
El futuro de la energía verde entre hidrógeno y litio
El futuro de la energía verde entre hidrógeno y litio
Por Mauricio Herrera Kahn. Pressenza.com. Medio Ambiente
“El mundo avanza hacia la descarbonización, pero la promesa de la energía limpia se convierte en un campo de disputa entre potencias, corporaciones y pueblos que custodian las materias primas.”
El siglo XX fue gobernado por el petróleo. Guerras, dictaduras, imperios y corporaciones crecieron a su sombra. El siglo XXI ya tiene nuevos dueños en disputa. El litio y el hidrógeno aparecen como las llaves de la transición energética que promete salvar al planeta del colapso climático. La paradoja es brutal. Lo que se presenta como energía limpia arrastra consigo las mismas viejas tensiones de poder, de saqueo y de desigualdad.
El cambio climático obliga a reducir emisiones de forma urgente. La Agencia Internacional de Energía advierte que para 2030 se deben triplicar las energías renovables y multiplicar por seis la producción de minerales críticos. Cada panel solar, cada batería, cada electrolizador depende de materias primas que no están repartidas de manera equitativa. Mientras el norte industrializado diseña estrategias de descarbonización, el sur global vuelve a entregar su subsuelo y su agua.
El litio, concentrado en un puñado de países, y el hidrógeno verde, que necesita territorios con sol y viento abundante, se han convertido en nuevas fronteras del capital. Desde los salares andinos hasta los desiertos africanos, desde las costas de Chile hasta las refinerías de Alemania y Japón, se dibuja un mapa de proyectos que prometen inversiones millonarias y también impactos irreversibles.
La pregunta es inevitable. ¿La transición energética será una oportunidad de justicia global o un nuevo capítulo del colonialismo disfrazado de verde? La respuesta marcará no solo el futuro de la energía, sino el destino de la humanidad en las próximas décadas.
El litio y la fiebre del triángulo sudamericano
El triángulo del litio formado por Chile, Argentina y Bolivia concentra casi el 60 % de las reservas conocidas del planeta. En estos salares de altura, donde la tierra se confunde con espejos de agua salada, se libra una batalla silenciosa que definirá la movilidad eléctrica y la transición energética global. Lo que antes fue territorio olvidado hoy es codiciado por corporaciones, gobiernos y fondos de inversión.
Chile lidera la producción regional. Sus salares de Atacama y Maricunga son explotados por SQM y Albemarle, que en 2023 exportaron más de USD 8.600 millones en carbonato e hidróxido de litio. El país posee cerca del 36 por ciento de las reservas mundiales y su litio alimenta fábricas de baterías en China, Corea y Estados Unidos. La política de nacionalización parcial impulsada por el Estado busca equilibrar el control público con la necesidad de inversión extranjera, pero el dilema es evidente: ¿será Chile exportador de materia prima o actor en la cadena de valor?
Argentina avanza con decenas de proyectos en Jujuy, Catamarca y Salta. Empresas como Livent, Allkem y Ganfeng Lithium expanden operaciones que ya generan más de USD 1.200 millones en exportaciones anuales. El país, que apenas empieza a escalar, podría convertirse en el segundo productor mundial hacia 2030 si logra estabilizar su marco regulatorio y atraer capitales.
Bolivia, con las mayores reservas teóricas del mundo en el Salar de Uyuni, sigue atrapada en la paradoja. Posee la riqueza, pero carece de tecnología y socios estratégicos. Tras décadas de promesas, apenas ha iniciado proyectos piloto junto a empresas chinas y rusas.
El precio internacional del litio se disparó de menos de 10.000 USD por tonelada en 2020 a picos de más de 70.000 en 2022, antes de estabilizarse cerca de los 25.000 en 2024. Para 2030 la demanda se multiplicará por cuatro, impulsada por los autos eléctricos y el almacenamiento energético. El triángulo sudamericano no es solo un mapa geológico, es la nueva OPEP del siglo XXI.
África y Australia los nuevos gigantes del litio
Mientras Sudamérica concentra la atención mediática, en África y Australia se consolida una producción que compite directamente con el triángulo del litio. Estos territorios, ricos en roca dura de espodumeno, han escalado con velocidad en la última década y hoy son piezas claves del tablero energético global.
