El espejismo financiero del hidrógeno verde
Por Mauricio Herrera Kahn. Pressenza.com. Medio Ambiente
La energía del futuro se está vendiendo como si ya existiera, mientras los pueblos siguen esperando luz y agua.
El hidrógeno verde se ha convertido en la nueva palabra mágica de la transición energética. Gobiernos, corporaciones y bancos lo anuncian como la llave que abrirá el futuro limpio del planeta. Cada semana se publican nuevos proyectos con cifras que marean. Se habla de cientos de miles de millones de dólares en inversiones, de millones de empleos verdes, de un negocio que salvará al mundo del colapso climático. Pero debajo del brillo hay un vacío. La mayoría de los proyectos no existen fuera del papel.
La realidad es incómoda. Más del noventa por ciento de los planes de hidrógeno verde anunciados están en etapa conceptual o inicial. Menos del cinco por ciento está en operación. Lo que abunda no son moléculas, son promesas. El hidrógeno verde se está convirtiendo en un mercado de anuncios, de ferias internacionales, de consultoras que venden cifras infladas y de bancos que especulan con futuros contratos que aún no existen.
Los gobiernos ponen subsidios, los fondos de inversión levantan acciones, las consultoras reparten proyecciones como estampitas. Mientras tanto, comunidades enteras siguen esperando electricidad, agua y trabajo. La energía del futuro se negocia en las bolsas antes de existir en los territorios. Lo que debería ser una revolución tecnológica corre el riesgo de ser un espejismo financiero, otro banquete de especulación disfrazado de transición verde.
La avalancha de anuncios
El hidrógeno verde se ha transformado en un festival de promesas. Más de 1.000 proyectos han sido anunciados en los últimos cinco años en todos los continentes. Gobiernos, corporaciones y fondos de inversión los presentan como si fueran hechos consumados. Los discursos oficiales hablan de un futuro inmediato donde barcos, aviones y fábricas funcionarán con moléculas verdes. Pero la realidad es mucho más pequeña que el marketing.
Según la Agencia Internacional de Energía Renovable, menos del 5 por ciento de esos proyectos está en operación efectiva. La mayoría permanece en etapa de diseño, licitación o simple anuncio político. En otras palabras, lo que hoy existe es sobre todo propaganda. Los mapas mundiales del hidrógeno muestran puntos de colores que representan proyectos soñados, no realidades industriales.
Las cifras suenan gigantescas. Hasta 2050 se han comprometido más de 500.000 millones de dólares en inversiones, según estimaciones de la IEA y BloombergNEF. Pero esos compromisos no son dinero en plantas ni en electrolizadores, son promesas condicionadas a subsidios, créditos blandos y marcos regulatorios que todavía no existen. Es capital especulativo que busca posicionarse primero en la fila por si el negocio despega.
La paradoja es evidente. Nunca una tecnología con tan poco desarrollo real había generado un volumen tan grande de titulares y conferencias internacionales. Lo que hoy mueve al hidrógeno verde no son moléculas producidas, sino expectativas financieras. La transición energética parece escrita más en PowerPoints de consultoras que en plantas funcionando. El riesgo es claro: si se vende más humo que hidrógeno, el espejismo terminará estallando como tantas burbujas antes
El capital financiero detrás del hidrógeno
El motor real del hidrógeno verde no son los electrolizadores ni los parques solares. Son los bancos y fondos de inversión que olieron un nuevo negocio. BlackRock, Goldman Sachs, BNP Paribas y HSBC figuran entre los principales promotores de megaproyectos de hidrógeno. No lo hacen por convicción climática, lo hacen porque ven un mercado virgen con subsidios garantizados y riesgos trasladados al Estado.
El modelo es transparente. Los gobiernos ponen la plata en forma de subsidios, créditos fiscales y garantías. Las corporaciones presentan proyectos que solo son viables si reciben esa ayuda. Los bancos estructuran bonos verdes y fondos de inversión que se venden como transición limpia. El dinero circula, pero las moléculas aún no aparecen.
Las cifras muestran la magnitud del espejismo. En 2022, los fondos especializados en transición energética captaron más de 70.000 millones de dólares, gran parte destinados al hidrógeno. La Unión Europea comprometió 9.000 millones de euros en subsidios directos para proyectos estratégicos. Estados Unidos, a través del Inflation Reduction Act, ofrece hasta 3 dólares por kilo de hidrógeno producido, lo que significa un subsidio que puede cubrir la mitad del costo real.
El negocio financiero está asegurado aunque el hidrógeno no llegue a ser competitivo. Los contratos y bonos ya generan ganancias. Los que asumen el riesgo son los contribuyentes que pagan impuestos y los territorios que entregan agua, tierra y energía. Así, la promesa del hidrógeno verde se convierte en un producto financiero más, con logos verdes en las carátulas, pero con la misma lógica de siempre: privatizar beneficios y socializar pérdidas.
