¿Cómo evitar que los chicos entren a páginas de Internet inconvenientes para su edad? Esa preocupación llevó ayer a la concejala radical Gloria Sotelo a presentar un proyecto de ordenanza en el que pidió con carácter de obligatoriedad que los lugares públicos como locutorios, cyberlocutorios y cybercafés instalen filtros de acceso a Internet, «para impedir que los menores de edad accedan a los sitios de pornografía infantil, incesto, violación, zoofilia, necrofilia, pedofilia, satanismo y antisemitismo». «Padres, docentes y gobernantes debemos adoptar medidas de seguridad para evitar que se utilice este medio informático para la corrupción de menores, el tráfico de niños u otras formas de subversión de valores morales y éticos en nuestra sociedad», argumentó la concejala.
La propuesta también apunta a eliminar los chats rooms (sitios de charlas) que pudiesen provocar situaciones de «inseguridad psíquica a los menores». Es que la concejala se preguntó: «¿Cómo sabemos que los chicos chatean con un amiguito y no con un adulto que quiere aprovecharse de ellos?».
En el proyecto se solicita, a la vez, la habilitación de una dirección de e-mail por parte de la comisión de seguridad ciudadana, creada por la provincia e integrada por las fuerzas vivas de la ciudad, donde los ciudadanos puedan denunciar los sitios de la web que abordan los temas en cuestión.
Cibersexo en alza
Ahora bien. Al momento de analizar la propuesta de Sotelo cabe preguntarse entre otras cosas: ¿son los niños los consumidores masivos de estas páginas en Rosario?
La Capital recorrió varios locales céntricos que ofrecen servicio de Internet y desde allí aseguraron que si bien el fenómeno del cibersexo está en alza, no son los chicos, precisamente, los mejores clientes de las páginas porno.
«La pornografía a través de la red atrae cada vez a más gente. Pero, hablo de adultos, no de chicos. Me refiero a gente mayor que se refugia, sobre todo, en los locales donde hay boxes protegidos de la vista ajena», señaló el encargado de un local de San Martín y Rioja, con 27 máquinas conectadas a Internet y un flujo diario de usuarios que supera los 300.
A pesar de este testimonio, que con la misma tónica se repitió en varios otros locales, la concejala insistió: «Yo he visto a criaturas de entre 10 y 14 años visitando estas páginas. Claro, los padres les dan unas monedas para navegar, creen que se divierten y en realidad se pervierten. Hay que estar más cerca de los chicos, hay que volver a ser como esos padres de antes que hablaban más con sus hijos, los controlaban más de cerca», sostuvo la concejala.
El consultor en tecnología educativa e investigador Alejandro Spiegel puso en duda la efectividad del control adulto sobre la información que reciben los niños a través de la red (ver más abajo). Y más dudas se abrieron al consultar a especialistas del sector sobre la posibilidad concreta de aplicar los filtros informáticos a determinados sitios como propone el proyecto de la concejala.
Ante tantos interrogantes y la reciente y frustrada iniciativa del concejal pesepista Raúl Lamberto de crear un código para los ciclistas, cabe preguntarse: ¿Está el Concejo Municipal pergeñando otro proyecto inviable?
Punto de vista: Internet no tiene gobierno
Aldo Gentile (*)
La intención de la concejala Gloria Sotelo es muy buena, pero implica luchar contra los molinos de viento. Veamos. Para poder filtrar el acceso a sitios con contenido pornográfico es necesario conocer la naturaleza de lo que vamos a filtrar y es ahí donde surge el escollo. Es que Internet no tiene gobierno, ni control y, prácticamente, carece de legislación. Así, son los mismos usuarios quienes se autogestionan diciendo qué ver y qué no.
En el caso particular de la pornografía, la posibilidad de filtrado es aún más difícil por lo inconmensurable. Es que la temática es en gran medida el motor de la red por los intereses económicos que mueve. Y a eso se suma que estos sitios gozan de una gran diversidad de formas de acceso y aparecen nuevas páginas todos los días.
Lo cierto es que la cantidad de sitios pornográficos puede estar en el orden de los millones. Y sólo basta hacer una consulta con las palabra «sex» o «nude (desnudo)» mediante un buscador para ver los resultados.
Pero a pesar de los límites, ¿qué se puede hacer al momento de querer filtrar información para que no les llegue a los niños? Tenemos dos escenarios posibles: uno es el de la PC hogareña y otro el de los locutorios con acceso a Internet.
En los hogares el control es más fácil, ya que los padres pueden instalar programas gratuitos que filtran el contenido. Y además, es posible saber qué sitios visitan sus hijos accediendo al historial de navegación.
El otro escenario es el de las máquinas instaladas en los locutorios, donde se accede a Internet vía banda ancha (una conexión permanente que no necesita de una llamada telefónica). Aquí para poder filtrar cierta información hay que disponer de una computadora con un programa especial que verifique si la página consultada por el usuario está dentro del listado de sitios bloqueados previamente. Si es así, instantáneamente impediría el acceso.
El problema es que ese archivo de sitios prohibidos debería actualizarse diariamente y esa es una tarea gigantesca.
Como vemos el filtro es como un colador con perforaciones casi invisibles al ojo humano y no existe el bloqueo total. Y más allá de las alternativas que se puedan barajar, siempre nos vamos a encontrar con múltiples dificultades a la hora de intentar instalar un mecanismo de control en Internet.
(*)Docente de la Facultad de Ingeniería de la UNR
«Los filtros son tapar un gran agujero con el pulgar»
El especialista en tecnologías educativas Alejandro Spiegel sostuvo que el proyecto de Sotelo se puede analizar desde dos ópticas: la de la sociedad de la información y la puramente ética. «Hay que entender que hasta hace unas décadas eran claros los lugares y los momentos en los que los chicos obtenían información. La escuela era uno de los lugares, la hora de la merienda en la que se veían dibujitos en la tele, era uno de los momentos. Todo era previsible. Hoy, eso se modificó de manera salvaje; las opciones son múltiples y los contenidos reprochables para los chicos aparecen hasta en una novela, una noticia o un talk show».
Spiegel tomó distancia de la iniciativa presentada en el Concejo Municipal. «Iniciativas como la del filtro informático son como tapar un gran agujero con el pulgar, es como apelar a la vieja opción de quemar los libros, como si así las cosas dejaran de existir».
De todos modos, recomendó: «Hay que reconocer que la formación ética es un bache cultural en nuestra sociedad. Si veo que mi hijo lee todo el tiempo revistas o sitios pornográficos tendré que tomar esto como emergente y preguntarme cómo trabajar con él alternativas amorosas o sexuales que van más allá de eso, cómo construir criterios valorativos y de selección más humanos».