Australia es el líder indiscutible. Su mina de Greenbushes, en el oeste del país, es la mayor del mundo y aporta casi el 20 % de la producción global. Junto a proyectos en Pilbara y Mt. Marion, el país generó en 2023 exportaciones de litio por más de USD 18.000 millones, superando incluso al cobre en ingresos. Las compañías Pilbara Minerals y Tianqi Lithium controlan buena parte de esta extracción, en estrecha asociación con China, que refina casi todo el material exportado.
En África, el potencial es más reciente pero no menos ambicioso. Zimbabue cuenta con la mina Bikita y proyectos en Arcadia, que podrían colocarlo entre los cinco principales productores en 2030. El Congo, conocido por su cobalto, comienza a explorar yacimientos de litio en Katanga. Namibia se proyecta como nuevo polo de inversiones, con proyectos de empresas australianas y chinas. La región ofrece costos de extracción bajos y cercanía a puertos estratégicos, pero enfrenta el riesgo de repetir la historia del saqueo mineral: riqueza exportada, pobreza local.
La competencia con América Latina es directa. Mientras los salares dependen de evaporación lenta y uso intensivo de agua, las minas de roca dura permiten una explotación más rápida y controlada. Esto acelera la oferta en un mercado donde la demanda crece sin pausa.
Australia y África reconfiguran el mapa. Ya no hay un triángulo único, sino un pentágono global del litio, donde cada país busca asegurar su parte del negocio que moverá el transporte y la energía del futuro.
Hidrógeno verde la nueva frontera energética
El hidrógeno verde se convirtió en la nueva promesa energética del siglo XXI. Producido a partir de electrólisis del agua usando energías renovables, es presentado como el combustible que permitirá descarbonizar la industria pesada, el transporte marítimo y la aviación. La narrativa es clara: allí donde el litio alimenta baterías, el hidrógeno moverá turbinas y fábricas enteras.
Las cifras son elocuentes. Entre 2023 y 2025 se anunciaron proyectos de hidrógeno verde por más de 240.000 millones de dólares a nivel global. Europa aparece como comprador principal, comprometida a importar grandes volúmenes desde 2030 para reducir su dependencia del gas fósil. Alemania lidera con acuerdos de compra a largo plazo y financiamiento de plantas en distintos continentes.
En el sur global emergen los territorios con más sol y viento como protagonistas. Chile proyecta producir el hidrógeno más barato del mundo en 2030 gracias a su radiación solar en el desierto de Atacama y los vientos de Magallanes.
El gobierno estima que podría exportar más de USD 30.000 millones anuales hacia 2040. Marruecos avanza con proyectos respaldados por la Unión Europea y empresas alemanas, aprovechando su cercanía logística con Europa. Arabia Saudita, que edificó su poder con el petróleo, invierte más de USD 5.000 millones en Neom, un megaproyecto que busca convertirlo en potencia también en la era verde.
En Asia, Japón se posiciona como pionero en la demanda, apostando por barcos que transporten hidrógeno líquido desde Australia y Medio Oriente. El país ve en este combustible una vía para reforzar su seguridad energética y reducir emisiones.
El hidrógeno verde promete una revolución energética, pero también expone una realidad dura. Quien controle la producción y los corredores de exportación tendrá en sus manos no solo un negocio millonario, sino la llave de la industria mundial del hidrogeno
El mapa del poder China Estados Unidos Europa
La transición energética no es solo una carrera tecnológica, es una disputa feroz por el control de las cadenas de valor. En el tablero global tres jugadores concentran el poder: China, Estados Unidos y Europa. Cada uno despliega estrategias para asegurarse que litio, hidrógeno y renovables sirvan primero a sus propios intereses.
China lleva una década de ventaja. Controla más del 70 % de la refinación mundial de litio, el 80 por ciento de la producción de paneles solares y domina la fabricación de baterías con gigantes como CATL y BYD. Su modelo combina inversión estatal, capital privado y aseguramiento de recursos en África y América Latina. Pekín no solo extrae, procesa. Por eso marca el ritmo de precios y define la oferta mundial.
