
“La Tierra gira tranquila, pero la humanidad tropieza en cada vuelta”, inspirado en Arturo Aldunate
Por Mauricio Herrera Kahn. Pressenza.com. Medio Ambiente
La Tierra comenzó a formarse hace 4.000 millones de años a partir de un caos de polvo y fuego cósmico. Pasó por etapas de cataclismos y equilibrio, se enfrió, formó mares y continentes, creó atmósferas tóxicas y luego oxigenadas. Hace unos 3 millones de años, alcanzó una atmósfera estable, semejante a la que conocemos hoy. En ese escenario comenzaron a proliferar especies que poblaron glaciares, sabanas y desiertos.
De ese árbol de la evolución apareció la especie de cuatro patas y dos manos llamada gorila, que luego derivó en homínidos, neandertales y finalmente, hace apenas 200 mil años, en Homo sapiens (ver libro “A horcajadas de la luz”, de Arturo Aldunate). El sapiens fue un recién llegado a un planeta que ya había visto extinguirse al 90% de sus especies en grandes cataclismos, pero fue el único capaz de transformar la Tierra a su antojo.
La Tierra inmutable sigue sin cambiar, con un movimiento perfecto alrededor del Sol y un eje vertical apenas desviado. Nada la saca de su trayectoria, salvo un desenlace cósmico que afectaría al universo entero. Su ciclo de 24 horas, su órbita y sus estaciones siguen un patrón inmutable desde hace millones de años. Digamos que hasta el año 1000 d.C. la Tierra permanecía indiferente, girando en su ritmo cósmico, mientras la humanidad comenzaba apenas a ensayar sus primeras civilizaciones estables.
Pero llegó el Homo sapiens con su creatividad y su violencia. Inventó la agricultura en Anatolia hace 12.000 años, domesticó animales, fundó aldeas como Göbekli Tepe y Çatalhöyük. En poco tiempo levantó imperios, esclavizó pueblos, construyó pirámides y templos, creó dioses para justificar su poder. De las pinturas rupestres pasamos a las guerras, de la palabra oral a la escritura, de la cooperación tribal a la rapiña organizada.
La destrucción masiva del medio ambiente, las guerras, la esclavitud, el robo y la rapiña los trajo el hombre con su propia evolución. Y así llegamos al dilema actual: un planeta que sigue girando tranquilo, pero una especie que tropieza en cada vuelta.
Hoy, después de dos guerras mundiales que dejaron más de 90 millones de muertos, con armas nucleares que pueden destruir el planeta varias veces, con crisis climática, con hambrunas y con rapiña de recursos en todos los continentes, la pregunta es hacia dónde vamos.
¿Será este el siglo de la barbarie final, donde el Homo sapiens confirma su insignificancia autodestructiva? ¿O será el inicio de una nueva conciencia, aprendiendo de los pueblos originarios que aún viven en equilibrio con la naturaleza en las orillas del Nilo y en las selvas del Amazonas?
La Tierra seguirá girando, imperturbable. El dilema no es el planeta. El dilema es la humanidad.
En la Parte 3/4 analizamos
- El saqueo global en cifras (11)
- Utopía o barbarie (12)
- El tiempo y la eternidad (13)
- El hombre y la naturaleza (14)
- La ciencia y el límite (15)
Ahora desarrollaremos la parte 4:
El arte y la memoria
Shakespeare y el teatro de la condición humana
William Shakespeare transformó el teatro en espejo de la vida. Hamlet, Macbeth, Lear o Julieta son rostros eternos de la ambición, la duda, el amor y la locura. “Todo el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres meros actores”, escribió. El arte se convirtió en memoria colectiva: cada tragedia era un registro de lo humano.
Cuatro siglos después, sus palabras siguen siendo representadas en más de 100 países cada año. El arte de Shakespeare no fue entretenimiento, fue denuncia y revelación. Nos recordó que somos mortales que juegan a ser dioses.
Thomas Mann y la novela como disección
En el siglo XX, Thomas Mann elevó la novela al nivel de bisturí social. En La montaña mágica o Doktor Faustus, exploró la enfermedad, el tiempo, la decadencia. Para él, la literatura no era un refugio, era una operación quirúrgica en el alma de Europa. Mientras la modernidad prometía progreso, Mann mostró la podredumbre de sus entrañas. Su escritura fue el eco de un continente en guerra consigo mismo. Hoy, en tiempos de globalización y crisis, sus páginas suenan actuales: recuerdan que el arte es diagnóstico y advertencia, no simple ornamento.