El lobby y la maquinaria de consultoras
El hidrógeno verde no solo es negocio para bancos y corporaciones. También alimenta a una maquinaria silenciosa de consultoras y lobbies que venden proyecciones como si fueran verdades científicas. McKinsey, PwC, Deloitte y otras firmas han publicado informes donde aseguran que el hidrógeno moverá trillones de dólares en 2050. Son documentos escritos para convencer a políticos y atraer capital, no para reflejar la realidad técnica.
El patrón es evidente. Se inflan las cifras de demanda futura, se exageran los empleos potenciales, se presentan escenarios irreales donde el hidrógeno reemplaza al petróleo en pocos años. Cada reporte se convierte en insumo para ministros y parlamentarios que luego justifican subsidios millonarios. El círculo se cierra cuando esas mismas consultoras asesoran a las corporaciones que reciben el dinero.
El lobby es igual de contundente. En Bruselas, la Hydrogen Europe —el principal grupo de presión de la industria— ha gastado más de 10 millones de euros anuales en campañas para influir en la Comisión Europea. En Washington, el gasto en lobby energético superó los 125 millones de dólares en 2022, con el hidrógeno como uno de los ejes centrales. En Tokio y Seúl, las grandes automotrices presionan para mantener programas de subsidio a vehículos de hidrógeno pese a sus bajas ventas.
La política energética se está escribiendo en oficinas de lobby y salas de PowerPoint más que en laboratorios y fábricas. El resultado es un espejismo cuidadosamente construido: un mercado inflado con promesas, respaldado por informes pagados y sostenido por subsidios públicos. Lo llaman transición verde, pero huele más a ingeniería financiera con propaganda que a una revolución energética real.
Los proyectos fantasmas y fracasos
El espejismo financiero del hidrógeno verde se evidencia en los proyectos que nunca llegan a ver la luz. En Australia, anunciada como la futura superpotencia del hidrógeno, varios megaproyectos fueron cancelados o reducidos drásticamente. El “Asian Renewable Energy Hub”, que prometía ser el más grande del planeta con capacidad para producir millones de toneladas de hidrógeno, quedó suspendido después de años de titulares y conferencias.
En Alemania, la llamada “estrategia nacional del hidrógeno” se topó con la realidad. De los más de cien proyectos anunciados en 2020, apenas una decena ha comenzado construcción. El resto espera subsidios o quedó en el cajón de los anuncios políticos. En Chile, la gran promesa sudamericana, varias iniciativas en Magallanes fueron retrasadas indefinidamente porque los costos de electrólisis duplicaban las proyecciones iniciales.
Los números lo dicen todo. Según BloombergNEF, más del 40 por ciento de los proyectos globales de hidrógeno verde anunciados entre 2018 y 2022 está retrasado o cancelado. El resto avanza lentamente condicionado a subsidios y financiamiento externo. En otras palabras, el mapa del hidrógeno está lleno de fantasmas.
La industria lo explica como una etapa normal de innovación. La verdad es más incómoda. Lo que existe es una inflación de anuncios para atraer inversión y capturar subsidios. Los territorios entregan agua, tierras y electricidad, los gobiernos reparten beneficios fiscales, las consultoras publican informes de impacto positivo, pero la molécula no aparece. El hidrógeno verde corre el riesgo de transformarse en la minería del humo: un mercado basado en promesas incumplidas y contratos que enriquecen a pocos antes de que la tecnología siquiera madure.
El riesgo de una burbuja verde
La fiebre por el hidrógeno verde recuerda a otras burbujas que marcaron al capitalismo reciente. La burbuja puntocom a fines de los noventa prometía que cada clic en internet valía millones. La burbuja del fracking en Estados Unidos multiplicó la producción de petróleo y gas a costa de deuda y subsidios. Hoy, el hidrógeno verde parece repetir el mismo libreto: expectativas desbordadas, capitalización bursátil inflada y muy poca producción real.
Las cifras son elocuentes. Empresas emergentes de hidrógeno cotizan en bolsa con valoraciones de miles de millones de dólares, mientras sus ingresos anuales son casi nulos. Bloom Energy, una de las compañías más visibles del sector, tuvo pérdidas netas de más de 300 millones de dólares en 2022, pero su valor bursátil supera los 3.000 millones. Plug Power, otro actor clave, prometió ser líder en hidrógeno líquido, pero en 2023 acumulaba pérdidas de más de 1.000 millones de dólares y aún así atraía capital fresco gracias a la ola verde.
