
Durante más de diez años, empresas de Europa y Estados Unidos proveyeron, directa o indirectamente, equipos de vigilancia y sensores submarinos al complejo militar ruso.
Los componentes terminaron reforzando el sistema Harmony, la red que protege a los submarinos nucleares del Kremlin en el Ártico.
Martín Nicolás Parolari. GIZMODO
Mientras la atención mundial se centraba en la invasión de Ucrania, Rusia consolidaba en silencio otro frente de defensa: el Ártico. En esa región helada, bajo kilómetros de agua y hielo, su flota de submarinos nucleares quedó protegida por un sistema de vigilancia llamado Harmony. Pero lo más inquietante es cómo se construyó: con tecnología occidental adquirida a lo largo de más de una década mediante intermediarios, empresas pantalla y operaciones encubiertas.
De acuerdo con una investigación coordinada por The Washington Post y medios europeos bajo el proyecto “Secretos de Rusia”, el sistema Harmony utiliza sensores instalados en el lecho marino del mar de Barents y otras áreas estratégicas del norte ruso. Estos dispositivos, conectados a redes de fibra óptica y drones subacuáticos, permiten detectar cualquier submarino extranjero antes de que se acerque a los “bastiones” navales del Kremlin.

Una red construida con piezas occidentales
Documentos judiciales, registros de empresas y archivos de inteligencia revelan que la operación incluyó componentes fabricados en Estados Unidos, Reino Unido, Noruega, Suecia, Italia y otros países de la OTAN. Para lograrlo, Moscú habría utilizado un entramado de compañías intermediarias, entre ellas Mostrello Commercial Ltd., registrada en Chipre, que canalizó decenas de millones de dólares en equipos clasificados como bienes civiles.
Entre los materiales adquiridos se incluyen sonares de alta sensibilidad, drones submarinos capaces de operar a 3.000 metros de profundidad, antenas de largo alcance y cableado de fibra óptica de manufactura europea y norteamericana. Según la investigación, buena parte de esta tecnología terminó instalada en las bases navales del norte de Rusia, donde se concentran los submarinos nucleares de la Flota del Norte.
Uno de los contratos clave, firmado en 2015, involucra a EdgeTech, fabricante estadounidense con sede en Massachusetts. El acuerdo, redactado parcialmente en ruso, incluía cláusulas que simulaban un alquiler civil de equipos de exploración marina. En realidad, el objetivo final era cartografiar el fondo oceánico para la instalación de sensores militares.
Alertas ignoradas y una década de evasiones
La trama salió a la luz tras un juicio en Alemania contra Alexander Shnyakin, ciudadano ruso acusado de coordinar compras tecnológicas para Mostrello violando la legislación de exportación. Durante el proceso, un funcionario alemán reveló que la CIA había alertado en 2021 sobre la red de adquisición clandestina, pero las medidas efectivas solo llegaron después del inicio de la guerra en Ucrania.
Los documentos del caso muestran cómo Rusia eludió sanciones y controles durante años, aprovechando las brechas legales del comercio internacional. Empresas occidentales suministraron componentes bajo la presunción de que serían usados en investigaciones oceanográficas o proyectos energéticos. Muchas descubrieron su verdadero destino cuando los tribunales ya habían intervenido.

Harmony: el oído del Kremlin bajo el mar
El sistema Harmony se presenta como una red de sensores distribuidos por el lecho oceánico del Ártico. Cada punto de vigilancia puede captar vibraciones, ruidos o movimientos de submarinos extranjeros a miles de kilómetros. El exoficial de la Marina estadounidense Bryan Clark, hoy investigador del Instituto Hudson, explicó a The Washington Post que el objetivo es detectar y rastrear a los submarinos estadounidenses antes de que se acerquen a las zonas de patrullaje rusas.
“Si temes que alguien te siga, pasas por encima de un sensor en un momento determinado. Si alguien te sigue, también debe pasar por ese sensor y será detectado”, detalla Tom Stefanick, experto de la Brookings Institution. En términos militares, Harmony es una ventaja estratégica: permite a los submarinos nucleares rusos moverse sin ser interceptados, reforzando la doctrina del Kremlin conocida como bastion defense, un escudo disuasorio frente a la OTAN.
Un rompecabezas de poder, dinero y silencio
La revelación de Harmony expone una realidad incómoda para Occidente: incluso bajo regímenes de sanciones, la tecnología fluye donde hay dinero, intermediarios y ambigüedad legal. Las piezas que blindan hoy los submarinos rusos no surgieron de un laboratorio secreto en Moscú, sino de un largo catálogo de exportaciones autorizadas por empresas que creyeron vender instrumentos científicos o industriales.
La investigación internacional continúa, y varios países europeos ya revisan contratos pasados y licencias de exportación vinculadas al sector marítimo.
Mientras tanto, en el silencio del Ártico, el sistema Harmony sigue escuchando.




