Para una gran mayoría de analistas internacionales, el conflicto de Irak no se reduce al tema de la guerra. Lo que está en juego es el nuevo perfil del orden internacional y el rol de las Naciones Unidas. Si se produce un ataque a Irak sin autorización expresa del Consejo de Seguridad, -la hipótesis más probable por estas horas- podría dar lugar a una crisis similar a la que arrastró a la Liga de las Naciones en las primeras décadas del siglo XX.
En los años 30 los jóvenes militares japoneses estaban penetrados de ideas místicas relativas al destino del Japón. Estas ideas en realidad respondían a la necesidad de expansión del nuevo imperio japonés. Los militares japoneses ocuparon la provincia china de Manchuria para crear una nación «independiente» a la que llamaron «Manchukuo».
Allí llevaron a Pu Yi, el último emperador niño de China al que convirtieron en gobernante títere de Manchukuo, tema de la película «El último emperador», de Bertolucci. Los chinos solicitaron inútilmente el amparo de la débil Liga de las Naciones. El ejemplo de la afortunada invasión japonesa de Manchuria, que demostraba cómo se podía desafiar impunemente el poder de la Liga de las Naciones, alentó las ansias expansionistas de Mussolini, que dispuso la invasión y anexión de Etiopía.
La Liga de las Naciones declaró a Italia país agresor, pero se limitó luego a votar sanciones económicas que fueron perfectamente llevaderas para los italianos. Después vino la invasión de Austria y la anexión de los Sudetes por Alemania que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Tanto Japón, como Alemania e Italia terminaron retirándose de la Liga de las Naciones, dando muestras de su falta de interés por preservar un orden jurídico internacional.
Para Carlos Villán Durán, jurista del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, un ataque a Irak sin autorización expresa del Consejo de Seguridad «supondría una ilegalidad que debilitaría a Naciones Unidas hasta el extremo de que ésta dejaría de ser una organización de referencia». Su fin estaría cercano porque «la tentación unilateralista de Estados Unidos dinamitaría los cimientos de la ONU».
El presidente español José María Aznar, en una entrevista al semanario alemán Der Spiegel también reconoce que «estamos jugando con la supervivencia de toda la estructura de relaciones internacionales elaborada desde 1945». Pero en su opinión el único responsable es Saddam Hussein, «que ha conseguido dividir al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas».
No obstante, en Estados Unidos también se oyen voces que alertan acerca de los riesgos de ruptura del orden internacional. The New York Times afirma en un editorial que «si la cuestión se reduce a un sí o un no a una invasión sin un amplio respaldo internacional, nuestra respuesta es no». En un artículo de opinión del mismo rotativo, el ex presidente Jimmy Carter también se muestra contrario a un ataque unilateral contra Irak. Para Carter, no sería una «guerra justa» y se violaría el derecho internacional.
El ex ministro francés de Defensa, Jean Pierre Chevenement, opina que pese a las ominosas circunstancias, se está diseñando un mundo multipolar. La salida de la crisis sólo será posible por medio de la cooperación de todos los actores mundiales y lo mejor es que ahora Naciones Unidas mantenga su imparcialidad. «Pase lo que pase, la ONU volverá a ser el lugar adecuado para arreglar los problemas. Es mejor que sea puenteada hoy por Estados Unidos, que instrumentalizada y ridiculizada». Para el ex ministro, como para la gran mayoría de los europeos, hay que preservar ese marco irremplazable, aunque imperfecto, de la legalidad internacional, representado por Naciones Unidas.