La pirotecnia pudo ser apreciada especialmente en el área norte. En el centro se vio menos, pero no faltó público Verde, rojo, dorado, violeta, gente, más gente, aplausos, silencio, Piazzolla, gente, sándwiches, cerveza, embotellamientos, más gente. Cada palabra define por sí misma parte de lo que se vivió anoche antes y después del show de fuegos artificiales correspondiente a la inauguración del III Congreso Internacional de la Lengua Española. Los rosarinos salieron literalmente en masa hacia la costa para disfrutar de un espectáculo único al que no le faltaron condimentos.
La Municipalidad y la empresa organizadora presentaron al acontecimiento como «único en su tipo». Minutos antes de que se lanzaran las coloridas detonaciones, uno de los responsables de la firma dijo que se había preparado «uno de los 10 shows mejores del mundo».
Y la gente quizás sintió que asistía a un momento irrepetible. En rigor, así lo hicieron saber quienes estuvieron cerca de las detonaciones, en la costa norte. Porque al resto, que observó la seguidilla de luces desde otros sectores ribereños, le quedó un sabor a decepción.
Los fuegos artificiales fueron lanzados desde el puente principal de la conexión a Victoria, a varios kilómetros de distancia del macrocentro, por lo que no fue lo mismo verlos desde allí que en las cercanías de la traza.
Se vivieron 20 minutos a puro color y luz, desde las 21.40, diez minutos después de lo previsto. A esa hora cientos de miles de personas ya estaban instaladas hasta en los lugares más insólitos con tal de no perder su propia platea.
Familias enteras, hasta con bebés, salieron entrada la tarde hacia algún rincón de la ciudad para adueñarse de una buena vista.
Cerca de las 18 las líneas 103, 107 y 143 iban al palo desde barrio Rucci. No faltaron el equipo de mate, las reposeras, las heladeritas de pic-nic y los tupper con todo tipo de fast food casera.
«Nunca en mi vida vi este embotellamiento sobre bulevar Oroño», dijo una mujer entrada en años que observaba el panorama junto a La Capital. Las personas parecían hormigas desenfrenadas. En efecto, cuando se hizo la hora del inicio de la pirotecnia, algunos que ya no llegarían hasta la costa en auto decidieron abandonarlos en medio de las calles y correr hasta encontrar su sitio de cara al río.
En la avenida de la costa Arturo Illia y Moreno, el parque Sunchales estaba colmado. Cada ventana de los edificios de la zona estaba iluminada y hasta había gente en las obras en construcción.
El operativo de tránsito que se lanzó a las 18 no dio abasto. En el túnel del parque de España se produjeron verdaderos atascos interminables y miles de personas se quedaron sin ver nada, atrapadas por el tránsito endemoniado.
La postal se repitió en avenida Colombres. El tránsito vehicular avanzaba a paso de elefante y en las distintas arterias que conducían hacia Punta Alta miles y miles de rosarinos enfilaron con destino al muelle. Todos apretujados miraron con atención cuando toda la ciudad se reflejó en el cielo multicolor y ensayaron el ritual del deslumbramiento. Si hasta algunos agentes policiales, estratégicamente distribuidos en las escaleras frente al Paseo del Caminante, retrataron el paisaje con sus filmadoras de última generación. Tampoco faltaron las cámaras fotográficas que empuñaban los que gozaron de un lugar privilegiado a la vera del río.
En tanto, bajo el estricto control de la Prefectura, un pequeño grupo de personas siguió la ceremonia desde sus embarcaciones.
El público vio los fuegos atento y en silencio, aunque hubo aplausos y gritos en los intervalos. Y los más jóvenes hasta se animaron a bailar.
Las autoridades e invitados especiales se congregaron en un coqueto salón de fiestas donde degustaron canapés y bebieron buen vino.
Se observaron bombas acuáticas y los más diversos dibujos en el aire, acompañados por tangos de Piazzolla y Mariano Mores, aparte del «Malambo» de Alberto Ginastera. En el inicio se escuchó el texto «Baladas del Paraná» del poeta español Rafael Alberti. Y al cierre «Tema de Rosario», de Lalo de los Santos.
Fuente:La Capital – Pablo R. Procopio-Mauricio Tallone
Imagen: Marcelo Bustamante