El dato del IPC de febrero pasado publicado por el Indec encendió las alarmas.
Falta un acuerdo social
Por Federico Zirulnik (*)
Tanto para el gobierno y sus aspiraciones electorales, como para el conjunto de trabajadores y trabajadoras que ven cada vez más difícil de concretar el sueño de ganarle a la inflación. A raíz de esto, en los últimos días se han escuchado numerosos análisis que, desmenuzando el índice de precios, pusieron el foco en los rubros que más aumentaron en el mes –alimentos y bebidas no alcohólicas, carnes y sus derivados, servicios de comunicación, etc.–, en la inflación núcleo o los regulados o en demás cuestiones que irán cambiando mes a mes, pero que no explican el fondo de la cuestión. Por otro lado, no faltaron los análisis más ortodoxos exigiendo una reducción –aún– más rápida del gasto público o una menor emisión monetaria. Tampoco los debates entre heterodoxos, discutiendo acerca de si son los salarios o los elevados márgenes de ganancias los que generan la inflación actual. Aquí nos detendremos.
En primer lugar, vale la pena hacer una aclaración. En el debate anterior, pareciera haber una confusión entre lo que en la economía llamamos variaciones y lo que denominamos niveles. El IPC es un índice que mide la variación nominal de los precios en un tiempo determinado. En otras palabras, podemos decir que muestra la “velocidad” a la que crecen los precios. Cuando se discute sobre salarios –en este momento extremadamente bajos en términos reales- o sobre márgenes de ganancias -más altos que hace algunos años–, los que se está discutiendo son niveles.
Dicho esto, podemos encontrar en la historia o en el mundo, momentos en los que una economía puede sufrir procesos inflacionarios de una magnitud considerable –variaciones– y contar con salarios altos en términos reales –niveles– como fue el caso de Argentina entre 2010 y 2015, situaciones como la Argentina actual en donde la inflación es muy alta y los salarios reales muy bajos, o bien economías sin inflación tanto con salarios reales altos como bajos. En definitiva, lo que se trata de exponer aquí es que los salarios reales, en tanto precio relativo, pueden llegar a influir en el nivel de precios de una economía, pero no en el ritmo al que éstos crecen. Situación análoga se da con los márgenes de ganancia.
Por tanto, en el contexto actual, ¿es correcto responsabilizar a los salarios como el factor que genera inflación? Desde CESO creemos rotundamente que no. ¿Son entonces los altos márgenes de ganancia los que la provocan? Tampoco. Seguir discutiendo aumentos nominales de precios y salarios –es decir, variaciones– es lo que nos está conduciendo a esta espiral inflacionaria cada vez más alta.
Si replicamos este mismo conflicto distributivo entre salarios y ganancias a todos los aspectos o sectores de la economía –como alquileres e inquilinos, productores y proveedores de insumos, o cualquier otra transacción económica– lo que vemos es una economía que se encuentra cada vez más indexada, que intensifica los factores inerciales de la inflación; y en donde muchos de los aumentos se dan en función de la inflación pasada.
En un contexto en donde la inflación interanual llegó a los tres dígitos y donde los ingresos de los trabajadores y trabajadoras se encuentran en niveles muy bajos en términos históricos, lo que se necesita es frenar estos factores inerciales y alterar los precios relativos de la economía. Tarea para nada sencilla. Para ello es necesario, o bien lograr un gran acuerdo social, o bien una fuerza política con la aceptación suficientemente alta como para tocar intereses, sin que eso derive en una escalada en la conflictividad social. Poder encauzar la discusión acerca de los niveles que deben tener los salarios reales –por si hace falta repetirlo, en niveles extremadamente bajos en la actualidad– y como contrapartida, los márgenes de ganancia. El centro de gravedad de la economía política entendida como ciencia.
Sin dudas, en el escenario actual en donde existe una vulnerabilidad social cada vez más elevada, donde la escasez de reservas y la fragilidad externa presionan sobre las expectativas devaluatorias, donde la sequía expone aún más nuestros problemas relacionados con la restricción externa, y con un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que reduce los grados de libertad de la política económica, lo anterior parece cada vez más lejano.
(*) Economista del CESO. Docente de la Universidad Nacional de Moreno.