Joyce y el laberinto del lenguaje
James Joyce llevó el idioma a su frontera en Ulises y Finnegans Wake. El lenguaje dejó de ser herramienta y se volvió laberinto. Sus páginas no se leen, se sobreviven. Joyce demostró que el arte puede ser espejo, pero también abismo. Cada frase es un río enmarañado que obliga a perderse para encontrar sentido. Con él, la novela se volvió experimento, desafío al lector y al tiempo. Como escribió: “La historia es una pesadilla de la que intento despertar.” El lenguaje, en sus manos, fue un sueño insomne que todavía desvela al siglo XXI.
Pessoa y el desdoblamiento del yo
Fernando Pessoa multiplicó su identidad en decenas de heterónimos. Fue poeta y multitud, hombre y legión. En El libro del desasosiego, confesó: “Vivo siempre en el presente. El futuro no lo conozco. El pasado ya no lo tengo.” Pessoa encarnó la paradoja del yo fragmentado, anticipando la multiplicidad del hombre contemporáneo. En una era de redes sociales donde cada persona fabrica máscaras digitales, Pessoa aparece como un profeta. Su obra nos advierte que la memoria es siempre ficción, que el yo es siempre teatro.
Neruda y la poesía de lo simple.
Pablo Neruda dignificó las cosas mínimas: una cebolla, un zapato, una taza. En sus Odas elementales mostró que la poesía está en lo cotidiano, no en lo solemne. “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”, escribió. Neruda convirtió lo pequeño en universal, lo simple en eterno. Su obra recuerda que el arte no necesita torres de marfil, basta un objeto en la mesa para tocar lo absoluto. En un mundo saturado de tecnología y ruido, sus poemas son un recordatorio de que la belleza cabe en un trozo de pan compartido.
Cifras de la memoria cultural
La magnitud del arte humano impresiona. Se estima que a lo largo de la historia se han publicado más de 120 millones de libros. En guerras y saqueos se han robado al menos 500.000 obras de arte, desde el expolio nazi hasta el tráfico contemporáneo. Los museos almacenan más de 700 millones de piezas, muchas ocultas en bodegas. El mercado del arte mueve US$ 68.000 millones anuales, pero la memoria cultural no se mide en dinero: se mide en lo que queda después de la destrucción. Cada cifra es testimonio de que la belleza ha sido tan perseguida como el oro.
Pablo Picasso escribió: “El arte es la mentira que nos permite comprender la verdad.” Esa mentira necesaria es la única que nos salva de la barbarie. El arte es memoria de lo que fuimos, espejo de lo que somos y advertencia de lo que podríamos ser. En cada pintura, en cada verso, en cada melodía, late la resistencia contra el olvido.
La utopía y el futuro
Platón y la República ideal
En el siglo IV a.C., Platón escribió La República, imaginando una ciudad gobernada por filósofos-reyes, donde la justicia era el pilar de la vida colectiva. Su idea de un orden perfecto nunca se cumplió, pero marcó para siempre el debate sobre el poder. En su visión, los guardianes eran incorruptibles y el bien común primaba sobre el interés privado. Hoy, frente a la corrupción de gobiernos y corporaciones, la República platónica parece un sueño distante. Sin embargo, sigue siendo un faro: la utopía no es destino, es brújula. Como decía Platón: “La medida de un hombre es lo que hace con el poder.”
Tomás Moro y la isla de Utopía
En 1516, Tomás Moro escribió Utopía, inventando una isla sin propiedad privada ni pobreza. Allí no había hambre, ni desigualdad, ni guerras por recursos. Fue un texto escrito contra la codicia de su tiempo, y su palabra se volvió sinónimo de lo imposible. Sin embargo, cada utopía es también denuncia: si el hambre existe, es porque la sociedad lo permite. En un mundo con 735 millones de personas hambrientas en 2023, la isla de Moro sigue siendo un espejo incómodo. Su destino trágico (ejecutado por oponerse a Enrique VIII) recuerda que soñar sociedades justas puede costar la vida.
