
La confirmación de la condena a CFK ofrece una doble chance: al movimiento Justicialista, recuperar el rol de portador sano de sus tres banderas fundacionales; a la ex presidenta, conducirlo en su totalidad.
La proverbial imposibilidad de entender al peronismo por parte del país no peronista surge, entre otras razones, de su genética redencionista. Puede decirse que el peronismo es, esencialmente, redención, en el sentido teológico del término, aunque su origen sea decididamente económico o transaccional.
No se ha dicho tantas veces como para que se entienda el verdadero significado de la redención. Su etimología remite al latín. El término “redemptio” sobreviene del “redimĕre”, que debe interpretarse como “volver a comprar” o, también, y especialmente en este caso, “rescatar”.
Es importante poner un ejemplo de cómo funcionaba la redención romana. La Vía Apia, que unía Capua con Roma, estaba flanqueada –a ambos bordes del camino– por centenares de cruces de donde colgaban condenados por diversos delitos graves. Los romanos pudientes, cuando la transitaban, observaban a los crucificados. Y si notaban que había alguno de ellos que aún conservara cierta vitalidad y fuerza, apelaban a la redemptio, pagaban por ellos y se los llevaban como esclavos. Los salvaban de la muerte segura y los ponían a trabajar para ellos. Ese era un acto de redención.
El cristianismo toma ese concepto y lo reformula: el hijo de Dios, Jesucristo, viene al mundo a redimir a los pecadores, ofrece su vida para el perdón de esos pecados y permite con esa acción que la Humanidad, aquella que cree en esa acción redentora, obtenga el acceso a la vida eterna que sobreviene después de la muerte física. Salva de la muerte eterna y el precio es nada menos que la vida del hijo unigénito del Creador. Esa transacción espiritual se cierra con la resurrección, que es la victoria final sobre la muerte.
Los más de veinte siglos de cristianismo muestran que a esa teología o, si se quiere, para los no creyentes, ese relato, le ha ido bastante bien. Por los motivos que se prefiera esgrimir, esa narrativa tiene una sobrevida que muchas otras religiones envidian por su longevidad.
Como el Ave Fénix
Perón, tal vez sin ser consciente, en un principio, de estar llevando adelante una operación de tamañas dimensiones, también reformula el significado de la redemptio, al darle visibilidad a masas sumidas en el subsuelo del olvido, sumergidas en la explotación y el desamparo, abriendo una puerta para su ingreso a la vida social, con el mismo piso de derechos de quienes transcurrían sus vidas en la superficie.
El peronismo es, esencialmente, un movimiento de redención. Rescata, redime al pueblo hasta entonces sojuzgado, se lo arrebata a la oligarquía, pero sin pagar otro precio que atraer sobre sí todo el odio del bloque de poder dominante y su eterna promesa de venganza o revancha para que todo vuelva al estado de cosas previo a esa irrupción en la Vía Apia argenta.
Desde esa aparición en la política, el peronismo y el bloque antagónico, vienen disputando una lucha que, con variada intensidad según los tramos de la historia, no arrojó un vencedor claro. Más bien, como se ha escrito innumerables veces, esa lucha viene teniendo como resultado un empate histórico.
Con los cambios lógicos que ha tenido el bloque de poder dominante, desde aquella oligarquía ganadera hasta la neo oligarquía actual, en la que conviven multinacionales agroexportadoras, grupos económicos hiperconcentrados, medios de comunicación, el sector financiero local y extranjero, el enemigo del peronismo nunca dejó de tener como objetivo último la desaparición o exterminio del movimiento que fundaron Juan y Eva Perón.
Sin embargo, el peronismo, con todas las pieles que ha vestido a lo largo de su historia –que ya acumula 80 años– nunca se propuso la eliminación total del enemigo. No está en su génesis. La convivencia entre el trabajo y el capital, en los períodos en que el peronismo gobernó lo suficiente para poner en juego sus políticas, dio resultado. Y cuando una facción del peronismo pensó en derrotar al enemigo, eligiendo el camino de las armas, el resto del movimiento no la acompañó, pero la derrota y sus consecuencias las sufrió la inmensa mayoría del peronismo.