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Diversos mecanismos
Por Yanina Busquet (**)
A partir de la última publicación del Índice de Precios al Consumidor (IPC), se reanudó un nuevo capítulo en la historia de la inflación argentina. Con una suba del 6,6 por ciento en febrero y un incremento de 102,5 por ciento interanual, marcó récord de tres dígitos en los últimos treinta años. Lo más preocupante es el aumento de los precios de Alimentos y bebidas con una fuerte suba de 9,8 por ciento, siendo lo que más traccionó al alza dentro del IPC. La mayor incidencia la tuvo el incremento del precio de la carne y las subas en los precios de los productos lácteos y huevos. Por otra parte, el precio de las frutas también traccionó al fuerte aumento, pero por cuestiones estacionales.
Pese a los problemas estructurales que posee Argentina para frenar la inflación y luego de un 2022 para el olvido, este fuerte aumento en el precio de los alimentos se le atribuye a la profunda sequía que perjudicó a la producción y provocó un aumento en los costos para alimentar a los animales. Las lluvias son anheladas no solo para calmar la ola de calor, sino también, para alivianar los problemas económicos.
La inflación es evidente entre los consumidores, que no pueden determinar la delgada línea entre lo que es caro y lo que es barato, y entre los productores y comerciantes, que conviven sin precios de referencia. En el primer caso, lo más alarmante es el impacto en el costo de vida de la población, la fuerte suba en el precio de los alimentos afecta en mayor medida a la población de menores recursos y con mayor vulnerabilidad frente a la coyuntura económica. En febrero la línea de pobreza para un adulto alcanzó los 57.302 pesos, según la canasta básica total publicada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), registrando un aumento de 8,3 por ciento mensual. Mientras que, para estar por encima de la línea de la indigencia, se necesitaron 26.046 pesos, según la canasta básica alimentaria que registró un incremento de 11,7 por ciento en febrero. Finalmente, una familia de cuatro integrantes, dos adultos y dos menores, necesitan más de 177.000 pesos para no ser pobres, sin tener en cuenta el precio del alquiler para aquellas familias que no cuentan con casa propia.
Por el lado de los productores y comerciantes, las pymes son las que resultan mayormente afectadas frente a la inercia inflacionaria. La fuerte distorsión en los precios relativos deriva en la falta de referencias y en la dificultad para planificar. Las empresas de menor tamaño no cuentan con las herramientas de negociación ni la estructura financiera para hacer frente a los incrementos de costos, generando una pérdida de rentabilidad. A esto se le suman las dificultades para acceder a los insumos importados debido a la restricción externa y a la falta de aprobación del Sistema de Importaciones de la República Argentina (SIRA). La sequía suma un componente explosivo en este contexto económico, no sólo para el mercado interno donde los precios se duplicaron durante el último año, sino también con la caída de las exportaciones, en un escenario donde la falta de dólares condiciona el resto de las variables económicas y políticas. Esta caída en el ingreso de divisas nos hace repensar sobre la falta de diversificación de las exportaciones.
Otro de los datos que preocupa es la inflación núcleo, que registró una suba de 7,7 por ciento, sobrepasando el resto de las categorías. La importancia de este indicador reside en su carácter de largo plazo, a diferencia de las otras dos categorías, esta parte de los aumentos no está afectada por el factor estacional ni por los incrementos regulados por el Estado que tienden a presentar saltos más abruptos. Sin embargo, en este último mes el mayor incremento se registró en el IPC núcleo, lo que genera una mayor preocupación por el componente estructural de la inflación.
Una de las medidas llevada a cabo por parte de la política monetaria es el aumento de la tasa de interés nominal anual (TNA). El Banco Central decidió aumentar casi 3 puntos porcentuales y ubicó la tasa de interés sobre los plazos fijos en 78 por ciento nominal anual (TNA). Una medida de índole recesiva que tiene como contracara el enfriamiento de la economía, pero que por sí sola, no solucionaría el grave problema inflacionario.
Por otra parte, se esperan nuevos anuncios por parte del gobierno sobre un paquete de medidas para apaciguar la inercia inflacionaria. El panorama es complejo, entre el aumento de las presiones cambiarias, el FMI pisándonos los talones y la incertidumbre macroeconómica, se deberá recurrir a un conjunto de diversos mecanismos para frenar la inflación, sobre todo en un año electoral donde las tensiones políticas implican mayores dificultades.
(**) Integrante de Paridad en la Macro.
Fuente: Economía | Página12