Besa el suelo, la revolución silenciosa bajo nuestros pies
Por Mauricio Herrera Kahn. Pressenza.com. Medio Ambiente
“Lo que el hombre destruyó desde el cielo, la Tierra puede sanar desde abajo.”
EL CLIMA COMIENZA EN EL SUELO
El documental “Besa el Suelo” abre con una imagen que lo resume todo.
Una cámara desciende desde el cielo azul hasta una grieta marrón que palpita. No es piedra ni polvo, es vida en espera. Bajo nuestros pies se libra la batalla más silenciosa y decisiva de la historia humana.
Durante siglos el suelo fue tratado como cosa muerta. Se aró, se envenenó, se explotó. La agricultura industrial convirtió la tierra en superficie, y olvidó su profundidad. Hoy ese error se paga con desiertos que avanzan, con ríos secos y con un planeta que pierde su respiración natural. La ciencia confirma lo que las culturas originarias siempre supieron: el suelo vivo puede salvarnos.
El 95% de los alimentos del mundo nace en apenas treinta centímetros de tierra fértil. Esa delgada capa sostiene la civilización entera. Pero el 30% de los suelos del planeta ya está degradado. Se pierden más de 10millones de hectáreas productivas cada año, y con ellas se liberan 70 toneladas de dióxido de carbono por hectárea. Mientras los políticos discuten el precio del petróleo o del litio, el verdadero oro negro está muriendo bajo sus zapatos.
El documental muestra con datos de la NASA y la NOAA que un suelo regenerado puede capturar 3 veces más carbono del que flota en la atmósfera. La Tierra tiene su propio sistema inmunológico. Puede absorber el exceso de carbono si dejamos de bloquear su metabolismo natural. El humus no es un residuo: es la memoria orgánica del planeta.
Besa el Suelo propone algo radical y simple. No se trata de inventar una tecnología nueva, sino de reactivar una antigua.
- Cultivar sin destruir.
- Sembrar sin envenenar.
- Dejar que la vida haga su trabajo.
La regeneración de suelos no es una utopía ambientalista, es una estrategia climática concreta capaz de estabilizar la temperatura global y garantizar seguridad alimentaria.
En lugar de pensar en el futuro como una guerra contra el clima, podríamos pensarlo como una alianza con la Tierra. La cura no vendrá del cielo ni de los laboratorios, vendrá del suelo. Allí donde un agricultor siembra con conciencia, allí donde un bosque se recompone, el planeta respira.
El clima comienza en el suelo y el futuro, también.
1.EL SUELO COMO ARMA CLIMÁTICA
El suelo alimenta al 95% de la humanidad. En él se cultivan más de 7.600 millones de toneladas de granos y 1.200 millones de toneladas de frutas y verduras cada año, según la FAO. Ese flujo de alimentos genera un valor económico superior a USD 9 billones anuales, equivalente al 10% del PIB mundial. Sin suelo fértil, el sistema alimentario colapsaría en menos de una década.
Cada hectárea degradada libera hasta 70 toneladas de CO₂ por año, lo que equivale a USD 3.500 en pérdidas climáticas si se calcula a USD 50 la tonelada de carbono, precio promedio del mercado voluntario. Como se pierden 10 millones de hectáreas agrícolas cada año, el daño acumulado alcanza USD 35.000 millones anuales solo por emisiones, sin contar erosión ni pérdida de agua.
El planeta ya tiene 1.500 millones de hectáreas erosionadas o muertas, casi el tamaño de Rusia y la India combinadas. La FAO estima que esta degradación cuesta al mundo USD 400.000 millones al año en productividad agrícola, migración forzada y daños hídricos. En América Latina, el 28% del suelo cultivable está en riesgo severo y en África, el impacto económico representa un cuarto del PIB agrícola continental.
Un suelo vivo puede almacenar 240 toneladas de carbono por hectárea, mientras que un suelo degradado apenas llega a 80. Esa diferencia equivale a 160 toneladas de CO₂ retenidas sin maquinaria ni energía fósil. Aplicado a 2.000 millones de hectáreas recuperables, el potencial de captura supera 320 gigatoneladas de carbono, tres veces más que el contenido actual de la atmósfera. El costo promedio de restauración es USD 250 por hectárea, lo que implicaría una inversión global de USD 500.000 millones con beneficios climáticos superiores a USD 16 billones en cuatro décadas.