Foto: Cristian Maiola
La paradoja es que el peronismo, en su fifty & fifty, nunca hizo perder de ganar un centavo a sus eternos adversarios, esos que lo quieren ver como una rémora, una anomalía de la “historia republicana”. Muy por el contrario, algunos de los sectores que integran ese bloque de poder dominante han ganado más durante los períodos peronistas que con los diferentes experimentos liberales. El problema parece ser otro, entonces, que el de la rentabilidad.
No vale mucho abundar en este espacio sobre las cuantiosas hipótesis que intentan dar explicación a lo inexplicable. Odio de clase, dicen algunos, imposibilidad de ver el goce en lo que ellos definen como “clases subalternas” o directamente negros de mierda, arriesgan otros, lo cierto es que hay un particular empeño de parte del sector más concentrado de la economía, sumado a vastos segmentos sociales que se han apropiado de esa animadversión, por ver extinguirse la llama del peronismo.
Los resultados vuelven a remitir a las cuestiones teológicas. Cada vez que el embate sobre el peronismo muestra que esta vez sí está acabado, surge de entre el polvo y las cenizas, con más fuerza, en una especie de resurrección que viene a cumplir con el rescate del pueblo de las manos de sus agresores.
Pasó en la etapa posterior al golpe de 1955, con la Resistencia Peronista. Ocurrió luego de la primera derrota electoral del peronismo, en 1983, y sucedió cuando los escombros que dejó el neoliberalismo de los años 90 –paradójicamente de la mano de un gobierno que llegó al poder con ropajes peronistas– daban la apariencia de que no sólo el movimiento nacido en 1945 estaba liquidado, sino todo el sistema de partidos. No había vestigios de representatividad a la vista, pero el peronismo, encarnado en la figura y políticas de Néstor Kirchner, mostró que, una vez más, el muerto gozaba de buena salud.
El traspié electoral de 2015 dio lugar al corto pero nefasto mandato de Mauricio Macri. Sus seguidores, como lo hacen actualmente los fans de Javier Milei, acuñaron la expresión “No vuelven más”. Y en 2019, el peronismo volvió. Y pasó todo lo que ya se sabe que aconteció hasta la llegada de los libertarios a la Casa Rosada y Olivos.
El eterno sainete inconcluso
Para quienes se asombran con los niveles que el antiperonismo suele alcanzar en las urnas, especialmente desde 1983 a la fecha, siempre resulta necesario refrescar que existe un núcleo duro gorila para nada despreciable, que puede ser ponderado entre un 30 y un 35 por ciento.
Ese piso se complementa, en forma pendular, con una suerte de franja independiente similar a la platea de esos clubes cuyos simpatizantes suelen disfrutar más con putear a los jugadores propios por sus errores que a los adversarios por sus virtudes y goles. Así de amargos son, y así suelen votar.
Ese segmento fluctúa entre un escepticismo expresado con la frase “son todos iguales” y una actitud más militante que deriva hacia la ya proverbial cantinela: “Esto pasa por culpa del peronismo”, desde la expulsión de un hijo de la escuela hasta el aumento de la lechuga mantecosa. Nada de eso hubiese acontecido sin la existencia del peronismo.
El liberalismo, desde el origen mismo de la historia de la patria, siempre se alimentó de esos sectores que nunca manifestaron el menor arraigo por la tierra en que nacieron, hacia su comunidad, que siempre se sintieron de algún modo extranjeros o ajenos al terruño. Ya fueran los criollos inclinados por la tibieza del poder español en la colonia, o la incipiente clase media citadina que se fue forjando con el comercio, los factores de poder que abrazaron el liberalismo europeo se recostó, para su provecho, en esa porción desarraigada de la sociedad.
A principios del siglo XIX, las primeras familias porteñas adineradas a partir de sus propios orígenes, por vía del contrabando o mediante promisorios chanchullos con la corona española, siempre desarrollaron sus actividades en relación con el Estado.
Para bien o para mal, el Estado siempre estuvo presente en el desarrollo de una clase que pronto se mostró parasitaria y mañosa. Los impuestos que la corona obligaba a pagar generaba una rabiosa resistencia, compensada con las prebendas que se obtenían por las relaciones privilegiadas con algunas autoridades del Virreinato.
La irrupción de Inglaterra en 1806, con la primera invasión, tuvo en esa clase en ciernes el doble efecto de acceder a una cara desconocida del europeísmo y de conocer que ese nuevo sujeto traía para ella una ventana de oportunidad a la hora de los negocios. Los ingleses tardaron menos en desembarcar que en llevar a sus literas de campaña a las hijas de algunos prohombres porteños, que se las ofrendaron para caerles bien.
