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Existe un consenso mayoritario respecto a que el país, con más énfasis en el frente económico, está en crisis. El principal desafío no se encuentra sólo en señalar la existencia de la crisis, sino que la misión es complejizar esta sentencia identificando qué tipo de crisis es la que se está desarrollando.
La tendencia dominante orienta a pensar que las crisis son todas iguales y, por lo tanto, se proyecta un desenlace similar a los vividos en el pasado. Este sesgo es comprensible porque la mayoría realiza una evaluación a partir de lo conocido dado que, en ciclos de turbulencias, aparecen factores parecidos que llevan a estimar un final semejante.
Por esto se ha repetido, en diferentes momentos, que una situación crítica puede derivar en una hiperinflación, haciendo la asociación con la debacle de 1989/1990, o en un corralito y caída del gobierno, como sucedió en el caos del 2001/2002.
De esta forma se corre el riesgo de equivocar el rumbo porque se parte de un diagnóstico errado que deriva en conclusiones fallidas.
El recuerdo de traumas pasados para condicionar el análisis presente
Pese a la convocatoria de estos fantasmas, traumas colectivos que marcaron a fuego la memoria de la sociedad en democracia, no hubo ni hay condiciones para que hoy estos eventos ocurran.
Para eludir previsibles malos entendidos, la actual situación económica y financiera no presenta condiciones para semejantes descalabros, pero esto no significa que la mala praxis, como proponer y avanzar en la dolarización o eliminar el cepo cambiario de un día a otro, no concluya en una debacle hiperinflacionaria y confiscación de depósitos.
Como se mencionó, si se construye el diagnóstico sobre bases equivocadas se terminará en un análisis y posterior acción desacertadas.
Ahora bien, es cierto que el frente cambiario, financiero y fiscal es complicado, en especial por la carga de la deuda externa con el desproporcionado crédito del FMI, que limita la gestión de la política económica, y por el carácter bimonetario de la economía. Es un panorama complejo pero esto no significa que no pueda ser administrado con habilidad política y técnica sin necesidad de castigar aún más a la mayoría de la población con medidas de ajuste fiscal y cambiario.
¿Qué significa el desequilibrio general de la economía?
La secta de economistas conservadores que predican en la derecha política adelanta que los próximos años serán de sacrificio por el supuesto desequilibrio general de la economía. Este postulado debe ser interpelado por dos vías:
* la primera, por qué, en caso de que se necesite determinado ajuste de variables clave, los trabajadores, jubilados, clases medias tienen que seguir siendo atormentados, y no recaiga el peso sobre los sectores privilegiados; y
* la segunda, qué significa pretender el «equilibrio» de las variables cuando se sabe que esto es una quimera en la práctica y sólo es un axioma de modelos teóricos.
La pregunta incómoda para profetas del sacrificio es quiénes y por qué tienen que soportar los costos para alcanzar el «equilibrio macroeconómico». En realidad, la idea de desequilibrio general actúa como el argumento tecnocrático para imponer un programa regresivo en términos de derechos, con el objetivo de avanzar sobre la legislación laboral y previsional. Además, para legitimar una brutal transferencia de ingresos a través de una fuerte devaluación y tarifazos.
Cuando se menciona que el tipo de cambio o las tarifas de los servicios públicos están atrasados se debe replicar esta idea interrogando en relación a qué otras variables lo están. ¿Las tarifas están atrasadas (baratas) o adelantadas (caras) respecto al salario real, ingreso que las familias tienen para pagar los servicios, o se dicen que están atrasadas según la tasa de ganancia pretendida por el operador de la compañía privatizada?
Respecto a la paridad cambiaria, cuando se analiza en forma rigurosa su nivel en términos de competitividad no se lo debe vincular exclusivamente con la tasa de inflación doméstica. Se debe incluir otras variables, como la productividad sectorial, la inflación internacional, los precios de las materias primas de exportación en el mercado mundial y los tipos de cambios de los principales países socios comerciales, entre otras. Con este cálculo no surgirá hoy un resultado de atraso cambiario.
Muchos años de inestabilidad económica
Es indudable que la Argentina transita una crisis pero resulta fundamental precisarla, o sea delimitar cuáles son los factores que inciden en el estado de malestar social y en las dificultades económicas.
Después de un prolongado período de recuperación y crecimiento en el período 2003-2015, con una marcada redistribución del ingreso a favor de trabajadores, la economía ingresó en un sendero serrucho a partir de varios eventos disruptivos: la fuerte devaluación al inicio del gobierno de Mauricio Macri, la corrida cambiaria, devaluación descontrolada y posterior acuerdo con el FMI en 2018, la pandemia en 2020, la guerra Ucrania (Otan)-Rusia en 2022 y la sequía en 2023.
Casi ocho años de inestabilidad cambiaria con inflación cada vez más elevada y estancamiento económico punta a punta es un ciclo muy prolongado, incluso para la historia económica argentina con registros de varias crisis. Esto explica en gran parte el persistente malestar social.
Varios analistas extienden el período a doce años al incluir el último gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, pero es una ampliación controvertida promovida por economistas conservadores e incluso por algunas corrientes heterodoxas.
¿Son ocho o doce años de estancamiento económico?
Si bien de 2012 a 2015 fueron años de sube y baja en la evolución del Producto Interno Bruto, no hubo debacle productiva pese a insistentes pronósticos en ese sentido. Lo más relevante para evaluar qué pasó en ese período fue que el salario promedio formal e informal continuó aumentando en términos reales, o sea, ganándole a la inflación.