Reverdecer la Tierra podría capturar 1 billón de toneladas de CO₂ hacia 2055, según el IPCC. A un precio de USD 40 por tonelada, eso representa USD 40 billones en valor climático recuperado. Sería la operación de restauración más rentable de la historia humana. Ninguna tecnología de geoingeniería ofrece esa ecuación: bajo costo, escala planetaria y beneficio múltiple.
El suelo es la única infraestructura natural capaz de producir alimento, purificar agua y absorber carbono simultáneamente. Convertirlo en política pública costaría menos del 0,4% del PIB mundial anual, pero podría reducir en 1,5 °C el calentamiento neto para 2100. Ningún tanque, satélite ni algoritmo logra eso. Solo una raíz.
El suelo es el arma más poderosa del planeta. Y la única que no mata.
2.EL CÍRCULO ROTO: AGRICULTURA INDUSTRIAL Y DESIERTO
La agricultura moderna alimenta al mundo, pero al mismo tiempo lo está secando. Cada año se pierden 10 millones de hectáreas de tierra cultivable por erosión, salinización o uso químico intensivo. Esa pérdida equivale a USD 50.000 millones en productividad agrícola, USD 20.000 millones en agua desperdiciada y USD 10.000 millones en carbono liberado. En total, USD 80.000 millones se esfuman cada año bajo los tractores del modelo agroindustrial.
El sistema agroquímico global depende de 185 millones de toneladas anuales de fertilizantes nitrogenados, cuya producción y aplicación generan el 6% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, unos 2.600 millones de toneladas de CO₂ equivalente. Según el Banco Mundial, el costo climático de esa contaminación supera los USD 130.000 millones por año, cifra superior al presupuesto combinado de agricultura y medio ambiente de todos los países africanos juntos.
El arado profundo y los monocultivos destruyen la microbiota del suelo. En un metro cúbico de tierra viva habitan más de 10.000 millones de organismos que transforman residuos en carbono estable. Cuando esos microorganismos mueren, el suelo se convierte en polvo. La FAO calcula que el 60% del carbono orgánico del suelo agrícola mundial ya se perdió, generando daños valorados en USD 1,1 billones entre 1960 y 2020. Cada punto de pérdida significa menos nutrientes, menos agua retenida y más dependencia de importaciones químicas.
Si la tendencia continúa, la mitad del suelo fértil del planeta podría desaparecer antes de 2050. La reducción de rendimiento implicaría una caída global de USD 8 billones en valor agrícola acumulado y una subida del precio de los alimentos de entre 35 y 50%. Millones de pequeños productores no podrán competir con las megacorporaciones que ya concentran el 75% del mercado mundial de semillas y el 80% de los agroquímicos.
La desertificación ya afecta a 3.000 millones de personas y avanza 120.000 km² por año, un territorio equivalente a Nicaragua.
- En África, los daños económicos alcanzan USD 65.000 millones anuales.
- En Asia Central, la pérdida de suelo productivo ya redujo el caudal de 30 ríos y secó el 80% del mar de Aral.
- América Latina pierde USD 35.000 millones por año en productividad y servicios ecosistémicos. El desierto no es un paisaje lejano: es un balance contable en rojo.
Cada bolsa de fertilizante, cada litro de pesticida, cada arado mal dado tiene un costo real que el planeta ya está pagando. Lo que se siembra con química se cosecha con deuda.
La humanidad creyó que dominaba la tierra pero en realidad la está hipotecando.
3.EL CICLO VITAL DEL CARBONO
Cada hoja es una fábrica de carbono. A través de la fotosíntesis, las plantas capturan más de 120.000 millones de toneladas de CO₂ al año y lo convierten en energía química. De esa cantidad, alrededor del 40% es transferida a las raíces y exudados del suelo, equivalentes a 48.000 millones de toneladas de carbono. Este proceso, invisible a simple vista, tiene un valor ecológico estimado en USD 2,5 billones anuales, si se calculara el costo de capturar el mismo volumen mediante tecnología industrial.
Los hongos y bacterias del suelo transforman ese carbono en materia orgánica estable. Un solo gramo de suelo sano contiene hasta 10.000 especies microbianas que actúan como una red metabólica planetaria. Según la Universidad de Wageningen, los microorganismos de los suelos agrícolas del mundo procesan un flujo energético equivalente a USD 6 billones por año en funciones ecológicas (fertilidad, purificación del agua y control biológico de plagas) sin costo alguno para el ser humano. Cuando esos microorganismos desaparecen, la economía entra en déficit invisible.