Gramsci y la voluntad
El filósofo italiano Antonio Gramsci escribió desde la cárcel: “El pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad.” Sabía que la realidad es brutal, pero que la esperanza es un deber. Sus palabras resuenan en un planeta marcado por guerras, migraciones y crisis climática. Hoy más de 280 millones de personas son migrantes internacionales y se prevé que para 2050 habrá más de 200 millones de desplazados climáticos. La inteligencia nos dice que el futuro es sombrío, pero la voluntad insiste en que no está escrito. Gramsci enseñó que la esperanza no es ingenuidad, es resistencia consciente frente a lo inevitable.
Ursula Le Guin y las utopías literarias
En el siglo XX, Ursula K. Le Guin imaginó mundos alternativos en novelas como Los desposeídos o La mano izquierda de la oscuridad. Sus utopías no eran perfectas, eran experimentos sobre género, poder y libertad. Para ella, la literatura era laboratorio político. En un mundo dominado por distopías tecnológicas, Le Guin defendió la capacidad humana de reinventar lo posible. Escribió: “La ciencia ficción no predice el futuro, describe el presente.” Sus relatos siguen vigentes porque el futuro se cocina hoy: en cada elección, en cada desigualdad, en cada semilla de justicia o violencia.
Silo y la revolución de la conciencia
El pensador latinoamericano Silo sostuvo que la verdadera revolución no es económica ni militar, sino de la conciencia. En su Mensaje escribió: “Nada por encima del ser humano y ningún ser humano por debajo de otro.” Esa declaración condensa la utopía más radical: igualdad plena, dignidad absoluta. Frente a un mundo que mide valor en dólares, PIB o armas nucleares, Silo propuso otra métrica: la capacidad de reconciliarse y superar el sufrimiento. Su utopía no está en una isla ni en un libro sagrado, está en el interior de cada persona.
Cifras del futuro en disputa
El futuro se decide en cifras. Para frenar el cambio climático se necesitan US$ 4,5 billones de inversión anual en transición energética hasta 2050. La automatización amenaza con reemplazar hasta el 40% de los empleos en dos décadas. La inteligencia artificial ya mueve más de US$ 200.000 millones anuales y redefine el trabajo humano. La presión demográfica será brutal: de aquí a 2050, el planeta sumará 2.000 millones de personas más. La utopía no es lujo intelectual, es necesidad de supervivencia.
Eleanor Roosevelt lo dijo con ternura y fuerza: “El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños.” La utopía no es ingenuidad, es el arte de soñar con lucidez. En un mundo que parece condenado a repetir guerras y saqueos, atreverse a imaginar lo imposible es la mayor forma de resistencia. El futuro no está escrito: depende de si soñamos con imperios o con comunidades, con armas o con abrazos.
La evolución de la mente
Del instinto a la conciencia
El cerebro humano es fruto de una larga evolución que comenzó hace más de 3 millones de años con los primeros homínidos. El salto no fue solo físico, fue mental. Mientras un chimpancé tiene un cerebro de 400 cm³, el Homo sapiens alcanzó los 1.350 cm³. Esa diferencia permitió el lenguaje, la abstracción, la planificación. El instinto se transformó en conciencia. Como escribió Aristóteles: “El hombre es el único animal que tiene palabra.” La mente fue la herramienta que nos permitió sobrevivir en sabanas hostiles, pero también la que abrió la posibilidad de la barbarie.
El lenguaje como revolución
El verdadero motor de la mente no fue la fuerza ni el fuego, fue la palabra. Con el lenguaje nació la cultura, la memoria colectiva y la cooperación. Los antropólogos estiman que el lenguaje complejo surgió hace 70.000 años, coincidiendo con la expansión del sapiens fuera de África. Gracias a él, grupos de 150 personas pudieron organizarse y dominar la caza y la guerra. Como señaló Nietzsche: “No son las cosas las que atormentan al hombre, sino las opiniones sobre las cosas.” El lenguaje no solo describe el mundo, lo crea.