El espejismo se sostiene en las expectativas de subsidios. El mercado descuenta que los gobiernos seguirán entregando dinero público para cubrir los costos de producción, aún cuando el hidrógeno verde sigue siendo tres veces más caro que los combustibles fósiles. Es la misma lógica de siempre: socializar riesgos y privatizar ganancias.
La historia advierte. Cuando las burbujas estallan, los que pierden son los pequeños inversionistas, los trabajadores y los contribuyentes. El hidrógeno verde puede terminar en ese mismo camino si se sigue construyendo sobre promesas financieras en lugar de realidades técnicas. Los mercados ya vendieron la piel del oso energético sin haberlo cazado. Y cuando el espejismo se disipe, quedará la resaca de dinero perdido y territorios sacrificados.
Alternativas realistas
El espejismo financiero del hidrógeno verde no significa que la tecnología sea inútil. Significa que la forma en que se la impulsa responde más a intereses especulativos que a necesidades reales. Existe otro camino. En lugar de megaproyectos diseñados para exportar energía a miles de kilómetros, el hidrógeno verde puede desarrollarse en escalas locales, vinculado a la soberanía energética y no a los balances de Wall Street.
Los ejemplos empiezan a aparecer. En España, pequeñas plantas piloto producen hidrógeno para abastecer industrias locales, sin depender de exportaciones masivas. En Japón, comunidades rurales combinan paneles solares con electrolizadores para generar energía limpia de autoconsumo. En América Latina, investigadores de universidades públicas desarrollan prototipos de bajo costo para buses urbanos y minería.
Las cifras muestran que lo pequeño puede ser más eficiente. Un estudio de la Agencia Internacional de Energías Renovables indica que proyectos descentralizados de hidrógeno pueden reducir hasta en un 25 por ciento los costos logísticos frente a las megaexportaciones. Además, al usar aguas residuales y fuentes locales, disminuyen la presión sobre acuíferos y territorios.
La clave está en quién controla el proceso. Si los proyectos son diseñados por y para las comunidades, el hidrógeno puede ser una herramienta de desarrollo y no de despojo. Si se concentra en manos de corporaciones financieras, seguirá siendo un espejismo. El futuro no se juega solo en los kilogramos de hidrógeno producidos, sino en si esa energía sirve para mejorar la vida de la gente o para inflar balances en las bolsas internacionales. El hidrógeno verde puede ser real si se arranca de las manos de la especulación y se siembra en tierra firme.
El hidrógeno verde
El hidrógeno verde nació como promesa de salvar al planeta de las emisiones y puede terminar convertido en otra burbuja de papel. Lo que debería ser una revolución tecnológica amenaza con ser un festín especulativo donde los números bailan en presentaciones de consultoras mientras las comunidades siguen esperando luz, agua y trabajo.
El espejismo financiero no significa que el hidrógeno no sirva, significa que la forma en que lo impulsan lo convierte en un negocio sucio. Los bancos ganan con bonos, los políticos con discursos y las consultoras con informes, mientras la molécula todavía no existe en escala real. Si la transición se construye sobre humo, el resultado será el mismo de siempre: pérdidas sociales, territorios dañados y ganancias privadas fugaces.
Pero el futuro no está escrito. Si los pueblos y los gobiernos recuperan la iniciativa, el hidrógeno verde puede ser parte de una transición justa, descentralizada y soberana. No se trata de abandonar la molécula, se trata de arrancarla de la especulación y ponerla al servicio de la vida.
No hay energía limpia en un negocio sucio. El hidrógeno será herramienta de liberación solo si se lo construye con justicia, con agua asegurada, con control social y con beneficio directo para los pueblos. De lo contrario, pasará a la historia como otro espejismo más en el desierto de la codicia.
Bibliografía de cifras duras
International Energy Agency (IEA). Global Hydrogen Review 2023.
International Renewable Energy Agency (IRENA). Global Hydrogen Supply Chain Report 2022.
BloombergNEF. Hydrogen Market Outlook 2023–2050.
Hydrogen Council & McKinsey. Hydrogen Insights 2023.
U.S. Inflation Reduction Act (IRA) 2022, programas de subsidios a hidrógeno.
Bibliografía general
Van de Graaf, Thijs & Overland, Indra. “The Geopolitics of Hydrogen.” Energy Research & Social Science, 2020.
Sovacool, Benjamin. Energy and Ethics: Justice and the Global Energy Challenge. Palgrave, 2013.
Ball, Michael & Wietschel, Martin. The Hydrogen Economy: Opportunities and Challenges. Cambridge University Press, 2009.
Böhm, Steffen. Climate Change and Capitalism. Routledge, 2021.
Rifkin, Jeremy. The Hydrogen Economy. Penguin, 2002.
Mauricio Herrera Kahn
Nota original en: PRESSENZA.COM