En esa incursión y en la que devino un año más tarde, los ingleses salieron derrotados de aquella aldea con pretensiones llamada Buenos Aires, pero dejaron sembradas semillas que echaron frutos: la idea de la libertad de comercio, esa vieja trampa pirata, y que ellos eran la modernidad frente al vetusto y atrasado imperio español. Algo de razón tenían en ese último chamuyo: la decadencia de España comenzaba a evidenciarse.
Foto: Julia Oubiña | El Eslabón/Redacción Rosario
Para no hacerla tan larga, los ingleses entendieron que valía más untar con monedas de oro las alforjas de esos ambiciosos criollos que gastar fortunas en flotas, cañones y soldadesca, para terminar en deshonrosas rendiciones. No es que desestimaron para siempre la vía militar, pero entendieron que la idea de llevarse los recursos de estas tierras indómitas y vender sus productos manufacturados podía resolverse en forma menos onerosa en vidas y metálico.
Puede decirse que, más allá de las giras europeas de los futuros intelectuales liberales, allí, en el barroso puerto del Buen Ayre, nació el liberalismo más ramplón, el cual prendió como garrapata en la epidermis de la empoderada crápula porteña.
Mucha agua pasó por debajo de los puentes de la historia argentina desde entonces, pero si algo se mantuvo incólume fue uno de los grandes versos del liberalismo desde que por primera vez puso un pie en el poder formal y se animó a gobernar. Desde Rivadavia a esta parte, siempre repiten como un salmo que nunca los dejaron terminar de hacer su faena. El liberalismo repite que por hache o por be siempre se produjeron interruptus que impidieron llegar a la fase virtuosa de su modelo de país, que siempre comienza con un período de sacrificios que carga sobre las espaldas de las grandes mayorías.
Si no era la indiada o el gauchaje, eran los caudillos federales. Si no los interrumpían los anarquistas de principios del siglo XX lo hacía el radicalismo personalista encarnado en Yrigoyen. Hasta que apareció su más abominable figura antagónica, el peronismo, los liberales siempre tuvieron una excusa a mano para explicar por qué cuando gobernaban todos se volvían más pobres menos ellos, y cada vez que echaban mano al tesoro público se endeudaban y dejaban que el muerto lo enterraran otros.
Los proverbiales fracasos de los diferentes modelos liberales, con sus módicas variantes, nunca trastocan lo esencial de su política: la transferencia de ingresos del bolsillo de trabajadores, pymes, pequeños productores, etc, a manos de los sectores más concentrados de la economía.
En el marco de esa puja inconclusa, el peronismo sigue postulando la premisa de respetar la partición en mitades de la renta nacional entre los primeros y el gran capital. Tal es la angurria de la pandilla que se considera dueña del país, que el porcentaje que pretende para sí no tiene límite alguno. Incluso si le cuesta el trabajo o la propia vida al resto de los habitantes de la Argentina.
Una gran oportunidad
La condena a Cristina Fernández de Kirchner en la llamada Causa Vialidad, confirmada por la corte suprema de injusticia, generó movimientos tectónicos en el subsuelo de la patria sublevada. Las autoconvocatorias masivas a la casa de la ex presidenta una vez conocida la resolución, la gran marcha del 18 de junio, los mensajes de la titular del PJ una vez que el tribunal de ejecución de la pena restringió sus salidas al balcón, son indicadores de un inesperado cambio de escenario político.
La inmediata reacción de un peronismo abroquelado en defensa de Cristina, organizando la referida movilización, dejando por un rato la interna y poniendo el foco en la estrategia de unidad camino a las elecciones de septiembre en la provincia de Buenos Aires y de octubre a nivel nacional contrasta aún después de que la espuma baje con el retiro del gobierno de Milei de la agenda política y el potenciamiento de los conflictos en todos los sectores afectados por el criminal accionar libertario.
Nada es lo mismo en la política argentina desde que la corte decidió inclinarse por una de las dos opciones que el bloque de poder dominante tenía reservadas para neutralizar el liderazgo de Cristina: entre presa o muerta, se optó por la primera.
Hoy los gobernadores de todas las provincias y del municipio porteño tienen claro que si no aprietan a Milei el único destino que les espera es sucumbir. Ahogados financieramente, devastadas sus economías y desarticulados sus sistemas productivos, pretenden recuperar lo retenido en forma ilegal por la administración central.
