Mi amiga dragona dice que es hora de transmutar. Se cubre con una túnica color violeta y cada palabra que pronuncia sale redonda y morada de su boca, como un racimo de uvas. Atrás quedaron los interrogantes verdinegros, los pardos lamentos y los miedos ambarinos.
Para la transmutación humana convencional hace falta:
35 litros de agua
20 kilos de carbono
4 litros de amoníaco
1.5 kg de cal viva
800 gramos de fósforo
250 gramos de sal
100 gramos de salitre
80 gramos de azufre
7,5 gramos de flúor
5 gramos de hierro
3 gramos de silicio
Pero la transmutación de resurrección está prohibida por el flujo del universo y por la alquimia en sí misma, por ello, mi amiga dragona se está anticipando: haremos el procedimiento en vida, ya que no quiere que caiga sobre mí, todo el peso de la ley cósmica.
No es la primera vez que alteramos procedimientos. Hasta hace pocos años, mi amiga dragona estaba convencida de que el único modo de olvidarse del saxofonista que orinaba las paredes era que yo le cortara la cabeza. Método infalible, por supuesto. No hace falta más que revisar la historia. Pero ni ella ni yo nos dejamos seducir por las empresas fáciles y, en aquella oportunidad, procedimos a inyectarle a cada letra que conformaba su nombre, sustancias provenientes de otras letras, que terminaron por transformar el nombre completo, a tal punto que cuando ella lo pronunciaba, nombraba a otro saxofonista que orinaba otras paredes.
Ni qué hablar cuando tuvo aquellos ataques de pavura que la mantuvieron encerrada en las cuatro paredes de su memoria. Hicimos todo lo contrario de lo que indicaban las terapias convenientes y le propuse decir por primera vez lo que venía diciendo siempre. Al hacerlo, se produjo en ella una especie de vacío tumultuoso del que emergía un noviembre perpetuo, un crepúsculo perpetuo, un coro de voces perpetuas que le quemaron los conductos auditivos y la llevaron a una sordera perpetua que luego fue revertida por una iluminación perpetua. Todo esto, hoy, parece el producto de una imaginación exaltada, pero dicho por primera vez, en aquella oportunidad, resultó una terapia ineludible.
Ahora estamos en este otro punto. La transmutación, es para mi amiga dragona, la terapia del momento. Si bien yo seré, una vez más, la ejecutora, ella es la creadora del método y de sus fundamentos teóricos. Así como la diferencia entre el metal bajo y el oro puro, dice mi amiga, es una diferencia de carácter, constituida por las varias tasas de vibración, y por la presencia de elementos impuros y poco evolucionados, del mismo modo, pasa con este hermoso cuerpo desnudo -resalta con énfasis violeta- que ha sido abandonado, en esta oportunidad por el maldito enésimo saxofonista que orina las enésimas paredes.
Ahora bien, ella viene a mí, caminando sobre sus pies y emanando una estela de suspiros violetas, agitando con la mano derecha la hoja donde anotó los ingredientes que ha encontrado en Google para la transmutación y yo no puedo más que creerle. Sé bien que el dinero mueve el mundo y las experiencias del mundo: hacer oro con zinc o plomo, no es imposible, sino costoso.
Leemos una vez más el procedimiento de transmutación nuclear para crear nuestro propio proceso: un proyectil (partícula a) impacta en el núcleo blanco (x), éste se desestabiliza y emite una partícula nuclear, generándose un nuevo núcleo (y). Simplificadamente, dice mi amiga dragona, la vibración es el punto G de la transmutación. Todo cierra, enfatiza: a mi punto G me lo robó el enésimo saxofonista y tenemos que reponerlo.
Ella sabe que esto me tiene preocupada porque uno de los principios básicos de la alquimia es el intercambio equivalente: para crear algo hay que entregar algo a cambio de un valor igual o superior a lo que se desea. Por ejemplo, para crear agua no se podría entregar un bien de un valor menor que el fuego. Por ello es más fácil cocinar anfetaminas que dedicarse a la transmutación humana. Pues bien. Mi amiga dragona y yo tememos que al crear su punto G perdido, yo deba entregar el mío. Sin embargo, qué cosas no haría yo por mi amiga. Y, a su vez, a qué vibraciones renunciaría ella por mí.
La cuestión no nos deja quietas. Seguimos nuestras investigaciones y estamos a punto de comprobar que el punto G (como el hígado, el pelo, las uñas, la sangre, las mucosas) es un órgano que se regenera. Más aún, las células del hígado, como las del punto G se regeneran de manera compensatoria, es decir, las partes faltantes no vuelven a crecer, sino que las que quedan se agrandan para compensar la pérdida de tejido restante y he aquí la cuestión cada tipo de célula mantiene su identidad, lo que equivale a decir, en el caso del punto G, que mantiene su memoria. Por lo cual, mi amiga dragona, ante los futuros estímulos vibratorios es muy probable que no pueda evitar repetir por enésima vez el nombre del enésimo saxofonista que orina las enésimas paredes, aunque el causante de su temblor sea un sumergido en el fulgor lunar o, por fin, un dragón de su misma estirpe.
FG_AUTHORS: Rosario/12