Una inflación de 102,6 por ciento anual en febrero es récord en tres décadas.
Es decir que asistimos a movimientos en los precios solo comparables con los que dejaba la última hiperinflación de 1991. Asimismo la tendencia es de aceleración, al menos en el primer trimestre del año, según advierten varios analistas: si se confirma una variación del IPC del orden del 7 por ciento para marzo, los precios habrán subido 20 por ciento en el trimestre, incremento que una década atrás se producía a lo largo de todo un año. La inflación amenaza descarrilar en pleno año electoral dejando al gobierno sin bandera.
El gobierno analiza una serie de medidas macroeconómicas que serían anunciadas esta semana, según comunicaron fuentes oficiales a este medio. Para profundizar en el diagnóstico, Página/12 conversó con las y los economistas Andrés Asiain, Victoria Giarrizo, Fabián Amico y Joaquín Waldman. El diagnóstico de una inflación que tiene, en este período, características especiales.
Pisos y dispersión
“La inflación en Argentina tiene un componente inercial muy fuerte, esto es que la inflación del pasado se proyecta hacia adelante por sí misma”, explica Andrés Asiain del Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz (CESO). La inflación pasada “se incorpora como un escenario mínimo de aumento en los acuerdos salariales, en el costo del alquiler, los costos financieros y otros contratos de precios”, subraya.
Victoria Giarrizo, investigadora del Instituo Interdisciplinario de Economía Política de Buenos Aires (IIEP-Baires), agrega un componente de volatilidad y dispersión a la explicación de Asiain. “Estamos en una situación de hipersensibilidad inflacionaria, donde cualquier suceso impacta en las decisiones de precios”, sostiene para luego ejemplificar: “No hay un solo producto o servicio que se comporte igual que otro».
«Es como si tuviéramos casi tantas causas de la inflación como productos hay. Si miramos los precios mayoristas, por ejemplo, en la inflación anualizada de enero hay casi 70 puntos de diferencia entre el sector que más sube (textiles) y el que menos (aparatos de radio y tv). En los minoristas sucede igual e incluso dentro del rubro de alimentos y bebidas también hay diferencias muy groseras”.
“Yo considero que Argentina está entrando a un régimen de alta inflación”, sostiene Joaquín Waldman de la consultora Equilibra, retomando la definición que concibiera Roberto Frenkel para describir el período anterior a la hisperinflación de 1989. El especialista precisa que, “con alta inflación, los contratos se pactan a plazos cada vez menores y los precios se mantienen quietos por menos tiempo. Un buen ejemplo de esto son las paritarias, que se acuerdan cada vez por menos meses, lo cual fue muy marcado en 2022″.
«A la vez, hay contratos que adoptan cláusulas sobre la evolución futura –por ejemplo, la ley de alquileres o la fórmula de movilidad jubilatoria– y, de a poco, se empiezan a ver precios indexados –como los plazos fijos y créditos UVA y, desde hace poco, el transporte público”. En línea con la visión de sus pares, Waldman sostiene que en este régimen “la volatilidad de los precios relativos es alta”.
Fabián Amico, director del Instituto Estadístico de los Trabajadores de la UMET, va al hueso en su dignóstico y apunta a la insoslayable “interacción entre una deuda externa insustentable –como se ve en el nivel de riesgo país- y el conflicto distributivo entre salarios y beneficios” como causa de una inflación que es permanente. Una frágil posición externa “induce expectativas de mayores devaluaciones y estimula la dolarización persistente de familias, empresas y bancos”, agrega Amico, y como “la devaluación juega a favor de la rentabilidad general de la economía (…) los trabajadores –en particular, los registrados- resisten la pérdida real de ingresos”. “Las tarifas se suman al conflicto distributivo, produciendo más inflación”, concluye.
Políticas sin resultado
Al ser consultado sobre la efectividad de la política económica, Asiain graficó: “la política de Massa en términos de inflación no difirió mucho respecto de gobiernos anteriores, ensayando un mix de políticas ortodoxas de ajuste fiscal y monetario con cuestiones heterodoxas, como los acuerdos de precios con algunas empresas y el congelamiento temporal por debajo de la tasa promedio de inflación”.
En sintonía, Amico señaló que “el principal problema es que el equipo económico cree que el ajuste fiscal y monetario puede funcionar como un ancla cambiaria y de precios”.
En términos generales, Asiain infiere que “ninguno de esos instrumentos ataca las cuestiones inerciales y es por eso que fracasan al igual que los programas anteriores”.
Mientras que Amico detalló: “El régimen de Precios Justos era considerado un puente transitorio, de corto plazo, hacia la estabilidad que emergería del ajuste, pero claramente no funcionó. Hoy no hay ancla inflacionaria ni cambiaria, todo lo cual se agudiza con la sequía”.
Y consultado sobre los aciertos de la política pública, agregó: “un acierto parcial fue la suba de tasas básicas del BCRA, ya que dada la corrida hacia los dólares paralelos era necesaria una medida defensiva, e inicialmente el uso de tipos de cambio especiales (“dólar soja”) fue útil pero el recurso se desgastó enseguida”.
¿Seguirá en alza?
Para Asiain, del CESO, “la meta del 60 por ciento que proyectó Massa para este año va a quedar muy por debajo de un piso que nosotros estimamos en 100 por ciento, en un escenario de estabilidad cambiaria”. Al tiempo que Amico y Giarrizo coinciden: “este año la inflación tendrá como piso el registro de 2022, aunque muy probablemente resulte más elevada”, sostiene el primero, y que “si logramos repetir los números de 2022, será un buen resultado, pero está muy difícil”, la segunda.
“Lamentablemente miro la oferta política y ninguno de los candidatos tiene la menor idea de cómo resolver la inflación argentina”, reflexiona Giarrizo.
La inflación será más alta que en 2022 “si el gobierno intenta cumplir las metas de reservas y fiscales acordadas con el FMI, ya que esto llevaría forzosamente a una tasa de inflación bien por encima del 100 por ciento y garantizaría una fuerte recesión. El gobierno llegaría así a la elección sin ninguna bandera, ni crecimiento ni baja de la inflación”, sostiene Amico.
“Sin reformular las metas con el FMI, el panorama es muy sombrío”, aclara. “La situación es delicada pues se produjo la sequía más importante en décadas, con una caída colosal de las exportaciones (no menos de u$s 14 mil millones) y eso tendrá un efecto doble: una menor recaudación que forzará a acelerar la quita de los subsidios energéticos y el ingreso de menos dóalres que presionará a la devaluación”, ambos factores inflaciones, recuerda.