Todos hemos participado alguna vez de una clase de física o química, en la que fueron explicados los distintos estados de agregación de la materia. Sin duda que todos también contamos con la experiencia de cómo algo puede encontrarse en estado sólido, líquido o gaseoso.
Tomada a modo de analogía, la imagen puede sernos de utilidad para poner bajo la lupa importantes cuestiones del campo social, político y personal.
El estado general de disgregación
Vivimos en un mundo con una enorme tendencia a la disgregación. Los lazos que en otros tiempos actuaban como conectores han perdido vigencia, sin haber sido reemplazados plenamente por vínculos de un nuevo tipo que reconstruyan el tejido social. El individualismo y la particularidad han tomado preponderancia, al tiempo que la creciente desestructuración dificulta toda construcción colectiva. La fragmentación se verifica a nivel de grandes conjuntos humanos, pero también en las relaciones entre las personas y aún en la intimidad de cada uno.
El estado de agregación de los Estados
En la materia, el estado de agregación está definido por la fuerza de unión de sus enlaces y puede ser modificado por factores de temperatura y presión externos a él.
Hoy se observan distintos conglomerados regionales, cuyos nexos tienen características disímiles y también “grados diferentes de agregación”. En la muy populosa y aún mayormente campesina Asia, los pueblos se encuentran unidos y divididos a la vez, compitiendo en el intento de modernizarse y acoplarse a las dudosísimas ventajas de un mundo capitalista occidental, haciendo crecer sus economías en base a la autoexplotación.
Europa, que aparecía como paladín de la unidad regional, se ha visto quebrada en centro y periferia, por la voracidad y la dictadura del poder financiero. Los pueblos reclaman allí reformulación federalista o sencillamente, romper la unión. En la África de naciones ancestrales y países recientes (o forzados), la división interna, la puja tribal de facciones políticas corruptas y la dependencia externa (impuesta y autoimpuesta) dificultan las posibilidades de real acumulación de fuerza común. EEUU sólo existe para sí mismo y las sumatorias que intenta con zonas de libre comercio, tratados multilaterales o bilaterales, pactos militares y gestiones símiles, apuntan sólo a la dominación y la anexión. Oriente Medio, esencialmente unido por la identidad nacional y regional que en su momento brindó el Islam a tribus dispersas, continúa con la misma fractura histórica entre sus sectas, generada poco tiempo después de la muerte de Mahoma.
Es en la región latinoamericana y el Caribe donde parece avizorarse hoy una agregación potente y de signo transformador y novedoso. En el núcleo de esta agregación, y más allá de la relativa heterogeneidad ideológica, hay una dirección marcada por factores claramente distintivos: la prioridad puesta en el avance social, la recuperación de la soberanía política, la salvaguardia de la paz y avances en la democratización. Este bloque, aún con todas sus deficiencias, imperfecciones y contradicciones, opera hoy como masa de atracción en su interior e incluso mucho más allá de sus fronteras. Esto explica el relativamente alto nivel de protagonismo y referencia internacional de algunas de sus figuras más prominentes, quienes proclaman aquella postura.
Por supuesto que también allí, como en cada una de las regiones antes comentadas, el interés transnacional y sus derivados (gobierno y ejército norteamericano, OTAN, FMI, Banco Mundial, etc.) pretende inmiscuirse corrompiendo toda posibilidad de estabilidad y autogestión. Así, la injerencia mediática, política y bélica no sólo está motivada por la captura de recursos naturales y energéticos o la consecución de nuevos negociados, sino que también apunta a minar las bases de toda agregación resistente a sus apetencias ultrajantes y extorsivas.
Más allá de todo argumento y toda decoración de coyuntura, la acción puntual de estos agentes es sembrar discordia y división.
Esa línea de acción de la banca y las empresas transnacionales en busca de barrer con todo freno a sus intereses, a pesar de sus sucesivas derrotas, tiene aún – en tanto intención – plena vigencia. De allí que la genuina agregación de Estados y pueblos en búsqueda de evolución y libertad política, social, cultural y espiritual, tiene mucho sentido y debe ser defendida y apoyada.