Ese carbono transformado se convierte en humus, la capa oscura que retiene agua y nutrientes. Cada tonelada de humus puede almacenar 180.000 litros de agua, lo que equivale a USD 150 en valor hídrico promedio por tonelada. Los suelos ricos en humus aumentan el rendimiento agrícola en 20% y reducen la necesidad de fertilizantes en USD 400 por hectárea. En países como India o Brasil, aplicar técnicas de humificación masiva podría generar USD 45.000 millones adicionales por año en producción alimentaria sin ampliar la frontera agrícola.
Cuando los suelos están vivos, el carbono deja de ser enemigo. Un suelo con alto contenido orgánico puede retener hasta 2,5 toneladas de carbono por hectárea por año, equivalente a USD 125 en créditos de carbono a precios actuales. A escala global, si se regeneraran 2.000 millones de hectáreas, el planeta obtendría un beneficio económico potencial de USD 250.000 millones anuales solo por captura, sin contar el ahorro en salud pública y mitigación climática.
NASA y NOAA confirmaron que la regeneración global de suelos podría revertir hasta el 60% del calentamiento antropogénico acumulado, es decir, unas 900 gigatoneladas de CO₂. Traducido en valor climático, eso representa USD 45 billones si se aplica el precio social del carbono de USD 50 por tonelada. Es la restauración natural más barata y eficaz del siglo XXI. Ninguna industria, ni siquiera las energías renovables, ofrece un retorno climático tan alto por dólar invertido.
El ciclo del carbono no comienza ni termina en la atmósfera. Comienza bajo nuestros pies, en ese territorio microscópico donde la vida escribe las ecuaciones que sostienen la existencia.
Allí donde un suelo respira, el planeta se equilibra.
4.DESTRUCTORES Y CUSTODIOS: QUIÉN MATA Y QUIÉN SALVA EL SUELO
Las 20 mayores corporaciones agroindustriales del mundo concentran el 80% del uso global de pesticidas, unos 3,5 millones de toneladas al año, con un valor comercial superior a USD 65.000 millones. Solo 4 empresas (Bayer-Monsanto, Syngenta, BASF y Corteva) controlan el 70% del mercado mundial de agroquímicos. Cada litro vendido genera rendimiento bursátil, pero también pérdida ecológica. Se estima que los costos sanitarios y ambientales asociados a ese uso masivo ascienden a USD 550.000 millones anuales, más del doble del presupuesto total del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
En contraste, 1.200 millones de pequeños agricultores sostienen el 80% de la diversidad genética del planeta y producen el 70% de los alimentos que se consumen en Asia y África. Sin embargo, reciben apenas el 2% del financiamiento agrícola global, equivalente a USD 12.000 millones anuales, frente a los USD 600.000 millones en subsidios que las potencias destinan a la agricultura industrial. Si se invirtiera solo el 10% de ese monto en agricultura regenerativa campesina, el retorno estimado sería de USD 1,5 billones en productividad, captura de carbono y seguridad alimentaria.
El suelo que más carbono retiene no está en los latifundios ni en los cultivos transgénicos. Está en territorios indígenas y comunitarios. En la Amazonía, las zonas bajo gestión ancestral almacenan 118 toneladas de carbono por hectárea, un 30% más que las áreas deforestadas. Proteger esos suelos equivale a retener USD 2,3 billones en valor climático y biodiversidad, según el Banco Mundial. Sin embargo, cada año se pierden 11 millones de hectáreas de bosques comunitarios por expansión minera o agrícola, lo que representa un daño económico superior a USD 70.000 millones.
Cada hectárea de agroforestería (bosques productivos mixtos) secuestra el doble de carbono que una plantación industrial de monocultivo. Mientras un monocultivo capta 3 toneladas de CO₂ por año, un sistema agroforestal puede alcanzar 6 a 8 toneladas, valoradas en USD 400 por hectárea anual en créditos de carbono. Si se reconvirtieran 300 millones de hectáreas de cultivos degradados en sistemas mixtos, el beneficio económico neto sería de USD 120.000 millones por año, además de crear 25 millones de empleos rurales verdes.
Las mujeres rurales administran el 30% de la agricultura regenerativa global y generan un valor estimado de USD 1,2 billones anuales en producción y restauración ambiental. Sin embargo, apenas acceden al 10% del crédito agrícola formal. Según la FAO, cerrar esa brecha de género podría incrementar la producción mundial en USD 100.000 millones por año y alimentar a 150 millones de personas adicionales. Allí donde una mujer siembra, el planeta cicatriza.
