De esta manera, se suma a la lista de ciudades del país que en los últimos meses han impulsado medidas similares contra el herbicida y a favor de la salud.
El rechazo al uso del glifosato sigue multiplicándose entre las ciudades de la Argentina. Tras lo establecido por Rosario, Paraná, Gualeguaychú y Concordia, entre otras, ahora Santa Fe acaba de aprobar una ordenanza que veta la comercialización y el uso dentro del ejido urbano del famoso herbicida, considerado “probablemente cancerígeno” por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“La normativa se constituye como una herramienta importante para el resguardo de la salud de los santafesinos ya que prohíbe la venta del biocida en forma minorista”, destacó Facundo Viola, integrante de la multisectorial Paren de Fumigarnos.
La normativa, además de fijar la prohibición, establece como obligación que la Secretaría de Ambiente y Espacios Públicos municipal genere “medidas alternativas para el control de malezas y plagas, en armonía con el ambiente, la salud humana y los derechos de la naturaleza”.
En caso de incumplimiento, la disposición fija sanciones monetarias que, en caso de recurrencias en la falta, puede derivar en la inhabilitación definitiva de “establecimientos, empresas y profesionales responsables”. Al respecto, diversas organizaciones han denunciado que el sector agroindustrial –gran promotor del uso del herbicida– ha hecho estragos ambientales, sobre todo en las últimas dos décadas.
“Es común ver en la ciudad y su periurbano como los supermercados, las ferreterías y viveros, comercializan el glifosato como ‘matayuyo’, algo que está normalizado y es de uso común para reducir hierbas en jardines y alrededor de piscinas. Incluso se lo puede conseguir fraccionado de forma irregular y sin etiquetas que adviertan su peligrosidad”, detalló Viola.
Para el activista, la ordenanza representa el inicio de un cambio profundo. Santa Fe está considerada una de las ciudades emblema de la producción de soja transgénica en la Argentina. En la actualidad, ya sea por vía terrestre o aérea, todos los campos destinados a este tipo de cosechas son rociados con glifosato para que solo prevalezcan los cultivos genéticamente modificados, que también abarcan al maíz, el algodón y la alfalfa.
“Mucho se engañó a la población diciendo que el herbicida hasta se podía beber sin consecuencias para la salud. De esa forma se instaló un modelo agroindustrial. Hoy dimos otro paso para librarnos del glifosato, un veneno que mata”, añadió.
El glifosato comenzó a ser comercializado por Monsanto en 1974, como el principal componente del Roundup. Pero, a medida que se intensificó la industrialización del campo, el producto pasó a ser distribuido por todas las grandes multinacionales agroquímicas. Entre ellas, están Bayer (que acaba de comprar a Monsanto), Dow-Dupont, Syngenta (que fue adquirida por la china Chem-China), Basf y FMC, las cuales manejan casi la totalidad del mercado agroalimentario del planeta.
Monsanto, recientemente fue condenado por la Justicia de los Estados Unidos, debido a que no advirtió que su herbicida podía ser cancerígeno. Según el fallo, la multinacional tendrá que pagar casi 290 millones de dólares a Dewayne Johnson, víctima de un linfoma incurable causado por el químico.
Cuando la ciencia deja de ser cómplice
Andrés Carrasco (1946-2014), fue el primer científico argentino que visibilizó los efectos nocivos del glifosato. Llegó a presidir el CONICET y sus célebres trabajos de investigación desafiaron a la comunidad científica y al establishment político-empresarial al asegurar que los componentes químicos del herbicida podían inducir malformaciones o producir la muerte en embriones anfibios.
Tras la muerte de Carrasco, que se convirtió en un símbolo de la ciencia digna, la posta fue tomada por diversos doctores que, movilizados por su lucha, multiplicaron las investigaciones sobre el glifosato. Damián Marino, biólogo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y miembro del Conicet, es uno de ellos.
A partir de sus estudios, se ha descubierto que Urdinarrain (Entre Ríos) es la ciudad con mayores concentraciones de glifosato en el mundo, se comprobó que las moléculas del herbicida no eran biodegradables –como juran desde la industria química– sino pseudo-persistentes y que 6 de cada 10 frutas y verduras del país tienen al menos un agrotóxico. Uno de sus últimos trabajos, realizado a través del Centro de Investigaciones del Medio Ambiente de La Plata (CIMA), también fue revelador: el glifosato se encuentra en el 40 por ciento de los lagos pampeanos bonaerenses.
Damián Verzeñassi es otro de los grandes referentes actuales. Doctor y docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) desde el 2010 se ha encargado de estudiar la salud de más de 110 mil personas de 32 localidades expuestas al uso de agroquímicos. Gracias a los “campamentos sanitarios”, que realizó junto a colaboradores y alumnos, se comprobó que en todas hubo un incremento muy importante de los casos de cáncer que coincide con la llegada del modelo de producción con transgénicos dependientes del glifosato.
Este problema también ha impulsado la conformación de diversas organizaciones, como la Red de Médicos de Pueblos Fumigados o la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología (RENAMA). La primera se ha ocupado de visibilizar que en los pueblos rurales una de cada tres personas muere de cáncer, mientras que en el resto del país es una cada cinco. Es decir, en las regiones agrarias, hay entre un 40 y 50 por ciento más de fallecimientos a causa de esta enfermedad. Mientras que la segunda, liderada por el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá, fomenta la agricultura rotativa y libre de agroquímicos en municipios y emprendimientos colectivos en todo el país.
A nivel internacional, el glifosato estuvo en el ojo de la tormenta durante el año pasado luego de que la Unión Europea (UE) decidiera renovar por cinco años más su uso, impulsando arduos debates y disputas entre los países miembros.
En el exterior, los estudios también alertan sobre sus consecuencias ambientales. Una investigación de 2017, del Centro Común de Investigación (JRC, por sus siglas en inglés), reveló que el herbicida y sus derivados se encuentran en el 45% de los cultivos europeos.
En 2015, el glifosato fue clasificado como “cancerígeno probable” por el Centro Internacional de Investigación sobre el Cáncer (CICR, en francés) vinculado a la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En Francia, por su parte, investigaciones del científico Gilles-Eric Séralini aportaron nuevos argumentos a lo expuesto por Carrasco en la Argentina. “Trabajamos en células de recién nacidos con dosis del producto cien mil veces inferiores a las que cualquier jardinero común está en contacto. El Roundup programa la muerte de esas células en pocas horas”, indicó el profesional galo, especialista en biología molecular.
Fuente: Otro revés para el glifosato: ahora Santa Fe vetó el uso y la venta del herbicida que creó Monsanto / iprofesional.com