El aspecto esencial que define si son ocho o doce años de estancamiento no es solamente la evolución del Producto Interno Bruto, sino cuál ha sido el recorrido del salario real. La respuesta entonces es que son ocho, puesto que la fuerte caída y la resistencia a la recuperación del salario real se dan en esos años.
El principal factor que empezó a impactar en la economía en el segundo gobierno de Cristina fue la restricción externa, que provocó los efectos conocidos en la actividad productiva, en la restricción al ahorro en dólares y en el rubro servicios (turismo) por escasez de divisas.
La gestión de gobierno de entonces buscó administrar el faltante de dólares con el control del mercado de cambio que, en comparación con el actual, era bastante laxo a pesar de las críticas e indignación mediática. Mientras, intentó cerrar conflictos vinculados a deudas externas para conseguir la apertura del mercado voluntario de créditos y, de ese modo, acceder a los dólares necesarios para retomar un crecimiento holgado de la economía.
Tras ese objetivo, en el segundo mandato de CFK se firmó el acuerdo de refinanciación de la deuda con el Club de París, se saldó la deuda con Repsol por la nacionalización de YPF, se pagaron juicios perdidos en el tribunal parcial del Ciadi, dependiente del Banco Mundial, y el último eslabón de esa cadena era terminar con la disputa judicial con los fondos buitre.
Esto último estuvo cerca de concretarse pero hubo factores por fuera de la cuestión financiera, vinculados a la geopolítica estadounidense en alianza con intereses de la conducción política del poder económico local, que impidieron el acuerdo. Esto quedó en evidencia cuando el gobierno de Macri concedió más de lo que pedían los buitres y luego en forma inmediata pudo gozar de la reapertura del grifo de dólares financieros del exterior.
Hay una crisis pero qué tipo de crisis hay
En esta instancia es necesario precisar qué tipo de crisis es la que se está transitando para no caer en las trampas de la derecha que afirma la necesidad de sacrificios socioeconómicos para superarla.
No se necesitan ajustes regresivos ni colocar a trabajadores, jubilados y clases medias en el altar de la fantasía del equilibrio general. El año próximo habrá más dólares disponibles porque no habrá sequía y estará en funcionamiento pleno el gasoducto Néstor Kirchner.
Uno de los elementos centrales para analizar el presente es la crisis política, cuestión que la secta de economistas ignora al momento del diagnóstico, pero que es clave para evaluar la viabilidad de cualquier programa económico.
La crisis política no está poniendo en riesgo la continuidad democrática, con 40 años sin interrupciones militares, sino que cuestiona la calidad de la democracia. Existe una notable fragmentación política y desencanto social que se empezó a observar con el incremento del ausentismo en las elecciones de medio término del 2021.
El peligro se encuentra entonces en la deriva autocrática con violencia simbólica y práctica, como se verificó en el caso extremo del intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Otra manifestación en este sentido es la represión en Jujuy y el cruel ensañamiento contra Milagro Sala de un gobierno provincial con una red institucional de dominación autocrática de Gerardo Morales. O la propuesta de la oposición, fomentada por la conducción política del poder económico, de eliminar al kirchnerismo, sector en el cual se identifica un porcentaje importante de la población.
Las tensiones, desafíos y problemas económicos no tienen posibilidad de abordarse con relativa efectividad en un marco general de crisis política, aspecto básico para entender el presente.
El conflicto social, laboral y económico
Aunque les genera urticaria a la ortodoxia, la crisis económica argentina no es fiscal, sino que es del sector externo. Con más precisión, la falta de dólares disponibles para atender las crecientes y diversas demandas de divisas.
La escasez de dólares, debilidad que se arrastra por décadas, va agudizando a medida que se prolonga el rasgo bimonetario de la economía. La consiguiente tensión cambiaria se traslada a los precios y se debilita la demanda de moneda nacional. Se intensifican las presiones inflacionarias y se dificulta la construcción de un mercado de deuda en pesos de mediano plazo para financiar al Tesoro, como sucede en otros países.
El problema fiscal no es por el lado del gasto público, sino por la fragilidad del esquema monetario que pone bajo tensión las cuentas públicas.
¿Qué tipo de crisis económica es la que hoy está presente? No se manifiesta en el frente productivo ni laboral porque hay requerimiento de trabajadores, con una tasa de desocupación en el 6,9 por ciento. En general el nivel de actividad económica se sostiene, salvo en los sectores afectados por la sequía, lo que ha arrastrado el indicador EMAE del Indec a una importante caída interanual del 4,2 por ciento en abril pasado.
El problema laboral no es por cantidad sino por la calidad del empleo, con una elevada creación de informales y, por lo tanto, precarios y sin protección social y previsional. Pero fundamentalmente se expresa por el lado de los ingresos, con salarios reales deprimidos, con una pérdida promedio del 15 al 20 por ciento en un ciclo que se extiende por ocho años. Es un período muy prolongado de deterioro en la posibilidad de acceso a bienes materiales para un amplio universo poblacional.
Por ahora no irrumpió la recesión que tanto proyectaban los expertos en pronósticos fallidos. No hay crisis productiva aunque esto no significa que no haya situaciones sectoriales críticas; y sí hay una crisis cambiaria por la dificultad de conseguir dólares para importar insumos y bienes intermedios y finales necesarios para la producción y comercialización.
Aquí se vuelve al punto de partida: la crisis es de cantidad de dólares disponibles en la economía. Con reservas brutas en 28 mil millones de dólares la urgencia es incrementarlas. Este cuadro general sirve para tipificar el origen de la crisis y facilitar la construcción de un diagnóstico adecuado para abordarla como primer gran desafío de la gestión económica.