Quienes te hemos conocido bien sabemos que no te has ido. Simplemente te convertiste para seguir siendo libre. Simplemente resolviste vivir una aventura más, otra aventura más al margen de la cultura oficial… Los que te conocimos bien
por Osvaldo Vergara Bertiche, 30 de Setiembre de 2006
A Héctor Roberto Paruzzo
Lo que te hemos conocido bien sabemos que no te has ido.
Simplemente te convertiste en cenizas para seguir siendo libre.
Porque así fuiste, puro pensamiento en libertad e intuición.
Simplemente, resolviste vivir una aventura más.
Porque eso fuiste, una aventura, una aventura al margen de la cultura oficial.
Los que te hemos conocido bien sabemos que seguís en el suelo, porque sin suelo no existe el arraigo, sin arraigo nada tiene sentido, y sin sentido no existe la cultura.
Simplemente ahora, más que nunca, podrás seguir sondeando los rincones del alma, y encontrar allí la confirmación del compromiso que asumiste.
Los que te conocimos bien sabemos que desarrollaste una constante renuncia y denuncia de las pulcritudes académicas.
Fuiste portador de tu verdad interior y confesaste siempre esa verdad.
Hurgaste tanto en el gabinete como en los anaqueles de cuanta librería visitabas, pero sin duda recogiste material viviente en tus interminables andanzas… en tu interminable aventura de vivir la vida.
Compartiste el pan y el vino, y sondeaste pasados y costumbres, saberes y decires y tuviste en cuenta ese pensar natural que se recoge, justamente, en los remotos caminos de la aventura.
También sabemos, los que te conocimos bien, que alguien por allí comentará ¡pero.. escribía poesías!
Y nosotros, coreutas para tu eterna presencia sostendremos: sí… escribía poesías, por eso “vivía acompañado por mil despertares y muchas fantasías… escalaba los bordes de las primaveras amando y mirando al cielo”.
Formaste parte de la aventura del pensamiento humano, sujeto y materia del conocimiento, asumida con lúcida pasión, y sabemos lo que te conocimos bien, que no se llega a tan alto grado de eficacia en la búsqueda, si al instrumental literario no se le añade el apasionado amor por el ser humano y la sensibilidad digna de un artista.
Fuiste respetuoso de la verdad y sabedor de que no se llega a ella sino a fuerza de despreciar lo superfluo. Fuiste, ante todo, un espíritu crítico, una mirada abierta a lo nuevo, reconociendo que muchas veces la más extensa novedad no es sino una vieja verdad que yace oculta por el prejuicio, el menosprecio o la ignorancia, vicios que combatiste con la porfía del trabajo intelectual y la transmisión.
Investigaste en las fuentes primigenias, y en todas las del conocimiento universal de todos los tiempos; recalaste hondo, muy hondo, en nuestras propias fuentes, la de los argentinos, y nos convidaste con el fruto de tus largas jornadas. Fuiste un gigantesco creador de nuevos pensantes.
Quienes estuvimos atentos a tu voz, hallamos lo esencial, y reconocimos los cambios que se producen entre tradición y reinstalación de nuevos espacios.
¡Qué vasto y que profundo fue tu territorio!
Con un único diploma bajo el brazo, el que conseguiste en tu propia aventura, te convertiste en el maestro esencial.
Los que te conocimos bien sabemos que no fuiste blando con los que anteponen los artificios a lo auténtico y la vanidad a los valores y que estabas divorciado de los espíritus apergaminados.
Conocimos de tu humildad, pero bien sabías del valor de tus aportes. Y uno de ellos es el habernos dejado una lección de trabajo, de rigor, de lealtad y consecuencia.
Y el mayor de los aportes te lo diste a vos mismo. Te aportaste lo que tal vez sea la más alta y la más bella misión del ser humano: hacer de su vida una obra lograda, crearse a sí mismo.
Los que te conocimos bien sabemos que hay una forma Paruzzo de mirar y oler las flores; una forma Paruzzo de escuchar el canto de los pájaros y las melodías del universo; una forma Paruzzo de amar al amor; una forma Paruzzo de interpretar lo escrito, lo dicho o lo silenciado; una forma Paruzzo de asomarse, respetuoso y amante, a la memoria.
Ya no te encontraremos, tal es nuestro propio destino, sacando de tu bolsillo una invitación tierna para un encuentro cultural o una simple fotocopia de un valioso material para ser leído con el agregado docente de “hacelo circular”, practicado con ese fervor propio de los limpios de espíritu.
Fuiste un adelantado o, al menos, un testimoniador de muchos senderos de nuestra geografía humana.
Hiciste del afecto, del aprender y enseñar, tus divisas principales, y por eso no te fuiste, sólo te transformaste.
La vida nos dio el regalo de tu presencia.
Y la medida final y definitiva de toda presencia humana, la que adquiere peso verdadero, es la del corazón y el tuyo seguirá latiendo y haciéndose sentir en nuestros atentos oídos.
Supiste compartir la solvencia de tus investigaciones. Ni la bohemia ni las contrariedades te hicieron sucumbir en inútiles esterilidades.
Sin duda, tuviste sentido del humor, manifiesto en ocurrencias que distendían a tus contertulios y distendían el ambiente.
El santo y seña para tus relaciones fue siempre el halago para con las mujeres y la acogida fraterna para con los hombres.
Por todo esto, los que te conocimos bien, sabemos que hubo mucho fuego, y que tus cenizas se esparcirán sobre nosotros, lejos del frío y del gris, ardientes en una sinfonía de colores y sonidos.
Los que te conocimos bien sabemos que como maestro y amigo no nos abandonaste.
No necesitamos escribir un epitafio… seguís con nosotros.