¿Por qué la escuela pública argentina rompió la tradición de unir en sus aulas a alumnos de distintas clases sociales? ¿Por qué ahora los establecimientos públicos contienen mayormente a chicos de hogares empobrecidos y los privados a sectores medios y altos? La politóloga especializada en educación y directora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), Guillermina Tiramonti, dio respuestas a estos y muchos otros interrogantes. Y al momento de hablar sobre el futuro del sistema educativo pidió disculpas por no poder ser optimista: «El porvenir es negro, porque la dirigencia de este país no ha optado por una distribución más equitativa de los ingresos, y así la desigualdad social y la fragmentación educativa es inevitable».
-El sistema educativo argentino fue hasta los 70 prioritariamente público, ¿por qué se rompió esa tradición?
-Por varias razones. Si la sociedad en lugar de caminar hacia mayores grados de igualdad va hacia la desigualdad, se fragmenta, y esto se expresa en el sistema educativo. Pero además, hay que analizar la democratización del sistema público; cuando se abre a sectores sociales que antes no se escolarizaban y no hay elementos materiales y simbólicos para hacer frente a la heterogeneidad cultural, baja el nivel de la escuela y los sectores medios con recursos emigran al sector privado en búsqueda de mejorar esa calidad y diferenciarse.
-¿Hay un rechazo de estos sectores a la integración?
-No se trata de una actitud perversa, es que ante un panorama cada vez más competitivo, donde se exige excelente formación, los padres de clase media buscan circuitos que les den a sus hijos una credencial para pelear en el mercado laboral y social.
-¿El sistema privado garantiza esa credencial?
-No, pero existe la fantasía de que es así, que la escuela privada brinda mejor educación, más calidad. Es cierto que algunas tienen buena capacidad de organización, excelente nivel edilicio y buen capital cultural, pero nunca hay que perder de vista cuál es el capital que aportan los propios chicos a esas escuelas, no olvidemos que vienen de sectores sociales más acomodados.
-¿El salto de lo público a lo privado se profundizó en los 90?
-Sí. Comenzó a darse en los 70 y se agrandó en los 90 con la globalización, la fragmentación de la sociedad y la instalación de la idea de que el Estado debe ocuparse de los pobres y el mercado de los que pueden pagar. Por lo tanto hoy tenemos una escuela pública para los sectores empobrecidos y colegios privados para los grupos medios y altos. Algo que revierte toda una tradición en nuestro país, donde hijos de profesionales y obreros convivían en una misma aula. En los 50, por ejemplo, los elementos que aglutinaban a los chicos en la escuelas privadas eran fundamentalmente los religiosos o de elite, eso ahora cambió.
-Pero además hay ofertas escolares distintas dentro de la misma escuela pública. No ofrece lo mismo un establecimiento educativo del centro de Rosario que una de un barrio periférico…
-Ese fuerte proceso de heterogenización es reflejo de lo que pasa en la estructura social. Antes hablábamos de clases medias, bajas y altas. Hoy habría que discutir todo otra vez, porque dentro de las clases bajas están los nuevos pobres, los pobres estructurales, los indigentes, y en la clase media sucede algo similar. Y sucede que están las instituciones que educan a estos subgrupos heterogéneos.
-Una heterogeneidad que nada tiene que ver con el valor de educar en las diferencias…
-Claro que no. No se trata de instituciones donde conviven y dialogan entre sí distintos patrones culturales. Acá se trata de un sistema educativo plural pero no pluralista. Un sistema donde no hay integración entre diferentes, donde cada uno ocupa un lugar. Donde las escuelas para chicos empobrecidos construyen una propuesta pedagógica que apunta a la asistencia y a la disciplina, porque hay que contener la disgregación que genera la marginalidad. Y por otro lado, están las escuelas para chicos que se supone que van a poder competir en el mercado. Hay un hiato entre estos dos grupos y los educadores debemos tener en cuenta cuáles son las nuevas diferencias que se dan entre ambos, cuál es el nuevo mapa educativo.
-¿Cuáles son?
-Las diferencias pasan hoy por cómo ven los chicos su futuro. Algunos pueden pensar qué estudiarán y dónde. Otros no pueden siquiera imaginarlo. También pasa por cómo se ubican en el mundo: algunos juegan con la idea de que alguna vez viajarán al exterior para estudiar o trabajar, otros tienen al barrio como único horizonte.
-¿Y también hay diferencias entre los docentes?
-Claro. Están las escuelas que reclutan docentes investigadores o universitarios y aquellas en las que basta que los maestros sean buenos y comprensivos.
-¿Hizo agua la ley federal de educación al extender los años de obligatoriedad escolar con intención de brindar más oportunidades para todos?
-Una cosa es el discurso de la ley y otra su funcionalidad. La ley no tiene capacidad de modificar la fractura social. Es una trampa pensar que «podemos ser bien desiguales, total la escuela nos iguala». Soy una convencida de que hay que retomar el concepto de igualdad, pero no entendida como homogeneidad, sino como la posibilidad de brindar iguales oportunidades a todos, tanto en el momento del lanzamiento de la carrera meritocrática como al final. Las mismas oportunidades para obtener conocimiento y recursos desde el principio y durante toda la escolaridad. No sirve de nada largar todos en las mismas condiciones y que luego cada cual se arregle como pueda.