En una región dividida demasiado a menudo por la historia, la política y las fronteras, es fácil olvidar cuánto nos une: sueños compartidos, luchas compartidas y un amor compartido por el deporte. Entre ellos, el fútbol se ha convertido silenciosamente en una fuerza para la paz, la amistad y el diálogo en todo el sur de Asia.
Como humanista y educador, siempre he creído que el cambio real comienza cuando la reflexión se une a la acción, una idea inspirada en la filosofía de transformación de Paulo Freire y en la creencia de Hegel de que el progreso se logra a través de la lucha y la contradicción. El camino hacia la paz nunca es recto, sino que zigzaguea entre dificultades y malentendidos. Sin embargo, incluso en esos momentos de dificultad, la esperanza encuentra un camino a seguir.
Esa esperanza comenzó hace años como una conversación entre amigos. Compartí un sueño con Nazrul Islam, de Bangladesh, Decler, de Australia, y Sudhir Bhai, de la India: utilizar el fútbol como lenguaje de paz en el sur de Asia. Al fin y al cabo, el deporte tiene el poder de hacer lo que la política no puede: unir a las personas en igualdad de condiciones.
Nuestros primeros esfuerzos por incluir a la India a través de nuestro amigo Sudhir Gandotra en Delhi se enfrentaron a las conocidas barreras de las tensas relaciones oficiales entre la India y Pakistán. Pero en lugar de rendirnos, ampliamos nuestro círculo.
Pronto, Nazrul Islam y Decler se unieron para llevar adelante la idea. Tras largas discusiones, retrasos en los visados y obstáculos logísticos, decidimos hacer realidad el sueño a través de las universidades.
La Universidad del Punjab, en Pakistán, y la Universidad Agrícola Sher-e-Bangla, en Daca, se sumaron al proyecto con entusiasmo. Más tarde, Tulsi, de Nepal, se unió al grupo, completando así el trío del sur de Asia. La Universidad Agrícola Sher-e-Bangla aceptó amablemente organizar el evento en Daca, donde se reunirían estudiantes de Pakistán, Bangladés y Nepal, no como rivales, sino como compañeros de equipo en la búsqueda común de la paz.
No fue una tarea fácil. Las limitaciones financieras y los trámites de viaje pusieron a prueba la paciencia de todos. Cada jugador y oficial tuvo que asumir el costo del viaje internacional. Sin embargo, nadie dudó. Su compromiso fue la prueba de que el espíritu humano, cuando está impulsado por un propósito, puede superar tanto las fronteras como las burocracias.
A diferencia de los torneos tradicionales, en los que predomina la competición, este festival de fútbol se diseñó de forma diferente. No habría ganadores ni perdedores, ni primer, segundo o tercer puesto. En su lugar, todos los equipos compartirían la victoria y todos los jugadores recibirían un reconocimiento. El objetivo no era ganar trofeos, sino ganarse los corazones.
Del 13 al 15 de noviembre, las instalaciones de la Universidad Agrícola Sher-e-Bangla acogen partidos que representan algo mucho más importante que el deporte. Estudiantes y espectadores verán a jóvenes atletas de tres naciones jugar codo con codo, encarnando los valores de la amistad, el respeto y la no violencia. Ya se han repartido las camisetas de fútbol entre los equipos de Pakistán, Bangladesh y Nepal, un gesto sencillo pero poderoso de igualdad y unidad.
Esta iniciativa es más que un simple torneo; es un ejemplo vivo de cómo se puede practicar la paz, y no solo predicarla. El fútbol se ha convertido en un medio para el diálogo, un recordatorio de que los jóvenes del sur de Asia comparten mucho más de lo que les divide. Con cada pase y cada apretón de manos, envían un mensaje más fuerte que cualquier discurso: que la paz es posible y que comienza con las personas.
En mi opinión, este proyecto no solo tiene que ver con el fútbol, sino con recuperar nuestra humanidad compartida. Demuestra que, incluso en tiempos de división, podemos establecer conexiones a través de la creatividad, la compasión y el coraje. El sur de Asia necesita momentos así, momentos en los que el campo se convierte en un aula y el juego se convierte en una lección de convivencia.
La paz, al igual que el fútbol, requiere trabajo en equipo. Y cuando los jugadores saltan al campo en Daca, llevan consigo algo más que sus banderas nacionales: llevan la esperanza de una región que anhela redescubrir la unidad a través de la alegría sencilla y universal del juego.
Irshad Ahmad Mughal
Nota Original en: PRESSENZA.COM




