En 1974, los estudiantes de tercero y cuarto año de la escuela secundaria de la Unidad Educativa Central Orinoca, donde estudió Evo Morales, viajaron a conocer La Paz y, entre otras cosas, llegaron al Palacio Quemado, la casa de gobierno. Pero Evo y sus compañeros se quedaron sentados esperando que el dictador Hugo Banzer Suárez los atendiera. Tenía 15 años y cuando salieron a la Plaza Murillo, les dijo a sus compañeros: «Algún día voy a ser presidente… y cuando sea presidente, fácil me van a encontrar».
por Mariano Saravia, La Capital.
Ahora aparece por la puerta del salón principal este hombre de 50 años, ya presidente pero con algo todavía de aquel chango de 15, que ya entonces mostraba dotes de líder. En el medio pasó su etapa de pastor de ovejas y llamas, de cocalero, de sindicalista en el Chapare, de diputado, hasta llegar a ser el 84º presidente de Bolivia, que acaba de obtener un triunfo fundamental haciendo aprobar una Constitución que fortalece su proceso revolucionario de refundación del país.
La jornada cívica del 25 de enero pasado fue una verdadera lección de democracia del pueblo boliviano. No sólo por la altísima participación del electorado y la ausencia de cualquier problema, sino por lo inusual de una consulta como ésta.
En la mayoría de los países del mundo, una reforma constitucional es producto de acuerdos entre los partidos políticos. El Congreso vota la necesidad de la reforma, se eligen constituyentes, se reúne la asamblea que delibera por un tiempo, llega a acuerdos y finalmente sanciona la nueva Constitución. Pero casi en ningún país se vuelve a presentar el nuevo texto constitucional al pueblo para que lo apruebe o no en referéndum.
En Bolivia sí, y no sólo eso, sino que la gente tomó el reto con una madurez democrática envidiable. Se informó sobre el contenido de la nueva Constitución y el domingo pasado se volcó masivamente a votar. Ni rastros de la apatía que uno puede encontrar en Argentina, Chile, Brasil o la mayoría de los países sudamericanos.
Ya pasaron algunos días desde el histórico referéndum y Evo Morales se sienta en una sobria mesa con un vaso de agua a su izquierda y la bandera boliviana a su derecha y se dispone a hablar con un pequeño grupo de periodistas extranjeros.
Imparable
Evo Morales empieza denunciando a la Iglesia Católica de participar en una «campaña sucia, en la que reinó la mentira, el engaño y el miedo». Dice que «en algunas iglesias se repartían folletos por el No», y muestra uno redondo en el que se lee: «Ya No más».
Sin embargo, saca chapa de ganador y remarca: «Soy imparable, nadie me detiene, y esa fuerza me la dan los movimientos sociales. El año pasado di tres mil audiencias, hay días que tengo hasta diez. Venimos de triunfo en triunfo. Primero fue el de las elecciones generales de 2005, luego la constituyente de 2007, el año pasado el referéndum revocatorio, y ahora nuevamente se legitima la revolución democrática y cultural del país, gracias a la conciencia del pueblo».
Y agrega poniéndose más serio: «Este triunfo, como el del año pasado, se debe en gran parte a la sangre derramada por nuestros mártires».
Los prefectos opositores han querido presentar los resultados del domingo pasado (donde el «No» se impuso en Tarija, Santa Cruz, Beni y Pando, es decir la llamada Medialuna opositora y separatista) como un empate y han adelantado que no acatarán la nueva Carta Magna.
Pero la verdad es que no existe tal empate, porque un triunfo del «Sí» por alrededor del 60 por ciento no es cosa menor. Es verdad que desde el propio gobierno se esperaba un 70 por ciento de aprobación, pero hay que tener en cuenta que también la oposición en Santa Cruz perdió un caudal de votos, de aquel 84 por ciento del inconstitucional referéndum autonómico del año pasado, a este 62 por ciento.
Además, es conveniente tener en cuenta que no tiene nada que ver un referéndum constitucional con una elección común, como la presidencial del 6 de diciembre próximo. El domingo, todo el espectro opositor se alineó atrás del «No». En las elecciones presidenciales ese 40 por ciento, si es que se mantiene, seguramente se va a dispersar entre varios candidatos.
Por eso, siempre es más difícil ganar este tipo de consultas. Y si no hay que preguntarle a Hugo Chávez, que en diez años perdió sólo una elección, justamente el referéndum constitucional de diciembre de 2007.
La revolución democrática
Para adelante, Evo traza lo que para él es la principal tarea pendiente: «Tenemos que descolonizar a Bolivia, pero hay que empezar por descolonizarnos a nosotros mismos. Tenemos que cambiar nosotros. Si Evo no cambia, Bolivia no va a cambiar. Hay que trabajar duramente para no ser egoísta, no ser individualista, no ser sectario, no ser regionalista, no tener ambiciones, ni económicas ni de poder».
Vestido con sus típicos atuendos andinos, muy lejos de las formalidades de saco y corbata de la mayoría de los gobernantes, inscribe el proceso político boliviano en el marco continental: «Los países vecinos están mirando con atención este proceso con resultados concretos».
«Por ejemplo —sigue—, el bono Juancito Pinto (un subsidio de 70 dólares por año para niños en edad escolar) ya llega a un 25 por ciento de la población. En estos años y gracias a la solidaridad de Cuba, con la Operación Milagro hemos operado de la vista a 300 mil bolivianos. Y vamos a seguir también con el plan de alfabetización porque los logros nos comprometen mucho más. La lucha contra la pobreza en todos los frentes no es sólo una política de gobierno, sino que ahora está incluida en la Constitución».
