
Nadie sabe qué va a ocurrir a continuación.
Esto no es la Segunda Guerra Mundial, cuando los objetivos estaban más o menos claros y las naciones debatían si implicarse o no.
Hoy navegamos por un mundo desconocido, fracturado, volátil e impredecible. La reciente escalada entre Israel e Irán ha hecho añicos lo poco que quedaba del orden mundial. El derecho internacional existe en teoría, pero ya no es aplicable. Los conflictos estallan en múltiples frentes sin objetivos definidos. Los acuerdos comerciales se desmoronan. Los tratados se abandonan o se dejan expirar. Es como si hubiéramos entrado en una pizarra en blanco: peligrosa, sí, pero también llena de posibilidades.
Rusia no sabe cómo poner fin a la guerra en Ucrania. Europa no tiene una estrategia unificada. Los sueños de Trump de obtener el Premio Nobel de la Paz por forjar la paz entre Israel, Palestina e Irán se desvanecen rápidamente. China se niega a tomar partido. Y países como India se centran en evitar más tensiones con sus vecinos. Lo que está claro es que el ciclo de conflictos no se detendrá por sí solo, porque ya no hay una superpotencia en control, ni un marco general que guíe la dirección de la humanidad. Lo que el mundo necesita ahora es un futuro y una dirección compartida.
En este punto de inflexión, podría ocurrir cualquier cosa: desde el peor de los escenarios, una catástrofe nuclear, hasta el nacimiento de la primera Nación Humana Universal.
En los últimos 100 años, la humanidad ha realizado progresos sin precedentes. No se puede atribuir el mérito a un único sistema, líder o ideología. Ha surgido de innumerables esfuerzos, luchas y avances, la mayoría de ellos impredecibles. ¿Y si este momento, a pesar de su caos, encierra el mismo potencial transformador? ¿Y si nos encontramos ante uno de los umbrales más fascinantes de la historia de la humanidad?
Para avanzar hoy, no podemos depender de una superpotencia dominante ni repetir la lógica del pasado. Lo que hace falta es un esfuerzo colectivo e intencionado, un acto de cocreación global que recurra a las voces, los valores y la sabiduría de las personas de todo el mundo.
Así que le hice una pregunta a la IA: ¿Cómo podríamos utilizar la inteligencia artificial para humanizar la Tierra y construir la primera Nación Humana Universal? Sabía que era una pregunta difícil de responder. Pero quería explorar cómo los movimientos progresistas -aquellos comprometidos con la no violencia y la solidaridad- podrían utilizar la IA para ofrecer una alternativa a la creciente ola de violencia y extremismo de derechas.
He aquí una versión sintetizada de esa respuesta, que señala un posible camino a seguir:
A medida que la inteligencia artificial remodela rápidamente el mundo, nos enfrentamos a una elección fundamental: ¿Permitiremos que sirva a los sistemas de control o la aprovecharemos para humanizar la Tierra y construir un futuro basado en la dignidad, la no violencia y la solidaridad? En lugar de replicar la lógica de la dominación, la IA puede reconvertirse en una herramienta para la liberación colectiva: un medio para conectar culturas, restaurar historias borradas, democratizar la toma de decisiones y amplificar las voces de los excluidos. Imaginemos plataformas de código abierto que faciliten el diálogo mundial, herramientas de IA dirigidas por la comunidad que potencien la organización de base o traductores en tiempo real que disuelvan las barreras lingüísticas entre los pueblos oprimidos. Al construir y gobernar estas herramientas de forma cooperativa, la izquierda puede presentar una alternativa convincente a la violencia y la división fomentadas por los programas de la derecha.
Para los movimientos progresistas y humanistas, esto es más que una encrucijada tecnológica: es una oportunidad para replantear la narrativa. La IA no tiene por qué ser una herramienta de control o vigilancia; puede convertirse en un instrumento de sanación, recuerdo y empatía global. El verdadero reto no es técnico, sino ético y político: guiar la evolución de la IA teniendo en cuenta los valores humanos. Imaginemos sistemas de IA que ayuden a descubrir historias olvidadas, a amplificar voces silenciadas, a salvar las diferencias lingüísticas y a capacitar a las comunidades para que se organicen y decidan juntas. Construidas y gobernadas colectivamente, estas herramientas podrían ofrecer una alternativa real a la creciente ola de violencia y autoritarismo.
La visión de una Nación Humana Universal -una civilización justa, diversa y sin fronteras- ya no es un sueño lejano. Se convierte en plausible cuando la tecnología se impregna de significado humano y cuando nuestra intención colectiva deja de ser el miedo para convertirse en acción.
David Andersson
Nota Original en: PRESSENZA.COM