La reducción de concejales dio paso a la disputa por las oficinas y muebles. Un legislador pidió tener un escritorio de directorio y Boasso propuso que cada uno tenga una laptop. Ahora que el Concejo Municipal tiene la mitad de ediles debería haber el doble de espacio, aunque en la práctica la diferencia sólo se traduce en que cada bloque trabaja un poco más cómodo, mientras la habitual pelea política también incluye una lucha por oficinas, anexos y hasta muebles.
El período de sesiones del año próximo en el Palacio Vasallo experimentará desde el punto de vista del funcionamiento edilicio un puñado de cambios: habrá una sala de prensa más amplia en el recinto para los cronistas parlamentarios, una oficina para atención de trámites de los distritos municipales, y posiblemente habiliten otra de seguridad en uno de los ingresos por 1º de Mayo, según anticipó el secretario administrativo Raúl Fernández, ex integrante del bloque socialista.
El antiguo y bello edificio del Palacio Vasallo se está adaptando paulatinamente a las necesidades de los 22 concejales, a diferencia de las épocas cercanas, cuando era superpoblado por el doble de ediles, quienes pugnaban por el sueño de la oficina propia, sobre todo cuando se separaban del bloque original y terminaban armando bancadas unipersonales.
En este sentido, la insólita decisión del radical Omar Paredes, que instaló su oficina en la terraza del Palacio Vasallo en abril de 2003, pintó de cuerpo entero el estado del poder legislativo local tras la crisis de representación de 2001: los 41 ediles estaban divididos en la friolera de 12 sectores y el histórico edificio no alcanzaba para albergarlos.
«Ahora que ganaron, los socialistas quieren quedarse con todo», se quejan algunas fuentes acostumbradas a trasegar los pasillos del Concejo. Sin embargo, basta con recorrer el señorial edificio de dos plantas y un laberinto de reformas bautizado el Fonavi para constatar que los bloques han mantenido sus despachos originales y que la totalidad de los concejales sólo cuenta con una oficina propia y con una segunda para sus asesores.
«Yo tengo la misma oficina y el bloque tiene otras dos. Al contrario, cedí espacio a pedido del presidente», se ataja la esbelta concejala radical Daniela León, quien pese a la victoria del Frente Cívico y Social no se quedó con un piso o con la tajada del león, como chicaneaban algunas lenguas bífidas.
En realidad, el socialismo y el radicalismo tienen casi todas las oficinas del primer piso, a excepción de un par que ocupa el Partido del Progreso Social (PPS). El justicialismo, en tanto, se quedó con casi toda la planta baja, mientras que el ARI desembarcó en los otros despachos que restan.
«Es al revés: tenemos menos espacio porque le dimos una oficina al concejal (Alfredo) Curi, del PPS, y todavía se la estamos reclamando», se queja el edil arista Nire Roldán.
«Aquí la pelea es algo normal: esto es política y se pelea por las oficinas porque es el espacio», resume uno de los baqueanos del Palacio.
Antes de la primera sesión del nuevo Concejo las autoridades decidieron sacar las diez bancas que sobraban, que fueron prolijamente embaladas y enviadas a un depósito municipal. «Estaban lustradas y arregladas como nuevas. El problema es que sabemos cómo las mandamos, pero no cómo van a volver», se quejan en el Vasallo.
El último café
«Las oficinas son prácticamente las mismas. Lo que sobran ahora son muebles. Y el problema no son los concejales, sino los asesores. Hubo casos en los que se pelearon por una silla o una mesita de morondanga», pinta el paisaje uno de los habitués del parlamento local.
«Los socialistas están en la cresta de la ola. Y hay que bancársela porque ganaron», se lamentan -mate mediante como un micrófono de radio- los muchachos peronistas en un sucucho de la planta baja, al que jocosamente bautizaron la embajada «porque estamos todos los exiliados».
Quizá uno de los mayores desafíos que enfrente la nueva conducción socialista consista en jugar sus primeros partidos como local en una cancha tradicionalmente brava, que sabe de protestas internas con cortes de luz, calefacción en verano y campañas de llamadas inoportunas.
Así, en cuanto al funcionamiento edilicio, el paisaje del nuevo Concejo es prácticamente el mismo desde el punto de vista geográfico: con la mitad de bancas, la misma ubicación de los bloques y el anuncio de la creación de las oficinas de prensa más amplias y equipadas, atención de distritos municipales y, quizás, de seguridad.
Y donde más se nota el inalterable y sabroso espíritu legislativo es en el reclamo de un viejo conocedor del paño: «A este Concejo le hace falta un buen café. ¿Dónde van a charlar los concejales o los asesores fuera del recinto? Además, ahora que son pocos concejales, te conviene tener un café cerca porque si se te van dos, te dejan sin quórum. A este Concejo, como a toda buena Legislatura, le hace falta un buen café».
Miguel Pisano
La historia de un edificio emblemático
El antiguo Concejo funcionaba en el siglo XIX en el Palacio de los Leones, donde los ediles sesionaban en un ámbito contiguo a la oficina del intendente, según consigna el historiador rosarino Miguel Ángel De Marco en su obra «El Concejo Municipal de Rosario». Otra ciudad y otro mundo por donde se los mirara, la falta de independencia del Concejo podía suponerse a partir de la excesiva cercanía entre la oficina del titular del Ejecutivo y la de los legisladores. Entonces, como casi siempre, el presupuesto no daba para ampliar las instalaciones.
Los tiempos mejoraron después, cuando el cirujano entrerriano radicado en Rosario, Bartolomé Vasallo, dispuso en su testamento donar para un museo el exquisito palacio de Córdoba y 1º de Mayo, que le había hecho construir al ingeniero Alejo Infante, en 1911.
El médico Vasallo murió el 5 de febrero de 1943 y el 25 de setiembre de 1952 el Concejo sesionó por primera vez en su actual sede, que fue inaugurada oficialmente al año siguiente, en la histórica sesión del 25 de mayo de 1952.
Fuente: diario La Capital