Tienen en la mano la galletita «Pocky» que consiguieron en el Barrio Chino. «Es nuestra hostia», bromea Aiko, kinesióloga, de 22 años y de Belgrano. En su grupo de amigos todos llevan mochilas con pins de sus dibujos animados preferidos, un mp3 o un iPod con música japonesa y a cada rato se les escapa -y sin querer-, un arigato (gracias), daisuki (te quiero mucho) y kawaii (qué tierno). Se agregan «chan» al final de cada nombre (así, Matías es «Matichan»), cantan canciones en japonés con voz aniñada y bailan la danza tipo electrónica-pop bautizada «Parapara». No se trata de un viaje a Oriente ni un cuento de fantasía nipón. Esto pasa acá, frente al Palacio Pizzurno, en la galería Bond Street y en eventos donde compiten por el mejor disfraz y el mejor baile, después de pasar por el Paseo La Plaza. No son emos ni floggers: se llaman otakus y lolitas, y son las nuevas tribus urbanas que agrupan a cientos de jóvenes de 13 a 30 años.
A diferencia de otras tribus que se importaron de Inglaterra y de Estados Unidos, los otakus nacieron del fanatismo casi obsesivo por los animé (dibujos animados), el manga (historietas), los videojuegos y la J-Music (música japonesa). Es una tendencia que se viene dando desde que los animé Dragon Ball Z y Sailor Moon pisaron la Argentina en los ’90 y lograron que los chicos -y los no tan chicos- empezaran a indagar en la cultura oriental. Las lolitas nacen de la moda japonesa. Hay en toda Latinoamérica y ya arrasan Nueva York, París y Londres. Pero acá, cuando unos y otros se juntan disfrazados en el Paseo La Plaza antes de armar un karaoke en japonés en alguna casa, los vecinos se los quedan mirando: «Nos miran mal. Creen que somos raros, que lo único que hacemos es mirar dibujitos, que somos nerds», dice «Matichan», estudiante de abogacía, de Palermo. «Algunos no nos entienden y si vamos al Pizzurno nos quieren linchar: creen que somos actores o huecos. Pero tenemos valores», afirma Aiko.
Los otakus hacen lo que llaman «cosplay»: difrazarse representando a un personaje de los dibujos animados. «Los animé tratan sobre historias bastante reales con las que te sentís identificado», explica Aiko. El próximo evento, «Cosmofixión», será hoy en la Escuela 19, en Caballito. La indumentaria es su coraza. Para las lolitas también. La confeccionan ellos o la compran por Internet.
Para Marcelo Urresti, sociólogo del Instituto Gino Germani, la cultura japonesa creó una sociedad dominada por gustos infantiles: «Los otakus y las lolitas son el efecto de un infantilismo de una nación traumatizada, nacido de la guerra y sustentado por una cultura consumidora», asegura a Clarín. Ellos, en cambio, dicen que no son una tribu sino una comunidad. «Un otaku es estudioso, responsable», dice Aiko. Aunque admite, en broma, los dibujitos japoneses «te lavan el cerebro».
También frente al Pizzurno se juntan cada vez más «foxes», cuyo lema es «no a la violencia». Los sociólogos aseguran que las tribus tienden a reciclarse y que las lolitas y los otakus, por el fanatismo de los videojuegos y los animé, seguirán creciendo.
Fuente: Clarín