Cientos de rosarinos eligieron no olvidar el nombre de Evita. Casi con veneración hacia la figura de la esposa de Perón, una multitud se reunió ayer frente al Cristo Redentor. … Homenajes a 50 años del fallecimiento de la Abanderada de los Humildes
Muchos observaban con absoluta solemnidad. Otros eligieron una sonrisa amplia, como si estuviesen reviviendo la postal de Evita y Juan Domingo Perón asomados al balcón. Casi ninguno pudo evitar un gesto de veneración hacia la imagen inmaculada, convertida en una santa, de la «jefa espiritual de la Nación». Algunos incluso dejaron escapar sin pudor sentidas lágrimas.
A cincuenta años de su fallecimiento, María Eva Duarte de Perón tuvo un emotivo recuerdo de parte de cientos de rosarinos que se reunieron frente al cementerio El Salvador, en uno de los actos que se realizaron ayer en la ciudad.
«Plaza de la lealtad», reza la placa bajo el Cristo Redentor, junto al que se montó un escenario coronado por dos banderas argentinas y pantallas gigantes. A las 19, bajo el implacable viento de las primeras horas de la invernal noche, arrancó el acto central que organizó el PJ para recordar a Evita con palabras, imágenes y canciones.
La banda de policía de la Unidad Regional II tuvo a su cargo «Aurora» para comenzar a calentar el gélido clima. Desde el escenario, los locutores repasaron la vida de Evita. Desde las pantallas, la imagen viva de la Abanderada de los Humildes capturada por las filmaciones provocaban aislados aunque reiterados aplausos espontáneos de la gente.
«Justo había viajado a Buenos Aires cuando falleció, así que pude verla», señaló una señora que intentaba mitigar el frío con el mate cocido servido por personal de Gendarmería. «Pobre, murió en la más profunda miseria», le respondió otra señora. Los infaltables bombos de cada celebración justicialista llegaron de la mano de la Juventud Peronista, que arribó estratégicamente a poco de comenzado el homenaje. Los locutores recordaron el trágico terremoto de San Juan, en enero de 1944, cuando el entonces presidente Perón convocó a numerosos artistas populares, lo cual le sirvió para conocer a Eva Duarte. Entre la gente, el presidente del PJ provincial, Angel Baltuzzi, terminaba de ultimar los detalles del acto. Rubén Dunda y María Herminia Grande eran de los pocos dirigentes justicialistas que se dejaron ver junto a la gente.
A duras penas con su reuma a cuestas, una señora se acercó hasta el Cristo Redentor repleto de ofrendas florales. Dejó otro ramo, se apoyó sobre una de las placas, hizo la señal de la cruz y se perdió entre la multitud, justo cuando desde los micrófonos afirmaban: «Evita inmortal, no te olvidaremos ni permitiremos que te olviden». «Los jóvenes y futuros ciudadanos encuentran en la ciudad infantil todo lo que necesitan», narra la inconfundible voz que acompaña a las imágenes oficiales de un Perón vestido de impecable blanco y su esposa, de elegante sombrero, dando el puntapié inicial de los torneos infantiles Evita. La gente acompañó con sus palmas las canciones dedicadas a Eva Duarte y pareció prolongar más allá de las pantallas gigantes la instantánea del 17 de octubre de 1945.
El comunicado de la Secretaría de Prensa y Difusión del 26 de julio de 1952 anunciaba el fallecimiento de la «jefa espiritual de la Nación». Las imágenes sin audio dejaron escuchar algunos sollozos entre la gente que se acercó al Cristo Redentor. Llegó el Himno Nacional interpretado por la banda de la policía, acompañado de repetidos gritos de «viva la patria, viva Perón». El clarín ejecutó un toque de silencio a las 20.25, la hora en que «Evita entró en la inmortalidad». Una señora de poco más de cuarenta años, que jamás conoció a la mujer de Perón, que aún no había nacido cuando falleció la Abanderada de los Humildes, rompió en llanto y apenas si pudo cantar «Evita capitana».
La Juventud Peronista caminó hasta pocos metros del escenario con antorchas encendidas. Incluso una abuela de 88 años se animó a acercar una poesía a los locutores para que la leyeran, poco después de que pronunciara una plegaria el hermano del padre Pedro Martino, quien hasta su muerte ofició cada año una misa en honor a Evita. Para el cierre quedó la infaltable marcha peronista, cantada a viva voz por cada uno de los asistentes, todos con ambos brazos en alto y los dedos en V. En los oídos de la gente quedaron resonando las palabras de María Eva Duarte de Perón: «Yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria». Y, una vez más, la multitud peronista cumplió con el pedido de la mujer que eligieron como «jefa espiritual» de sus vidas.
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