Los destructores del suelo tienen capital, pero los custodios tienen raíz. Los primeros extraen valor de la tierra, los segundos lo devuelven.
Y el balance final es brutal y es que el modelo industrial gana dinero en dólares, pero pierde planeta en toneladas.
5.LA ECONOMÍA REGENERATIVA
Regenerar el suelo no es gasto y si es inversión con retorno múltiple. Según el Banco Mundial, por cada dólar destinado a restaurar tierras degradadas se recuperan entre USD 5 y USD 7 en productividad agrícola, agua retenida y reducción de desastres naturales. Aplicado al costo medio de USD 250 por hectárea, la regeneración de 2.000 millones de hectáreas produciría un beneficio neto de entre USD 2,5 y 3,5 billones en veinte años. Esa rentabilidad supera a la del petróleo y a la minería combinadas.
La FAO calcula que restaurar los suelos degradados del planeta costaría USD 300.000 millones, pero generaría beneficios económicos de USD 1,4 billones en menos de una década. Solo en África, esa inversión podría crear 35 millones de empleos verdes y aumentar el PIB agrícola continental en USD 85.000 millones al año. En América Latina, recuperar las áreas erosionadas significaría USD 120.000 millones anuales adicionales en exportaciones agrícolas sin ampliar la frontera forestal.
Los grandes fondos de inversión comienzan a mover capital hacia esta nueva frontera. En 2024, el mercado global de créditos de carbono agrícolas certificados alcanzó USD 8.200 millones, con proyecciones de llegar a USD 60.000 millones en 2030. Firmas como BlackRock, AXA Climate y Rabobank ya financian programas de suelo vivo en más de 40 países. Los bonos verdes vinculados a carbono del suelo pagan entre USD 35 y USD 80 por tonelada capturada, y los contratos más rentables son aquellos que integran regeneración, agua y biodiversidad.
El suelo regenerativo está entrando en las bolsas. En 2025, la Bolsa de Nueva York y la de Londres crearán índices verdes que valoran activos biológicos por su capacidad de absorción de carbono. Se estima que el valor financiero del carbono del suelo podría alcanzar USD 10 billones en 2040, equivalente al PIB combinado de China y Japón. Lo que antes era invisible en la contabilidad, hoy se convierte en divisa estratégica.
El nuevo PIB verde no se medirá en barriles de petróleo ni en toneladas de acero. Se medirá en toneladas de carbono retenido, en metros cúbicos de agua recuperada y en biodiversidad reconstituida. Cada punto porcentual de materia orgánica en el suelo representa USD 500.000 millones en beneficios ecosistémicos globales, según el informe de la Global Soil Partnership. La transición hacia economías regenerativas podría añadir USD 4,5 billones al PIB mundial anual hacia 2035 y reducir en un tercio los costos de salud ambiental. El suelo es el nuevo balance contable del planeta.
Quien invierte en su vida, multiplica el valor del mundo
6.LOS PIONEROS: CIENCIA Y REVOLUCIÓN RURAL
Estados Unidos, Australia y Brasil lideran los laboratorios de agricultura regenerativa más avanzados del planeta. El programa RegenNetwork USA invierte USD 2.800 millones en investigación de suelos vivos y sistemas de monitoreo satelital. En Australia, el plan nacional de “Carbon Farming” ya abarca 37 millones de hectáreas, con un valor de USD 4.200 millones en créditos certificados. Brasil impulsa el Plan ABC+ (Agricultura de Bajo Carbono), con USD 50.000 millones de inversión pública y privada hasta 2030, que busca reducir 1,1 gigatoneladas de CO₂ y recuperar 30 millones de hectáreas degradadas. Los tres países juntos controlan el 60% de los proyectos globales de certificación de carbono agrícola.
En América Latina, Chile, Argentina y México abren camino con programas piloto que combinan ciencia y tradición.
- Chile desarrolla el Programa Suelo Vivo 2030, con USD 1.500 millones para regenerar 1,2 millones de hectáreas y crear 45.000 empleos verdes rurales.
- Argentina, a través del INTA, destina USD 2.400 millones a prácticas de ganadería circular y rotación sostenible.