De cazadores a agricultores
El paso de la caza a la agricultura, hace 12.000 años en Anatolia, cambió la mente humana tanto como cambió el cuerpo. El calendario, la escritura, las matemáticas nacieron de la necesidad de sembrar y cosechar. El cerebro se volvió contable, planificador, acumulador. En Mesopotamia ya se registraban cosechas en tablillas de arcilla. La mente dejó de ser nómada y se volvió sedentaria. Como dijo William James: “La mente humana, una vez expandida por una nueva idea, nunca vuelve a su tamaño original.” La agricultura expandió la mente hacia el futuro, pero también la encadenó al poder y la jerarquía.
La mente como creadora de símbolos
El arte rupestre de Lascaux o Altamira muestra que la mente humana no solo quería sobrevivir, quería significar. Pintar un bisonte era una forma de cazarlo con la imaginación. El cerebro desarrolló la capacidad simbólica que permitió dioses, leyes y poesía. Los arqueólogos calculan que hace 40.000 años ya existía arte en todos los continentes habitados. Carl Jung lo llamó “arquetipos”, imágenes que brotan del inconsciente colectivo y que se repiten en todas las culturas. La mente aprendió a inventar mundos dentro del mundo.
Ciencia y abstracción
Con el paso de los siglos, la mente amplió su dominio a lo invisible. Pitágoras vio números en todas partes, Euclides diseñó geometrías, Galileo apuntó su telescopio al cielo. Hoy, el cerebro humano produce 13.500 artículos científicos diarios y maneja datos en una escala de 175 zettabytes proyectados para 2025. Nunca en la historia un cerebro individual estuvo tan conectado a tantos otros. Como dijo Einstein: “La mente que se abre a una nueva idea jamás vuelve a su tamaño original.” Pero la avalancha de información también amenaza con ahogar la sabiduría.
El costo de la mente
El cerebro humano consume el 20% de toda la energía corporal, a pesar de representar solo el 2% del peso del cuerpo. Es una máquina hambrienta que exige alimento, sueño y estímulo. Esa demanda energética explica por qué la evolución apostó a la inteligencia: fue una inversión arriesgada, pero rentable. Hoy, sin embargo, la mente se enfrenta a paradojas: ansiedad, depresión y soledad aumentan en las sociedades hiperconectadas. Según la OMS, más de 280 millones de personas sufren depresión en el mundo. La mente, que nos dio ventaja evolutiva, amenaza con volverse contra nosotros.
El futuro de la humanidad no dependerá de la fuerza de sus ejércitos ni del tamaño de sus economías, sino de la evolución de su mente. Carl Gustav Jung escribió: “Quien mira afuera, sueña y quien mira adentro, despierta.” La mente humana puede ser cárcel o libertad, destrucción o utopía. Si logramos despertar hacia la conciencia de especie, quizá podamos girar en sintonía con la Tierra. Si no, seremos apenas un recuerdo fósil en la memoria del cosmos.
Los seis pasos para torcer el siglo XXI
- 1. Agua (pacto vital).
- El acceso universal y saneamiento con US$ 300.000 millones/año hasta 2030
- Restaurar cuencas y reconocer los derechos de los ríos
- Reducir pérdidas urbanas >30%
- Energía (desfosilizar)
- Triplicar renovables a 11 TW en 2030
- Retirar subsidios fósiles (≈ US$ 1 billón/año)
- 1 TW de almacenamiento y redes con US$ 600.000 millones/año
- Bosques y naturaleza (reparar)
- Cero deforestaciones ya
- Proteger 30% de tierra y mar
- Restaurar 350 millones de ha para 2030 (1–3 GtCO₂/año capturadas)
- Frenar el tráfico de especies
- Alimentos (suficiencia)
- Cortar 25% del desperdicio ( que puede alimentar a 700 millones de personas)
- Agricultura regenerativa para bajar ≈20% emisiones del sistema
- Dietas saludables, suelos vivos y agua prioritaria al riego eficiente
- Paz fiscal (reorientar)
- Desviar 2% del gasto militar mundial (≈ US$ 48.000 millones/año)
- Salud, educación y clima
- Impuesto progresivo al carbono y la riqueza (≈ 1% del PIB) para financiar una transición justa
- Conciencia (lo humano primero)
- Educación climática y digital universal (US$ 150.000 millones/año)
- Métricas más allá del PIB (vida, bosques, ríos, tiempo libre)
- Ciudades de 15 minutos, transporte limpio, cultura como derecho
E1. El latido final y la esperanza
La Tierra seguirá girando, aunque nosotros desaparezcamos. Ha resistido glaciaciones, extinciones y cataclismos cósmicos. No necesita de nosotros, somos nosotros quienes la necesitamos a ella. En el reloj de 24 horas de la evolución, el Homo sapiens ocupa apenas 7 segundos y en ese parpadeo ha construido pirámides y bombas nucleares, poemas y genocidios. La pregunta no es si la Tierra sobrevivirá, “sino si lo hará la humanidad”.