La agregación política y social
Restarse de toda participación política y social es fácil. La justificación la exhibe la impudicia de la “política de los bandos y botines”, del poder por el poder mismo. Los medios corrompidos por el sistema de publicidad y propiedad privada, agregan sus voces convenientemente para mermar aún más la participación. Pareciera con ello quedar saldado el asunto. La “res pública” será comida por unos pocos y el pueblo, alejado de las decisiones, será contentado con un simulacro de democracia.
Al menos en un primer momento. Sin embargo, las circunstancias – es decir aquello que me circunda y con lo que estoy ligado estructuralmente – continúan su andar, facilitando o dificultando “mi vida”. Pensar que lo que ocurre en la sociedad no me influye es como el gesto del niño que se tapa con la sábana, creyendo que ocultándose de algo, uno lo omite y evita.
Criticar también es más sencillo que construir algo distinto. Al menos, debe concederse que hoy criticar se ha vuelto más fácil, gracias al esforzado y nada fácil trabajo de aquellos que criticaron y denunciaron, cuando criticar estaba prohibido. A todos ellos les debo gratitud y reciprocidad.
De este modo, también en este campo la agregación es la salida verdadera. El trabajo conjunto en pos de una sociedad mejor. Por otra parte, en el terreno político, la agregación cuantitativa y cualitativa de entidades diferentes se ha vuelto no sólo práctica común sino también ejercicio imprescindible.
Sin embargo, hay un hecho a destacar que dificulta esa convergencia. En muchos de los más encumbrados actores políticos vive un paisaje, la memoria de un tiempo que ya desapareció por completo. Haciéndolo simple, digamos que no sólo objetos sino también valoraciones y una sensibilidad de infancia y juventud cobijan todavía sueños que intentan ser realizados actualmente, en una realidad totalmente distinta a aquella que se vivía en aquel momento. Eso lleva a forzar el futuro y el presente en base a reglas del ayer todavía vivo en nuestro interior.
En relación a construcciones sociales basadas en la convergencia hacia proyectos conjuntos, hay un factor de ese pasado mencionado que violenta dicha convergencia y es la tendencia a uniformizar, a despreciar toda diferencia como símbolo de deslealtad. Es aquel viejo gesto del líder exigiendo obediencia debida a una masa anónima.
Si no hay posibilidad de disentir, no hay verdadera convergencia sino imposición. Pero si lo único importante es disentir, la convergencia tampoco es posible. Para lograr aunar voluntades sin sometimiento, en un mundo donde la subjetividad y la libertad reclaman su espacio, es importante invertir los términos, poniendo adelante el primario: Si podemos converger, disentir será también posible.
Entonces, la cualidad de una sustancia en agregación con otra, mejorará y enriquecerá a aquello con lo que esté en contacto. El indicador de lo benigno en esa agregación será que nadie reclamará la pérdida de identidad, ya que en ella, precisamente radicará el aporte al conjunto.
La agregación interna
Así como lo externo sigue su curso, también hay procesos en nuestro interior que no descansan. Allí las cosas también avanzan o retroceden, también crecen o decrecen. Y es precisamente el estado de agregación o desintegración lo que define una vida. ¿O acaso no soy feliz cuando mis actos responden a lo que pienso y siento? ¿No querría uno vivir en ese estado de agregación, de coherencia siempre?
Y en cuanto a la relación con otras personas. ¿No es mejor solidarizarse, colaborar, prestar ayuda, ser comprensivo para con el otro, reconciliarse con los errores ajenos y propios, ofreciendo a los demás aquello que uno reclama para uno, tratando a los demás como uno quiere ser tratado? Esto agrega. La actitud adversa, resta.
En un mundo, entonces, que impulsa a la división, a la ruptura, a la desintegración externa e interna, la mejor rebeldía es la de impulsar la integración, la unidad, la agregación. Valientes son los que lo intentan.