Tarde, seguramente, porque muchos de esos mandatarios ordenaron a sus legisladores no prestarse a la derogación del decreto 70/23, votar a favor de la Ley Bases, acompañar muchas de las decisiones de Milei que nadie podía ignorar que se trataba de tiros en los pies. Pero hace tres doritos no existía siquiera la sospecha de una reunión como la que se llevó adelante en la semana en el Consejo Federal de Inversiones (CFI).
Foto: Cristian Maiola
La lucha de los trabajadores del Hospital Garrahan; la pelea de los despedidos de empresas como Georgalos, la multinacional energética Secco, Shell, Pilkington, Volkswagen, Procter y Gamble, Empresa del Oeste, Ledesma, entre tantas otras; la resistencia de los gremios estatales ante la carnicería oficial plasmada en despidos y persecución a los empleados públicos, hablan de que Milei está en problemas.
Lo que el oficialismo llama plan económico hace agua por todos lados:
La Agencia de Recaudación y Control Aduanero (Arca), la ex Afip, le presta al Tesoro fondos coparticipables, a tasa 0. O sea, financia el plan de Luis Toto Caputo con plata que corresponde a las provincias, sin pagarles un centavo. Sin eso y otros instrumentos tan truchos como ése, no hay superávit financiero. Sólo es un dibujo.
Milei esperaba que Morgan Stanley mejorara la calificación de Argentina para salir al mercado de capitales para seguir endeudándose. Eso no pasó, el índice de Morgan Stanley Capital International (MSCI) mantiene al país en el grupo de los standalone, que tienen la calificación más baja. lo cual impide que baje el riesgo país –que no baja de los 700 puntos– y se complica el plan de Milei para conseguir dólares.
Caputo, frente al desinterés inversor, tuvo que suspender una licitación de Bontes.
El Gobierno, para el 13 de junio, tenía que acumular reservas para cumplir con lo firmado con el FMI, 4.500 millones de dólares y no llegó ni de casualidad, por lo que espera que el Fondo le otorgue un waiver (una especie de perdón) y luego le gire 2.000 millones de dólares.
No son los únicos problemas financieros de un gobierno que presume de tener al Messi de las finanzas, pero muestran la fragilidad de la capa de hielo sobre la cual se mueven los elefantes libertarios.
Esta compleja coyuntura ofrece al peronismo y a Cristina una oportunidad que hace apenas semanas no tenían. Por un lado, para el movimiento que este año cumple 80 años, puede ser el mejor momento para levantar las banderas de Independencia Económica, Justicia Social y Soberanía Política, ponerlas en un programa para intentar volver al gobierno y, si ello ocurre, avanzar en lo que seguramente será un arduo proceso de recuperación tras el monumental desquicio destructivo que dejará la gestión libertaria.
Para la ex presidenta se presenta la chance de, por fin, conducir al peronismo en su totalidad, más allá de las fronteras del kirchnerismo, e incluso más allá del muro que separa internamente a éste de La Cámpora.
Hay indicios de que eso sería posible, aunque también hay gestos que no colaboran con ese objetivo tan estratégico como patriótico, como el discurso de Máximo Kirchner que precedió al mensaje de Cristina en Parque Lezama. Ser “el hijo de” no debería otorgar ventajas en la carrera electoral. No al menos con la herida aún abierta de Cristina presa.
El maratón de entrevistas que el jefe de La Cámpora salió a correr luego de Parque Lezama indica claramente que está en campaña, algo para lo que le asiste derecho pero también la responsabilidad de empezar la carrera en la misma línea que sus potenciales competidores internos.
Las negociaciones para dirimir los lugares en las listas camino al 7 de septiembre en territorio bonaerense amenaza repetir escenarios pasados que son realmente traumáticos, tanto como para recordar que en la provincia que gobierna Axel Kicillof hace dos décadas que el peronismo viene perdiendo en comicios intermedios.
A Cristina le sobra inteligencia, capacidad y talento para sobrevolar todo este escenario, ser ecuánime en una interna siempre áspera, aportar a la unidad con un programa de salvación nacional y, después de tanto tiempo perdido, conducir al peronismo en su conjunto. ¿Querrá hacerlo?
Publicado en el semanario El Eslabón del 27/06/25
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Fuente: Redacción Rosario