Y cuando habla de pobreza, Evo lo hace con conocimiento de causa. De familia aymara, fue uno de siete hermanos en una casa de campesinos, pero de los cuales sobrevivieron sólo tres. «Mis otros hermanos perdieron la vida de uno o dos años. Éste es el término de vida que tienen las familias o los niños en las comunidades campesinas. Más de la mitad se muere y nosotros, qué suerte, nos salvamos… En Isallavi vivíamos en una casita de adobe y techo de paja. Era pequeña: no más de tres por cuatro metros. Nos servía como dormitorio, cocina, comedor y prácticamente de todo; al lado teníamos el corral para nuestros animales. Vivíamos en la pobreza como todos los comunitarios», cuenta.
Desde niño ayudó en las tareas agrícolas y a los seis años se fue a trabajar, junto a su padre y una hermana en la zafra de la caña de azúcar en Jujuy. «Mi papá, cada mañana antes de salir al trabajo, hacia su convite a la Pachamama, que es la madre tierra; mi mamá también challaba con alcohol y hojas de coca para que nos vaya bien en toda la jornada. Era como si mis padres hablaran con la tierra, con la naturaleza», recuerda.
Pero no fue una infancia infeliz. En el Altiplano él se las arreglaba para jugar a la pelota, una de sus pasiones hasta hoy. «Cuando las llamas estaban pasteando en los cerros, agarraba mi pelota de trapo y las gambeteaba una por una. Los arcos eran las pajas bravas o las yaretas y mi compañero inseparable un perro de nombre Trébol», dice Evo.
Cuando tenía 12 años, salió con su padre y un rebaño de llamas, desde Oruro hasta Cochabamba. «Era un 21 de agosto de 1971 cuando caminábamos con nuestras llamitas hasta Cochabamba. Mediante la radio nos enteramos del golpe de Estado de Hugo Banzer Suárez», recuerda. El mismo que luego no lo recibió en la casa de gobierno.
«Siempre recuerdo a las grandes flotas (autobuses) que transitaban por la carretera, repletas de gente que arrojaban cáscaras de naranja o plátano. Yo recogía esas cáscaras para comer. Desde entonces, una de mis aspiraciones mayores fue viajar en alguno de esos buses», dice. Ahora se codea con presidentes y jefes de gobierno.
Una lucha histórica
En tren de hacer historia, Evo recuerda: «Las luchas por la justicia en Sudamérica vienen de hace mucho, lo que sucede es que antes no podíamos competir electoralmente. Recuerdo cuando los vendepatrias nos decían que no teníamos derecho a hacer política. En el Chapare (zona de cultivos de coca en el departamento de Cochabamba) nuestros símbolos de lucha eran el hacha y el machete, en el Altiplano el pico y la pala. Pero luego nos dimos cuenta que tenemos derecho a hacer política y después de una etapa de resistencia y rebeldía, pasamos a una de lucha por la soberanía, por la dignidad. Pasamos de la lucha sindical y social a la lucha electoral».
«Es decir —subraya— que nosotros siempre luchamos contra el imperio. Mis ancestros lucharon contra el imperio español, luego mis abuelos y padres contra el imperio inglés, y ahora nosotros luchamos contra el imperio estadounidense». En ese sentido remarca que «desde ahora, por Constitución no habrá ninguna base militar extranjera, menos de Estados Unidos».
La relación con Estados Unidos está resentida desde que su gobierno expulsó al ex embajador Philip Goldberg, acusándolo de conspirar junto a la oposición de derecha en lo que él llamó «golpe cívico-prefectural».
«Siento que hay una revolución democrática en marcha. Ya los pueblos no levantan las armas contra el Imperio, pero ahora es el Imperio quien levanta las armas contra los pueblos», dispara el presidente de Bolivia.
Y marca el carácter continental de tal revolución: «Suscribo al compañero Hugo Chávez cuando dice que ha comenzado la segunda y definitiva liberación de nuestros pueblos. Hay revoluciones en marcha en toda Sudamérica».
Consultado sobre si el cambio de gobierno en Estados Unidos puede significar un cambio en su política exterior, Morales responde: «En principio, es una buena señal que el nuevo presidente Barack Obama haya decidido cerrar la cárcel de Guantánamo. Pareciera que quiere cambiar la política exterior, pero habrá que esperar. Nosotros seguiremos firme en nuestra posición antimperialista y anticolonialista».
La refundación
Sobre el final, siempre con una sonrisa en los labios, Evo despide a los periodistas extranjeros diciendo: «Puedo tener errores, pero mi pueblo nunca encontrará en mí una traición».
La constitución política del Estado que está refundando Bolivia tiene cambios radicales que sientan las bases de un país distinto para el futuro.
Desde ahora en adelante, constitucionalmente en Bolivia una persona no podrá adquirir más de cinco mil hectáreas, el agua es un derecho humano y no una mercancía, el medio ambiente está amparado y el propio Estado se define como plurinacional y multiétnico.
Son cambios profundos y están en la Constitución, por lo que son casi inamovibles. En el caso de un cambio de signo político, los logros sociales conseguidos estarán amparados y será casi imposible volver atrás. Ese es el sentido del concepto de refundación del país.
La última frase queda retumbando en el Palacio Quemado, ante el silencio respetuoso de los periodistas: «No es Evo el que está haciendo historia, sino las fuerzas sociales bolivianas».