Mariano Mores cerró la primera jornada del gran evento cultural en el Parque Nacional a la Bandera. «Una música es popular cuando la pueden silbar un canillita o el vecino de la vuelta de la esquina». Palabras más, palabras menos, eso fue lo que aseguraba un personaje de una película en la que el protagonista era un joven Mariano Mores. Y fue el mismo compositor, ante la multitud presente anoche en el Parque Nacional de la Bandera, el que se encargó de ratificar aquella frase. Con algunos años de más pero con la misma impronta, logró que grandes y chicos se pusieran a tararear la música del dos por cuatro. Y no faltó el que también se animó a hacer algún pasito de baile. En definitiva, el tango es un lenguaje universal.
La gente estaba movilizada. No hay dudas de que el III Congreso Internacional de la Lengua Española acentuó el sentido de pertenencia de muchos rosarinos, y eso provocó que salieran en masa a celebrarlo. Cada uno a su manera. Hubo quienes llenaron los salones donde hubo conferencias, los que no querían perderse por nada del mundo los fuegos artificiales y los que aprovecharon para disfrutar una noche de música al aire libre. Y también los que hicieron un poco de todo.
Lo cierto es que el Parque Nacional de la Bandera estaba repleto de gente que llegaba en todo momento. Había quienes estaban de paso y quienes se apoltronaron con su sillita playera un par de horas antes, mate de por medio, esperando a una leyenda viviente.
Quique Pesoa fue un presentador de lujo. Se encargó de pivotear sobre la idea del tango «Uno» y ese mágico poder que hace que con sólo silbarlo diez segundos sea identificable su melodía. «Con siete notas y cinco semitonos, algunos pueden expresar mucho más que lo que dicen mil palabras», dijo el conductor radial ante un público que parecía coincidir plenamente con su idea.
Y de pronto arrancó Mores, de impecable frac y rosa roja en el ojal. Dos pantallas gigantes reflejaban parte de la historia de «un muchacho con talento» en imágenes sepia y películas que apenas recordaban los que sumaban muchos calendarios en el hombro.
«Una lágrima tuya» y «Tanguera» sirvieron para calentar motores con una orquesta que sonó ajustadísima y Mores que no perdía oportunidad para lucirse en el piano. «Uno», en la voz de Daniel Cortés, fue lo que permitió que la gente se soltara y algunos probaran a ver si se acordaban entera la letra de Enrique Santos Discépolo. Trascartón «Garufa», otro clásico, logró impactar de lleno en el gusto de los presentes.
Pero uno de los mayores atractivos de la noche se dio a partir del cuerpo de bailarines. La destreza y expresividad de los artistas arrancaron un «oooooh» de la gente, y provocó que algunas parejas se largaran a bailar e incluso desviaran las miradas que hasta allí sólo recalaban en el escenario.
Mores siempre se encargó de marcar el camino a sus herederos. Las imágenes en la pantalla de su hijo Nito, mezcladas con las de reuniones íntimas con toda la familia, en donde aparecía hasta Mariana Fabbiani, imprimieron el toque de nostalgia que no podía faltar. De pronto, Silvia Mores salió a defender el apellido del padre, cantando a dúo con Cortés «Te llaman Lulú». Más tarde sería el turno de Gabriel Mores, quien cantó junto a su abuelo «Cafetín de Buenos Aires» y «La calesita».
A esta altura la gente ya estaba de fiesta. Cuando las melodías disparan recuerdos generan frases como «esta la bailé por primera vez con mi marido». Y son instantes irrepetibles. «Cuartito azul», «Taquito militar» y el cierre con «Adiós, pampa mía» pertenecen a ese grupo de tangos inolvidables.
Y Mariano Mores se encargó de revivirlos en una noche única. El bis llegó con «Así es mi tierra», que devino en un cerrado aplauso y el típico «¡grande maestro!». Final a toda orquesta, con aroma pleno de dos por cuatro.
Fuente: La Capital – Pedro Squillaci
Imagen: César Arféliz