- México lanza el Plan Nacional de Agroecología y Carbono del Suelo, con USD 3.200 millones orientados a 2,5 millones de pequeños productores. En conjunto, la región podría generar USD 40.000 millones anuales en productividad y exportaciones regenerativas hacia 2035.
Las universidades africanas están demostrando que la innovación no siempre viene del norte. Centros en Kenia, Senegal, Ghana y Sudáfrica revalorizan los saberes ancestrales: rotación de cultivos, compostaje, policultivos y siembra lunar. El programa Soil Africa 2040 invierte USD 12.000 millones en combinar técnicas locales con biotecnología aplicada. Según la Unión Africana, recuperar el 20% de los suelos degradados del continente generaría USD 150.000 millones en beneficios agrícolas y 70 millones de empleos rurales sostenibles antes de 2035.
La tecnología satelital de la NASA y la NOAA permite medir la retención de carbono con una precisión de ±0,2 toneladas por hectárea. El programa Soil Moisture Active Passive (SMAP) abarca más de 10 millones de kilómetros cuadrados monitoreados en tiempo real. Esa infraestructura científica representa USD 1.700 millones en inversión pública estadounidense y un retorno estimado de USD 15.000 millones en valor de información climática, utilizada por aseguradoras, agricultores y gobiernos para proyectar políticas de mitigación.
Para 2030, la restauración de suelos podría generar 200 millones de empleos verdes en el mundo. La Organización Internacional del Trabajo calcula que el 60% de esos empleos estarán en zonas rurales del sur global y generarán USD 7,5 billones en ingresos acumulados en las próximas dos décadas. Las nuevas profesiones (biólogos de carbono, auditores de suelo, ingenieros de compost y gestores de biodiversidad) forman parte del nuevo contrato económico entre humanidad y planeta.
La revolución rural ya comenzó, silenciosa y digital. Lo que antes era tierra olvidada, hoy es laboratorio, inversión y futuro.
El renacimiento humano podría brotar del suelo que el progreso había pisoteado.
7.LOS SUELDOS DEL FUTURO SON SUELOS
El 60% de los empleos verdes del siglo XXI estará ligado a la tierra. Biocultivos, biomateriales, reforestación y bioenergía conforman una economía que podría alcanzar USD 12 billones anuales para 2040, según la Global Green Skills Initiative. Los biocultivos (algas, hongos, proteínas vegetales y compost industrial) ya mueven USD 380.000 millones al año, y se espera que superen USD 1,2 billones en 2035. Cada millón de hectáreas restauradas genera entre 20.000 y 25.000 empleos directos y hasta USD 2.000 millones en ingresos locales. La nueva riqueza no se extrae: se cultiva.
Un suelo sano reduce hasta 40% los costos sanitarios derivados de contaminación alimentaria y exposición química. La OMS estima que la contaminación agrícola genera pérdidas sanitarias globales de USD 580.000 millones anuales en enfermedades gastrointestinales, cánceres y afecciones neurológicas. Restaurar la salud del suelo implicaría un ahorro inmediato de USD 230.000 millones por año, cifra superior al presupuesto anual del sistema público de salud de la Unión Europea. Los países que invierten en suelos vivos no solo alimentan mejor: gastan menos en hospitales.
Las ciudades son parte del ciclo. Cada año el mundo genera 1.400 millones de toneladas de residuos orgánicos urbanos, de las cuales el 70% termina en vertederos. Si esas biomasas fueran compostadas y devueltas al campo, podrían reemplazar USD 60.000 millones en fertilizantes sintéticos y reducir 500 millones de toneladas de CO₂. Programas piloto en Tokio, París y Bogotá ya convierten basura en suelo, con beneficios económicos de USD 2.500 millones anuales y 120.000 nuevos empleos en logística verde. Lo que hoy se entierra podría alimentar la economía circular del mañana.
Las cárcavas (esas heridas abiertas del paisaje) pueden transformarse en reservas de agua subterránea. Cada hectárea restaurada con técnicas de infiltración cuesta en promedio USD 1.800 y recupera hasta 4 millones de litros de agua al año, equivalentes a USD 2.000 en valor hídrico. En India, el programa Mission Walter Vaults ya rehabilitó 40.000 hectáreas de cárcavas, almacenando 160 millones de metros cúbicos de agua y generando beneficios equivalentes a USD 350 millones. Convertir erosión en agua es una inversión más rentable que construir represas.
