Atraídas por el Swift, muchas de las “otras colectividades” aparte de las mayoritarias italiana y española se instalaron en la zona sur de la ciudad. Ayer celebraron el Día del Inmigrante con expresiones culturales.
Danzas de distintas regiones de Europa en el festejo de ayer en el sur de Rosario. |
“Antes éramos todos paisanos, aunque hablásemos idiomas distintos. Nos levantábamos a las cinco de la mañana y nos íbamos a trabajar al Swift. Ahora, en la zona hay muchas villas miseria y yo ya sufrí cinco asaltos en los últimos años. Las cosas cambiaron, algunas para mal”. Anastasia Frcka habla de los cambios de época sin escandalizarse, con la calma de quien sabe que lo transitorio tiene bastante más que ver con la vida que aquello imperecedero. Esta mujer de 77 años, de ojos azules y limpios, nació en Febrero de 1928 en la provincia de Slovenské, en Eslovaquia. Nueve meses después, llegó a Argentina. Su familia se instaló en la zona sur de la ciudad y su padre comenzó a trabajar en el frigorífico Swift, que había abierto sus puertas en 1924. Inmigrantes de diversos países hicieron un tránsito similar, y el Saladillo no sólo se pobló de españoles e italianos –las comunidades con más representantes en otros puntos del país– sino también, y básicamente, de polacos, rusos y lituanos, a los que luego se agregaron griegos, yugoslavos, checoslovacos y ucracianos.
“Yo también trabajé en el Swift como operaria primero y en el laboratorio de aceites, después”, continúa Anastasia, mientras el sol del domingo comienza a disolverse en el Polideportivo del Saladillo. Allí, a pocos metros del balneario, ayer se celebró el Día del Inmigrante, con una fiesta que unió a diversas colectividades mediante el canto y la música. Sobre el escenario presentaron sus cuerpos de baile las asociaciones esolvena, sarda y polaca del barrio. También se presentó un grupo de danzas flamencas y, para estimular el diálogo cultural, la pareja formada por Martha Carazza y Daniel Aguirrage bailaron tangos. Además estuvo presente la Biblioteca cultural rusa Alejandro Pushkin.
“Nos interesa que el sur tenga su propia fiesta del Inmigrante, porque la diversidad de colectividades de aquí es muy propia de la zona”, sostiene Stella Maris Ardel, coordinadora de Cultura del Distrito sur. Por su parte, el historiador barrial Alfredo Monzón muestra con orgullo la foto de una familia húngara y, mientras con un dedo señalaba a uno de los fotografiados, con el otro explicaba que “éste era el padre del vecino que tiene el quiosco en la otra esquina”.
Los rastros de este flujo inmigratorio se adivinan, además, en las facciones de la gente, y en los nombres de las calles del barrio: avenida Lituania, Venecia, o Checoslovaquia, por ejemplo. Sin embargo, Monzón advierte que “no solamente fueron inmigrantes europeos que huían de la guerra los que llegaron a Saladillo, sino también inmigrantes internos, provenientes del campo empobrecido por las sequías y las mangas de langostas”.
Dice la leyenda que, al momento de seleccionar obreros en el frigorífico, los polacos, rusos y ucranianos eran destinados a las cámaras frías porque provenían de países donde el clima era muy riguroso; mientras que los criollos trabajaban en la sección picada, y también en los corrales, por ser hábiles en el manejo del cuchillo, y como jinetes. Monzón refiere estas historias y comenta: “Sea o no cierta la anécdota, no caben dudas de que para esos inmigrante la vida fue difícil, lo mismo que las condiciones de trabajo, sin leyes ni amparos laborales. Pensándolo bien, las cosas cambian, pero algunas cuestiones se mantienen pendientes a lo largo del tiempo”.
Abrir las fronteras
El de ayer fue uno más de los festejos del Día del Inmigrante, que se conmemora cada 4 de Septiembre. La celebración se instituyó en 1949, para recordar un decreto donde el Primer Triunvirato declaraba abiertas las fronteras patrias a todos los extranjeros que respetaran las leyes. Quienes ejercieran la agricultura recibirían ayuda del Estado y podrían comerciar sus productos con libertad, lo que dio inicio efectivo al desarrollo de esta actividad en el país. El decreto había sido firmado por Feliciano Chiclana, Juan Martín de Pueyrredón y Bernardino Rivadavia en 1812.
Fuente: diario El Ciudadano & la región – Foto: Gustavo Ércole