Estados Unidos, consciente de su dependencia, lanzó la Inflation Reduction Act (IRA) en 2022, con subsidios que superan los USD 370.000 millones para energías limpias. Su objetivo es atraer fábricas de baterías, incentivar el hidrógeno y garantizar cadenas seguras lejos de China. Tesla, General Motors y Ford ya compiten por contratos de suministro directo con productores de litio en Sudamérica y Australia. Washington presiona también para que proyectos en Chile, Argentina o Bolivia prioricen acuerdos con empresas norteamericanas.
Europa, sin grandes reservas minerales, apuesta a la regulación y al financiamiento. El Green Deal destina miles de millones a hidrógeno verde, energías renovables y proyectos de almacenamiento. Alemania asegura contratos de importación desde Chile, Marruecos y Namibia, consciente de que no puede depender ni de Rusia ni de China.
Bruselas habla de sostenibilidad, pero su dependencia tecnológica es evidente. El mapa del poder está claro. China produce y procesa, Estados Unidos subsidia y asegura, Europa regula y compra. La transición energética es presentada como alianza global, pero en realidad es un pulso geopolítico por quién definirá el futuro.
Desafíos ambientales y sociales
La transición energética se presenta como solución al cambio climático, pero su lado oscuro ya golpea a territorios y comunidades. El litio y el hidrógeno verde, pilares del futuro, arrastran conflictos ambientales y sociales que amenazan con repetir la historia del extractivismo.
En los salares del triángulo sudamericano, la extracción de litio requiere evaporar millones de litros de agua salada para concentrar el mineral. En el Salar de Atacama, en Chile, las empresas bombean más de 2.000 litros de salmuera por segundo, alterando un ecosistema frágil donde flamencos, comunidades indígenas y vegetación dependen de ese equilibrio hídrico.
En Argentina, las comunidades kollas y atacamas denuncian que los proyectos avanzan sin consulta previa, mientras el gobierno celebra las exportaciones. La paradoja es brutal: se promete una movilidad limpia en Europa o Asia al costo de secar el corazón del altiplano.
El hidrógeno verde tampoco está libre de contradicciones. Para producirlo se necesita electricidad renovable y enormes cantidades de agua dulce. En Chile, proyectos en Magallanes y Atacama exigen construir parques eólicos y solares a gran escala, con impacto en fauna y paisajes.
En Marruecos, comunidades rurales temen perder acceso al agua en zonas ya áridas. Incluso en países ricos como Alemania o Japón, la dependencia de importaciones abre preguntas sobre la justicia ambiental: se limpian emisiones en el norte, pero se transfieren costos al sur.
Los conflictos sociales son inevitables si la transición no incluye participación local y respeto ambiental. El riesgo es repetir el modelo de los combustibles fósiles: riqueza concentrada, pobreza extendida y territorios sacrificados. La verdadera transición no es solo tecnológica, es también política y social.
Proyecciones 2030–2050
El futuro energético ya no se mide solo en barriles de petróleo. El litio y el hidrógeno verde son los vectores que marcarán las próximas tres décadas. Según la Agencia Internacional de Energía, la demanda global de litio se multiplicará por cuatro hacia 2030 y por seis hacia 2050, impulsada por la electrificación del transporte y el almacenamiento de energía renovable. Solo los autos eléctricos podrían necesitar más de 3.500 GWh en baterías en 2030, cifra que implica millones de toneladas de litio procesado cada año.
El hidrógeno verde seguirá una curva similar. Hoy apenas representa el 0,1 por ciento del consumo energético mundial, pero BloombergNEF proyecta que en 2050 podría cubrir hasta el 20 % de la matriz energética global, con un mercado que superaría los USD 2,5 billones es anuales. Europa liderará la demanda, con Alemania importando hasta el 70 % de su consumo previsto. Japón y Corea del Sur serán compradores clave, mientras que Chile, Marruecos, Arabia Saudita y Australia competirán por convertirse en proveedores estratégicos.
El petróleo y el gas no desaparecerán de inmediato. La OPEP estima que seguirán representando más del 40 % de la matriz en 2040, pero su peso relativo caerá. La transición será desigual: mientras el norte industrializado avanza en renovables, el sur global seguirá dependiendo de combustibles fósiles para sostener su desarrollo.