El suelo es el nuevo banco central del planeta. Cada punto porcentual adicional de materia orgánica equivale a USD 500.000 millones en servicios ecosistémicos como agua, polinización, carbono y alimentos. La economía del suelo podría capitalizar USD 15 billones en activos biológicos antes de 2050, transformando la política monetaria en política ecológica. Los depósitos ya no serán metálicos ni digitales, sino biológicos. Y el interés compuesto se medirá en vida. El futuro del trabajo no será virtual ni aéreo. Será terrestre.
Porque quien cuide el suelo, controlará el valor real del planeta.
8.LA REVOLUCIÓN DE LA COMPOSTA
Cada kilo de compost evita 4 kilos de CO₂, lo que equivale a USD 200 por tonelada en créditos de carbono a precios actuales. A nivel global, se producen más de 1.400 millones de toneladas de residuos orgánicos por año; si el 50% de ellos se compostara, el planeta podría reducir 2.800 millones de toneladas de CO₂ anuales, equivalente a las emisiones conjuntas de Japón y Alemania. El valor climático de esa reducción supera USD 140.000 millones por año, con un costo operativo diez veces menor que cualquier planta de captura industrial.
En California, el programa Compost for Climate recupera 200.000 hectáreas por año mediante la aplicación de materia orgánica sobre suelos áridos. El presupuesto estatal alcanza USD 1.200 millones anuales, pero genera beneficios agrícolas y climáticos superiores a USD 5.800 millones. Los agricultores participantes informan incrementos del 30% en productividad y una reducción del 25% en consumo de agua, lo que equivale a USD 600 millones de ahorro anual en bombeo e irrigación. El modelo californiano ya se replica en Nevada, Texas y partes de Australia con resultados similares.
La Unión Europea destinó USD 8.000 millones a proyectos de compostaje urbano bajo el programa Circular Bioeconomy 2030. Las principales ciudades (París, Milán, Copenhague y Berlín) reciclan en conjunto 18 millones de toneladas anuales de residuos orgánicos, generando USD 3.200 millones en fertilizantes naturales y USD 1.000 millones en energía térmica y biogás. En 2024, la UE aprobó una directiva que exige que el 60% de los residuos urbanos se transformen en compost antes de 2035, lo que podría crear 1,5 millones de nuevos empleos y reducir USD 20.000 millones anuales en costos de vertederos.
En Chile, menos del 2% de los residuos orgánicos se reciclan. El país genera 4,5 millones de toneladas anuales de basura alimentaria que podrían producir 1,8 millones de toneladas de compost y generar un ahorro potencial de USD 450 millones en fertilizantes químicos. El Ministerio del Medio Ambiente calcula que expandir el reciclaje orgánico al 25% crearía 20.000 empleos verdes y reduciría 1,5 millones de toneladas de CO₂, equivalente a USD 75 millones en créditos de carbono. La revolución orgánica chilena aún duerme en los vertederos.
El reciclaje orgánico masivo podría cubrir el 10% de las necesidades energéticas nacionales mediante biogás. Cada tonelada de residuo orgánico produce en promedio 120 m³ de biogás, valorado en USD 60. Si el 20% de los residuos globales se transformara en energía, el potencial equivaldría a USD 90.000 millones anuales en electricidad renovable. Alemania y Corea del Sur ya integran la red de compost-biogás en sus matrices, sustituyendo 4.000 millones de litros de diésel al año y evitando USD 7.000 millones en importaciones fósiles.
El compost no es basura transformada, es economía circular pura y en cada lombriz hay más ingeniería climática que en un satélite.
Y cada puñado de compost es un pedazo del futuro que el planeta está pidiendo.
9.RELIGIÓN DE LA TIERRA: CULTURA, MEMORIA Y ESPÍRITU
En la cosmovisión mapuche, Ngenechen nace del barro. La vida no surge del cielo, sino del suelo. El barro no es símbolo, es origen. Cada ceremonia de siembra, cada nguillatún, devuelve a la tierra lo que se le toma. En Chile y Argentina, más de 2 millones de hectáreas siguen bajo manejo comunitario ancestral. Si se aplicaran esas prácticas a toda la Patagonia verde, el valor ecológico anual alcanzaría USD 3.000 millones en captura de carbono, agua y alimentos limpios. Lo espiritual y lo económico coinciden, cuidar la tierra rinde.
