Cada año la bandada recala en un barrio de la ciudad. Esta vez fue Bella Vista. «Dios me bendijo con este regalo». Eso dice Pedro Monserrat, quien vive en Alsina 2062. El hombre de 95 años plantó hace 23 un gomero en la vereda de su casa. Esa planta frondosa y fuerte hoy sirve de albergue a miles de golondrinas. La bandada se convirtió en el centro de atención del barrio. Llegan personas de todas las edades y desde todos los puntos de la ciudad para disfrutar del show que cada noche y cada mañana protagonizan estos pequeños pájaros que recorren año a año distancias gigantescas. El rito se cumple cada atardecer. Cada día, los vecinos de la zona de Alsina y Cerrito se juntan para disfrutar del espectáculo que sólo se ve cada 365 días.
Si bien Rosario anida todos los años a estos pequeños animalitos, este ejército organizado como ningún otro, elige cada vez distintos barrios. En una oportunidad aterrizaron en la zona sur, el año pasado eligieron Fisherton y esta vez recalaron en el barrio Bella Vista.
Otras veces, los vecinos optaban por podar los árboles para evitar que los pájaros volvieran al año siguiente. La temporada anterior, los animales desataron una polémica infernal y dividieron a la ciudad entre los defensores a ultranza y los enemigos acérrimos de la bandada.
Pero esta vez, la cosa parece distinta. Don Pedro es el dueño del gomero que hoy cobija a estos simpáticos pajaritos. Y lejos de protestar porque la vereda queda salpicada por sus rastros, el hombre de 95 años está feliz. «Es una bendición del cielo…Es un regalo que me hace Dios», afirma el abuelo que se felicita a sí mismo por no haber cortado el gomero cuando los vecinos del barrio se lo reclamaban hace algún tiempo.
Monserrat todavía recuerda que ese árbol frondoso era apenas una ramita que estaba tirada en la calle hace 23 años y que fue recogida por su esposa y un nieto.
Hoy el gomero de Alsina 2062 es la plataforma de despegue y de aterrizaje de miles de golondrinas que cada tarde pugnan con los gorriones por un lugar en las ramas.
Los pájaros cumplen cada mañana y cada tarde el ritual de salir y llegar todos juntos al nido, pero siempre es diferente.
«Parece un ballet», asegura Miguel que vive en el barrio y llevó a su hijo Luca de 7 años. Y el chico no puede creer lo «linda» que es la danza que mira.
Ni el más avezado de los pilotos se animaría a desplegar tantas acrobacias y piruetas. Es más, las aves demuestran en cada segundo que funcionan como una comunidad completamente organizada.
Hugo llega a Alsina al 2000 desde otro barrio de la ciudad. «Son como una nube negra que va y viene todo el tiempo, hasta que desaparecen en un segundo», comenta. Y la descripción es exacta. El rito dura más de media hora, desde que empiezan a llegar las primeras hasta que todas se zambullen en la copa del árbol.
«Parece un caleidoscopio», dice Fabiana, una mujer que mira asombrada cómo cambia el paisaje en forma constante, igual que esos mágicos tubos construidos con espejos y pequeños cristalitos, que jamás repiten la misma figura