión verde» pase a recogerlos.
«La recolección funciona medianamente bien, pero la gente no le presta demasiada atención», se queja el presidente de la vecinal Las Flores Este, Alfredo Segura. «Quizás si tuviéramos contenedores el programa podría funcionar mejor, pero tampoco puedo asegurar que no se roben o se rompan», se sincera.
Para el secretario de la vecinal Maradona, Víctor Lacovara, el uso que se hace de los contenedores naranja tampoco es el óptimo. «A pesar de que la mayoría de la gente ha adherido al sistema, muchos tiran basura orgánica en el contenedor naranja». Y otro tanto pasa los fines de semana a la salida de los boliches, cuando los volquetes son frecuentemente blanco de roturas. «Y hasta han llegado a incendiar varios», asegura el vecinalista.
Con todo, ninguno de los dos piensa que sea necesario dar marcha atrás con la experiencia. Es más, hasta aseguran que puede extenderse. Segura se pone el objetivo de que «el 30 ó el 40 por ciento de la gente que está en el programa lo cumpla» y Lacovara es más ambicioso «de a poco se podría extender la iniciativa a todo el radio de acción de la vecinal», dice. Lo que suma unas 120 manzanas, donde viven 30 mil personas.
Fuente: diario La Capital – Foto: Sergio Toriggino