En África, los rituales de siembra reconocen al suelo como deidad protectora. En Ghana, Etiopía y Nigeria, las comunidades destinan entre el 5 y el 10% de su ingreso agrícola a festividades, ofrendas y rituales que celebran la fertilidad. Ese circuito cultural mueve más de USD 800 millones al año en economía local, pero sobre todo mantiene la continuidad ecológica. Los estudios del African Soil Institute demuestran que las zonas con fuerte identidad ritual conservan 30% más carbono en el suelo que las áreas explotadas comercialmente. La fe también captura carbono.
Las culturas andinas llaman al humus “la piel de la Tierra”. En Perú, Bolivia y Ecuador, los sistemas agrícolas precolombinos (andenes, terrazas, rotación) sostienen aún 1,6 millones de hectáreas en producción activa, valoradas en USD 5.500 millones anuales en rendimiento agrícola y ecoturismo. En esos paisajes, el suelo se cuida como un cuerpo y se limpia, se nutre, se honra. No hay palabra para “propiedad” en quechua ni aymara y si hay palabra para “reciprocidad”.
En todas las lenguas indígenas, “madre” y “tierra” son la misma palabra. En náhuatl, Tonantzin; en sánscrito, Prithvi; en swahili, Mama Dunia. Esa identidad lingüística representa más que una metáfora y si configura un modelo civilizatorio que hoy las economías modernas redescubren con otro lenguaje, el de los indicadores verdes. La ONU valora los servicios ecosistémicos de los territorios indígenas en USD 9 billones anuales, pero la humanidad todavía los trata como folclore.
Besa el Suelo no es una metáfora y si es un reconocimiento. Es la restitución moral de una verdad milenaria. Besar el suelo es aceptar que todo lo que somos (economía, cuerpo, arte y memoria) proviene de allí. Los pueblos originarios lo sabían sin satélites ni sensores. Cada danza, cada canto, cada semilla puesta en manos del niño era una inversión en el futuro. Hoy, ese conocimiento ancestral podría valer más que todo el litio del planeta.
El alma de la Tierra no está en los templos ni en los parlamentos, está en el suelo que nos dio el primer aliento.
Y mientras la humanidad lo bese con respeto, seguirá respirando.
10.HACIA UN PACTO GLOBAL DEL SUELO
La ONU prepara la Década de la Restauración de Suelos (2025-2035) como parte de su estrategia para frenar la degradación planetaria. El presupuesto estimado supera los USD 160 000 millones, destinados a investigación, restauración y educación rural en 100 países. Si los compromisos se cumplen, podrían recuperarse 350 millones de hectáreas, generando un retorno económico de USD 5 billones en productividad, agua y reducción de desastres climáticos. Es la mayor inversión civilizatoria en suelo desde la invención de la agricultura.
Ciento cuarenta países ya discuten un Tratado Vinculante sobre Carbono Orgánico del Suelo. El borrador, liderado por la FAO y la Unión Africana, propone que cada nación incorpore el suelo como activo contable dentro de su balance climático. El costo inicial de implementación rondaría USD 90.000 millones, pero los beneficios superarían USD 3 billones por año al reducir emisiones y aumentar resiliencia agrícola. Los créditos de carbono de suelo (hoy valuados en USD 70.000 millones) podrían multiplicarse por cinco hacia 2035. Por primera vez, el suelo ingresará en la diplomacia económica mundial.
China y la India encabezan la reforestación global con un plan conjunto de 100 millones de hectáreas de especies nativas, equivalente a la superficie de Egipto. El programa, financiado con USD 120.000 millones, busca absorber 20 gigatoneladas de CO₂ y crear 30 millones de empleos rurales antes de 2040. Solo el proyecto indio Green Bharat Mission movilizará USD 60.000 millones en inversión pública y privada. Beijing, por su parte, destina USD 45.000 millones a cinturones forestales urbanos que ya reducen la temperatura local hasta 1,2 °C en regiones industriales.
América Latina propone crear un Banco Verde de Suelos, con sede en Montevideo y capital inicial de USD 10.000 millones, impulsado por la CEPAL, el BID y la CAF. Este fondo financiará proyectos de agricultura regenerativa, bonos de carbono y restauración de cuencas degradadas. Su meta es movilizar USD 100.000 millones en crédito climático antes de 2035, priorizando a comunidades rurales e indígenas. Cada dólar invertido generará USD 6 en retorno ecosistémico, según la Alianza Latinoamericana de Suelos. La región busca convertir su biodiversidad en soberanía económica.
