Llega el fin de año y con él un tiempo de balances. Este 2008, año en que recordamos un cuarto de siglo de transitar la democracia -y en el que desde todos los sectores se habló de la necesidad del “diálogo” y los “consensos”- paradójicamente parece haberse caracterizado como el año en que ganó la intolerancia.
Intolerancia desde los diferentes espacios, el político a nivel nacional con el emblemático conflicto con el agro, con declaraciones, acusaciones, manifestaciones, piquetes, contrapiquetes a favor de uno u otro sector, incluso dentro del binomio presidente y vicepresidente. Con el daño que ello nos hace como país. El tiempo ha demostrado que la ausencia de verdadero diálogo llevó a que ambos sectores finalmente perdieran, tanto el gobierno desde el punto de vista político y económico con la falta de liquidación de las exportaciones, como los productores que hoy deben vender sus productos a precios internacionales sensiblemente menores a los vigentes a ese momento.
Los ciudadanos hemos visto cómo nuestros representantes y quienes fueron elegidos para gobernarnos se han llenado la boca hablando del diálogo y el consenso, pero en la práctica han protagonizado una parodia de diálogo entablando una verdadera batalla de acusaciones y chicanas políticas, que ha llevado a que muchos ciudadanos hartos reclamen desde los diferentes espacios a nuestros políticos- de todos los partidos- que hagan menos declaraciones y se pongan a trabajar por la gente.
La intolerancia parece haber ganado ante las muertes en medio de conflictos gremiales, el protestar avasallando los derechos de los demás o la violencia como forma de resolución de los conflictos.
La intolerancia también parece haber ganado ante el aumento de los delitos y la falta de autoridades capaces de hacer cumplir las leyes y con Jueces y fiscales que parecen vivir en otra realidad y no son capaces de cumplir su función de dar respuestas oportunas ante los casos de violación de la norma. Diariamente vemos cómo el delito gana nuestras calles – a pesar que algunos insisten en que es sólo una “sensación”- con muertes, lesiones, peleas, robos, usurpaciones. Mientras esto ocurre nuestros gobernantes sólo intercambian acusaciones y no parecen ser capaces de hacer cumplir la ley o consideran que hacerla cumplir es sinónimo de “reprimir”.
No cumplir la ley también es un signo de intolerancia y genera violencia. Ahora, cuando ocurre algún hecho grave, nuestros representantes se acuerdan de “sacar de la galera” algún programa, proyecto o como quiera llamarlo para dar la sensación que “algo se está haciendo”. Proyectos anunciados con toda pompa pero con dudosa implementación, eficacia o posibilidades reales de sostenerse en el tiempo.
Pese a haber transitado 25 años de democracia a nivel político parece que seguimos reeditando un nivel extremo de intolerancia donde sólo vale lo que piensa tal o cual si pertenece a mi mismo partido o mi misma línea interna dentro del partido, donde cuando se habla de “debate” sólo se busca la descalificación sistemática del otro.
Hemos sido testigos de una muestra más de intolerancia ante los diferentes cambios de gestión en algunas provincias (tanto de partido como las producidas dentro de la gestión de un mismo partido) donde se tira por la borda todo lo hecho por el otro por el sólo hecho de ser de una gestión diferente, sin analizar si podía servir o qué aprender de lo que hizo el otro.
En el ámbito individual también parece haber ganado la intolerancia. A diario vemos cómo los diferentes espacios para expresar las opiniones son tomados como “trinchera” desde la cual atacar al que piensa diferente. La descalificación personal sin propuestas continúa siendo una triste realidad.
La intolerancia parece haber ganado también a nuestros jóvenes, víctimas y victimarios de la violencia y reproduciendo el lamentable ejemplo que les estamos dando como adultos.
Frente a esto respondemos proyectando las culpas de lo que nos pasa o con frases hechas como “la sociedad está enferma”. Discurso que obtura y no permite hacer nada y que presupone que existiría- tal como lo sostiene Eva Giberti – un estado de “salud social (perdido o deteriorado y gestor de violencia) e implica que la violencia excede patológicamente lo que la gente buena (y sana como la que habla- sostiene en tono irónico-) considera que debe ser la vida social. Llamo la atención acerca de las frases hechas que, si bien constituyen un alivio para entendernos, arriesgan a dejar pendientes otros análisis”.
Traigo estas citas de Eva Giberti publicadas en el Libro Violencia Escolar compilación en la que tuve el honor de participar junto a otros especialistas- ya que puede aplicarse para pensar en lo que nos está pasando con la intolerancia y la violencia que ella genera y vislumbrar nuevos escenarios donde se habilite la palabra.
El verdadero diálogo, la voluntad real de “escuchar al otro” nos puede aportar herramientas para superar los problemas que vivimos como sociedad. Pero ese diálogo no surge como una cuestión mágica, requiere que se construya en el día a día y con hechos y EJEMPLOS concretos.
La posibilidad de cambiar está en cada uno de nosotros desde el lugar en que nos encontremos, todos tenemos responsabilidad y desde el lugar que nos toca en ello. Nuestros gobernantes como nuestros representantes tienen el deber de dar el ejemplo y sentar las bases para la construcción de un verdadero diálogo que permita encontrarnos para buscar las soluciones que requerimos como provincia y Nación.
2008 ha sido un año en el que parece haber ganado la intolerancia… ¿2009 ganará el verdadero diálogo o seguiremos viendo la misma película? Esperamos para bien de todos los argentinos que cada uno asumamos nuestro rol en la construcción del diálogo y los consensos que como país tanto necesitamos.
POR DANIEL F. MARTINEZ ZAMPA
Abogado-Mediador
Magister en Administración y Resolución de conflictos
www.mediacioneducativa.com.ar
N. de R.: Agradecemos a Daniel por el envío de este artículo