La concentración geopolítica es evidente. China controlará gran parte del litio y de la cadena de baterías, Estados Unidos buscará dominar el hidrógeno y Europa se consolidará como importador regulador. El riesgo es que la transición energética repita la historia: un puñado de potencias decide y el resto provee materias primas. El desafío es romper esa lógica antes de que 2050 llegue demasiado tarde.
Litio y hidrógeno verde en cifras comparadas
El futuro energético se define en dos vectores complementarios pero distintos. El litio alimenta la revolución de las baterías, que dependen de electricidad renovable o fósil para cargarse. El hidrógeno verde, en cambio, se presenta como combustible directo, una especie de gasolina limpia que puede mover barcos, aviones e industrias sin necesidad de enchufes ni redes eléctricas.
Litio (baterías) | Demanda x6 al 2050 | Precio 2024: 25.000 USD/ton Mercado 2030: 700.000 ton LCE.
Hidrógeno verde (combustible limpio) | Hoy 0,1% de la matriz – Proyección 2050: 20% Mercado 2050: 2,5 billones USD
El litio representa la columna vertebral de la electrificación móvil. Cada auto eléctrico necesita entre 40 y 80 kilos de litio en sus baterías. Su lógica es almacenar y recargar energía, dependiendo de la generación eléctrica disponible. El hidrógeno verde funciona distinto: se comporta como un combustible directo, que puede usarse en turbinas, celdas de combustible y procesos industriales, sustituyendo al petróleo y al gas. Una batería de litio necesita recargarse con electricidad. Un tanque de hidrógeno se llena como si fuera gasolina, pero sin carbono.
Las inversiones muestran la diferencia. El mercado del litio se mide en millones de toneladas y decenas de miles de millones de dólares en exportaciones. El hidrógeno verde se proyecta en millones de toneladas de combustible limpio y billones de dólares en ingresos. Uno es mineral estratégico. El otro es vector energético global.
Lo que está en juego no es solo qué tecnología ganará, sino cómo se integrarán. Baterías y combustibles no son enemigos, son piezas distintas de un mismo tablero. Si el litio asegura la movilidad eléctrica y el hidrógeno verde impulsa la industria y el transporte pesado, juntos podrían cambiar el mapa energético mundial. El dilema es si esa promesa será de todos o solo de quienes controlen los minerales y las rutas de exportación.
El petróleo moldeó el siglo XX con guerras, dictaduras y dependencias.
Hoy el litio y el hidrógeno verde se presentan como la promesa de un siglo distinto, pero la sombra de repetir los mismos errores es demasiado grande. Lo real es evidente. Las cifras de inversiones crecen, los precios se disparan, las corporaciones avanzan sobre salares y desiertos, y las potencias trazan acuerdos que deciden el futuro sin consultar a quienes habitan los territorios. El litio seca lagunas en el altiplano y el hidrógeno verde consume agua en zonas áridas. Lo que se presenta como energía limpia arrastra costos sociales y ambientales que ya golpean a comunidades y ecosistemas.
Pero lo hermoso que debería ser todavía es posible. El litio podría ser la base de una movilidad justa y sostenible, el hidrógeno verde podría desplazar al petróleo sin dejar atrás a los pueblos. La transición energética puede ser el mayor pacto global si se construye con cooperación, con soberanía compartida y con respeto por la naturaleza. Lo contrario será un nuevo mapa de saqueo disfrazado de verde, donde pocos ganan y muchos pierden.
Nosotros no veremos el desenlace completo. Pero nuestros hijos y los hijos de sus hijos heredarán un planeta que deberá decidir si la energía fue la chispa de nuevas guerras o la oportunidad de una paz climática.
Que el siglo XXI sea recordado no por la avaricia en los salares ni por las disputas del hidrógeno, sino por haber elegido el camino de una energía justa, limpia y universal.
Bibliografía y referencias
Agencia Internacional de Energía (IEA, 2023). World Energy Outlook.
BloombergNEF (2023). Energy Transition Investment Trends.
Banco Mundial (2022). Minerals for Climate Action: The Mineral Intensity of the Clean Energy Transition.
CEPAL (2023). Litio en América Latina: oportunidades y desafíos.
Mauricio Herrera Kahn
Nota original en: PRESSENZA.COM