La meta 2050 es clara y es carbono neutralidad desde la raíz. Alcanzarla demandará USD 8 billones en inversión acumulada, pero podría generar USD 30 billones en beneficios climáticos y agrícolas. Reduciría la pobreza rural en un 40%, restauraría los 2.000 millones de hectáreas y estabilizaría el aumento de temperatura en 1,5 °C. No se trata solo de carbono y si se trata del derecho a seguir habitando la Tierra.
El pacto global del suelo será la verdadera constitución ecológica del siglo XXI.
El día que los gobiernos lo firmen, el planeta firmará su tregua con la humanidad.
11.TABLA GLOBAL DEL SUELO PLANETA
El suelo no solo sostiene la vida. Sostiene la economía oculta del mundo. Cada hectárea regenerada, cada tonelada de carbono retenida, cada litro de agua infiltrada tiene un valor real en dólares que redefine el concepto de riqueza.
ECONOMÍA DEL SUELO PLANETA 2025–2050
(Cifras globales aproximadas en USD — FAO / ONU / IPCC)
Regenerar suelos: inversión 300.000 millones, beneficio 1,4 billones → retorno ×5
Carbono capturado: valor anual 40 billones, costo 40 USD/t, ahorro sanitario 800.000 millones
Agua retenida: 180.000 L/t, valor 150 USD/t, impacto global 450.000 millones
Créditos de carbono agrícolas: 2025 → 8.200 M / 2035 → 60.000 M, inversión total 250.000 M
Agricultura química: gasto 550.000 M, daños 1,1 billones, pérdida total 1,65 billones
Restauración nacional (China-India-Brasil-EE.UU.): inversión 225.000 M, beneficio 6 billones, 260 M empleos verdes
Economía regenerativa global: potencial 12 billones/año, PIB verde +4,5 billones, ahorro sanitario 230.000 M
Saberes y territorios indígenas: valor 9 billones, pérdida forestal 70.000 M/año, +1 gigatonelada CO₂ evitada
Energía de residuos orgánicos: inversión 90.000 M, valor anual 110.000 M, ahorro fósil 7.000 M
Meta 2050 (carbono-neutralidad): inversión 8 billones, beneficio 30 billones, reducción pobreza rural 40 %
El suelo es el balance general de la vida y ninguna bolsa, ningún banco, ningún algoritmo genera tanto valor por dólar invertido.
La rentabilidad de la Tierra no se mide en cotizaciones, sino en respiración.
Allí donde una semilla reemplaza a un billete, comienza la nueva contabilidad del siglo XXI.
El futuro económico del planeta está escrito en el humus.
BESAR EL SUELO, NO EL PODER
El futuro no se negocia en bolsas ni cumbres. Se cultiva con las manos y el poder que viene no será financiero, será fértil.
Besar el suelo es reconocer la deuda más antigua de la humanidad y es la que tenemos con la Tierra. Ninguna tecnología puede sustituir la inteligencia de una raíz y ningún discurso puede reemplazar el silencio de un bosque que vuelve a crecer.
Cada hectárea recuperada es un tratado de paz entre la especie humana y su planeta. Cada puñado de humus es una moneda de vida y las civilizaciones que besaron la tierra prosperaron, las que la pisotearon desaparecieron bajo su polvo.
El nuevo pacto no se firma con tinta, se firma con compost. No lo harán los bancos, lo harán los pueblos y cuando la humanidad vuelva a tocar el suelo con respeto, el suelo volverá a sostenerla.
El siglo XXI no será el de la conquista del espacio. Será el de la reconciliación con la Tierra.
Porque quien besa el suelo, besa su futuro…
BIBLIOGRAFÍA
- FAO (2024). The State of the World’s Soils. Roma.
- ONU-UNEP (2025). Decade on Ecosystem and Soil Restoration 2025-2035.
- NASA & NOAA (2024). Soil Carbon and Moisture Observation Satellite Program (SMAP).
- IPCC (2023). Land Use, Land-Use Change and Forestry — Sixth Assessment Report.
- World Bank (2024). Global Soil Partnership Financing Report.
- Regeneration International (2023). Global Regenerative Agriculture Status Update.
- Global Soil Partnership (2024). Soil Organic Carbon Investment Outlook.
- UNDP & African Union (2024). Soil Africa 2040 Program.
- EU Commission (2023). Circular Bioeconomy & Composting Strategy.
- Tickell, Joshua (2020). Kiss the Ground (documental). Netflix.
Mauricio Herrera Kahn
Nota original en: PRESSENZA.COM