Hemos llevado al límite los mares, los bosques, los climas, los cuerpos y las conciencias. Somos una especie capaz de comprender la eternidad y al mismo tiempo de destruirla en segundos. Pero también somos la única especie capaz de mirar atrás y decidir un rumbo distinto.
El futuro no está escrito. Puede ser el siglo de la barbarie final o el inicio de una nueva conciencia. La elección no depende de dioses ni de estrellas, depende de nosotros.
Como dijo Antonio Machado: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.”
La poesía también ilumina la esperanza.
- James Joyce nos recordó que “Los errores de la humanidad son los portales del descubrimiento”.
- Pablo Neruda levantó la voz en medio de la desesperanza: “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.”
- Y Gabriela Mistral, madre del valle y de la palabra, nos advirtió: “Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquiven, hazlo tú.”
La eternidad nos ignora, pero la esperanza nos reclama. Mientras quede un humano que sueñe con justicia, mientras tengamos una voz que escriba, mientras tengamos una mano que siembre, habrá futuro. Y en ese futuro, la humanidad puede dejar de tropezar en cada vuelta de la Tierra y empezar a girar en sintonía con ella.
E2. La vida en la Tierra
La Tierra sigue girando. No se detiene por nuestras guerras ni por nuestras ambiciones. No necesita de nosotros para florecer, somos nosotros los que necesitamos de ella para respirar. Hemos sido verdugos de nuestro propio hogar, pero también somos la única especie capaz de mirarse al espejo cósmico y decidir un rumbo distinto.
El reloj de 24 horas de la evolución nos recuerda que el Homo sapiens apenas ha vivido unos segundos. Y en esos segundos ha inventado pirámides y armas nucleares, ha escrito poemas y ha envenenado ríos, ha sembrado trigo y ha vaciado mares. Somos un experimento frágil en un planeta que sobrevivirá sin nosotros. El dilema no es la Tierra, el dilema es la humanidad.
La esperanza está en que la historia no es destino, es elección. En medio del saqueo y la devastación, han surgido voces que han demostrado que se puede resistir, que se puede cambiar.
- Gandhi derrotó a un imperio sin disparar
- Mandela salió de la cárcel para reconciliar
- Silo enseñó que la revolución comienza en la conciencia
El futuro no está escrito, está por escribirse. Puede ser el siglo de la barbarie final o el de la conciencia naciente. La Tierra seguirá girando, indiferente. La pregunta es si estaremos a bordo como destructores o como cuidadores.
La vida en la Tierra aún late, feroz y esperanzadora. Nos toca decidir si ese latido será eco de despedida o canto de futuro….
Bibliografía
- Kapuściński, Ryszard. Ébano. Editorial Anagrama, 2000.
- Fanon, Frantz. Los condenados de la tierra. Fondo de Cultura Económica, 1963.
- Aldunate, Arturo. A horcajadas de la luz. Editorial Zig-Zag, 1960.
- Sixth Assessment Report. Intergovernmental Panel on Climate Change, 2021–2023.
- Naciones Unidas. World Population Prospects 2022. UN DESA.
- Banco Mundial. Groundswell: Preparing for Internal Climate Migration. 2021.
- The State of Food Security and Nutrition in the World. 2023.
- Rachel Carson. Primavera silenciosa. 1962.
- Klein, Naomi. Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima. Paidós, 2015.
- Galeano, Eduardo. Las venas abiertas de América Latina. Siglo XXI, 1971.
- Achebe, Chinua. Things Fall Apart. Heinemann, 1958.
- Sagan, Carl. Un punto azul pálido. Random House, 1994.
- Naciones Unidas. World Water Development Report. UNESCO, 2023.
Nota original en: PRESSENZA.COM




