
El MIT crea un microrrobot aéreo capaz de hacer volteretas, acelerar como un abejorro y mantener el control en turbulencias extremas
Un equipo del MIT ha logrado que un microrrobot aéreo, más ligero que un clip, vuele con una agilidad comparable a la de un abejorro. Gracias a un controlador basado en IA, el diminuto robot puede ejecutar volteretas rápidas, maniobras agresivas y aceleraciones extremas que superan en más del 400 % a sus versiones anteriores. Su potencial en rescates y conservación es enorme.
Hay innovaciones que son y se anuncian en grande, y otras que entran en escena casi sin hacer ruido… literalmente. Este microrrobot del MIT pertenece a la segunda categoría. Del tamaño de un insecto grande y con un peso ridículo, acaba de lograr algo que parecía reservado a la biología: volar rápido, agresivo y con maniobras acrobáticas controladas.
Lo que antes eran vuelos tímidos y lentos ahora es un torbellino mecánico capaz de ejecutar diez volteretas en once segundos y mantener su rumbo como si tuviera un instinto natural.
De prototipo frágil a acróbata aéreo: la evolución de un robot ligero como un clip
Hasta el momento, los microrrobots aéreos tenían un problema evidente: podían despegar, pero no podían “volar” de verdad. Sus trayectorias eran suaves, predecibles y demasiado lentas como para compararse con un insecto real. El equipo de Kevin Chen llevaba años investigando cómo acercarse a ese ideal biológico, afinando materiales blandos que actúan como músculos artificiales y ampliando las alas para mejorar el empuje.
La pieza que faltaba era el cerebro. Controladores ajustados a mano limitaban por completo la agresividad del vuelo: si un giro era demasiado rápido, el robot perdía estabilidad; si una aceleración pasaba cierto umbral, la maniobra colapsaba. El nuevo sistema cambia todo eso. Con una arquitectura combinada —un planificador predictivo unido a un modelo ligero entrenado por imitación—, el robot puede anticipar sus movimientos, corregirlos y ejecutarlos con milisegundos de margen.
El resultado es un salto totalmente cuantitativo: 447 % más velocidad, 255 % más aceleración y una precisión de apenas cuatro o cinco centímetros respecto a la trayectoria prevista. A efectos prácticos, es un insecto robótico con reflejos casi biológicos.
La IA como copiloto: dos cerebros para un vuelo que exige precisión extrema
La clave del avance está en la inteligencia artificial, pero no en una IA genérica, sino en un sistema dividido en dos niveles. El primero es un controlador predictivo por modelos capaz de calcular maniobras complejas: volteretas continuas, frenadas violentas o giros cerrados que antes habrían sido imposibles sin perder el control. Ese planificador genera las trayectorias ideales, teniendo en cuenta límites físicos y de seguridad.
El segundo nivel traduce ese plan en algo ejecutable. Mediante aprendizaje por imitación, los ingenieros entrenaron a una red neuronal para comportarse como una versión comprimida del controlador predictivo: más ligera, más rápida y apta para funcionar en tiempo real sin saturar el robot. Es el equivalente a destilar la inteligencia de un sistema grande en un modelo que cabe en la “cabeza” de un insecto artificial.
Esa combinación permite hacer algo que ni los drones comerciales ni los microrrobots anteriores pueden replicar: reacciones instantáneas en entornos caóticos. En pruebas, el robot mantuvo maniobras precisas incluso con turbulencias superiores a 1 metro por segundo, un desafío brutal cuando se opera a esa escala.
Rendimiento insectil: sacádicos, acrobacias y vuelo estable incluso con turbulencias

Para comprender la magnitud del avance, basta comparar sus maniobras con las de un insecto real. Los investigadores observaron que el robot puede ejecutar movimientos “sacádicos”: pequeños cambios bruscos de orientación que los abejorros y abejas utilizan para fijar referencias visuales mientras vuelan deprisa. Es un comportamiento emergente, no programado explícitamente, que revela hasta qué punto la biomimética está funcionando.
Además de las volteretas —diez en once segundos—, el robot mantiene la ruta prevista incluso en condiciones adversas. Es un hito a tan pequeña escala, donde las tolerancias de fabricación son mínimas y cualquier imperfección puede arruinar la maniobra. Expertos externos, como Sarah Bergbreiter de Carnegie Mellon, destacan la estabilidad lograda pese a turbulencias fuertes y a vibraciones inevitables en robots tan ligeros.
El siguiente paso será integrar cámaras y sensores que permitan vuelos autónomos en exteriores, sin depender de sistemas de captura de movimiento. Y, a largo plazo, resolver cómo varios robots podrían coordinarse para volar en grupo sin colisionar.
Un futuro de rescates silenciosos, inspecciones limpias y conservación no invasiva
El potencial práctico va mucho más allá del laboratorio. Gracias a su tamaño diminuto y su precisión acrobática, estos microrrobots podrían operar en situaciones en las que un dron normal sería inútil: huecos estrechos tras un terremoto, entramados peligrosos dentro de edificios dañados, grietas bajo los escombros o zonas donde el polvo y la inestabilidad vuelven insegura la intervención humana.
También podrían inspeccionar turbinas eólicas o paneles solares sin maquinaria pesada, mapear zonas forestales en busca de incendios incipientes o monitorear biodiversidad sin perturbar especies sensibles. Su huella ecológica es mínima: no requieren grandes infraestructuras, no desplazan aire como los drones convencionales y consumen una fracción de su energía.
No es solo un logro ingenieril. Es una pista de cómo la robótica aérea puede alinearse con un futuro sostenible: máquinas más pequeñas, más rápidas, más inteligentes y menos intrusivas.
Quizá este microrrobot nunca llegue a enfrentarse a un abejorro real, pero ya ha demostrado que puede moverse como uno. Y si la naturaleza fue la primera ingeniera del vuelo, el MIT acaba de dar un paso decisivo hacia la segunda generación: la de los robots que aprenden a volar, no copiando linealmente, sino entendiendo lo que hace posible el movimiento en primer lugar.
Nota original en: GIZMODO




