por Claudie Baudoin. | Francia | Pressenza.com
Seguimos confinados, casi en todas partes de este planeta, viviendo una experiencia única sin entender los entredichos, sin datos confiables, sin explicaciones inteligentes, sin una dirección clara.
Oímos hablar de crisis, de salud, económica, política, social… ¿y qué pasa con la crisis psicológica y espiritual? Son dos dimensiones a las que se enfrentan todas las personas y que quedan relegadas al simple campo de las consecuencias o de la compensación.
Cada vez más frecuentemente también escuchamos respecto del «fin de la crisis», el «después»…
Los especialistas parecen presentar las perspectivas de una manera un tanto categórica y drástica: las opciones serían estados más autoritarios y brutales o bien una reconstrucción radical de la sociedad en términos más humanos. ¿No están sucediendo ya las dos cosas?
Otros, en un análisis más detallado, advierten de peligros graves e inminentes. (Véase el artículo del Sr. Chomsky)
Por último, muchos sociólogos advierten que ahora estamos en una situación de verdadero aislamiento social. Debe superarse mediante la recreación de los lazos sociales de cualquier manera, cualquier tipo de ayuda que se pueda dar a los necesitados. Esto también está sucediendo, pero con grupos enteros de personas que se han quedado fuera (refugiados, indígenas, extranjeros indocumentados…).
Los análisis son numerosos, a veces superficiales, a veces basados en argumentos y respaldados por hechos, a veces ingenuos y extravagantes y carecen seriamente de una visión (amplia) del proceso. Sin embargo, tendremos que profundizar en el análisis, pero esto llevará tiempo y una dirección clara, porque el imperio de las circunstancias y la complejidad del mundo humano (externo e interno) es inmenso.
Si es cierto que el Humanismo (es decir, el Nuevo Humanismo: auténtico en sus valores, intencional, construido en proceso, verdadera brújula del futuro), sería la única vacuna contra el cólera del egoísmo y la plaga neoliberal, la acción social, política, económica por sí sola no será suficiente. El ser humano es conciencia-mundo, el ser humano es un inmenso ser interior y su conciencia no es el simple y pálido reflejo de las condiciones externas. Su conciencia es creativa. Su conciencia produce imágenes que guían la acción y mueven a los individuos y a los pueblos. Por lo tanto, es el ser humano quien debe hacer un cambio, un cambio profundo y esencial, que se reflejará en sus acciones en el mundo que ya no estarán dictadas por el miedo o el deseo, que también cambiará su relación con su propia finitud al haber crecido y descubierto nuevos horizontes en su búsqueda de sentido.
Sí, el ser humano, para sobrevivir y luego desarrollarse, ha tenido que adaptarse… Pero hoy en día, ¿a qué tipo de adaptación nos comprometemos?
Adaptación decreciente
Cuando el individuo se ve obligado a presenciar un deterioro lento y ahora acelerado de su planeta, en nombre de las sacrosantas «leyes» del mercado, y como si se tratara de un proceso inevitable; cuando educamos a la persona humana para que crea que es impotente ante la magnitud de un sistema que se ha establecido a lo largo de los siglos; cuando, como resultado, tienen que aceptar, sin mucho cuestionamiento, condiciones de vida o de trabajo que no han elegido; cuando tienen que conformarse, para sí mismos y para sus seres queridos, con un sistema de salud que se ha transformado en un mercado (uno de los más rentables! ) que deja de lado a la mayoría de la población y obliga a la otra parte a obedecer instrucciones sanitarias a veces totalmente insatisfactorias, o a cumplir con la vacunación o los cuidados que no se han elegido, cuando uno restringe sus opciones y horizontes, cuando limita su aprendizaje, cuando repite desde la infancia hasta la vejez que «no hay elección» y que «hay que adaptarse bien», cuando no hay alternativa a una vida en la que corremos, nos enfadamos, luchamos, para ganar dinero y acumular bienes, cuando se trata de «adaptarse» a una vida tan absurda que cada año se superan nuestros propios registros de suicidio, entonces es una cuestión de adaptación DECRECIENTE.
Aquella en la que se niega al individuo en su búsqueda de bienestar, superando el sufrimiento y el significado.
Aquella en la que el individuo gana en obediencia más o menos ciega y pierde gradualmente en sentido crítico, en discernimiento, en reversibilidad, finalmente en inteligencia.
Aquella en el que el horizonte del individuo está restringido. Aquella en la que nuestros recursos individuales y colectivos disminuyen poco a poco… …llevando también a la destrucción de nuestros más preciados recursos naturales. Aquella en el que no hay verdaderamente «otro mundo».
Desadaptación
Algunos creen entonces que un rechazo sistemático de la «modernidad» o de «ciertos otros chivos expiatorios o partes supuestamente responsables» es una posible salida. Hay muchas actitudes y corrientes que rechazan el progreso (para todos), la tecnología se presenta como dañina (sin entender que es la dirección en la que se utiliza la que aporta su validez), se piensa que la medicina es una amenaza, que la justicia está definitivamente perdida, que la política es necesariamente corrupta, que el servicio público es innecesario, que la globalización es una condena, que las diferencias son algo contra lo que hay que luchar. El rechazo se extenderá, por supuesto, a las posibilidades de cambio, a la intencionalidad y a la libertad humana, y finalmente al propio ser humano y sus capacidades. Incluso se llegará a pensar que «hay demasiados humanos» o que «los seres humanos sobran». Así es que la desadaptación a los nuevos tiempos traerá mucho más daño que beneficio. Contribuirá a la destrucción del tejido social, de los grupos y comunidades, de las convergencias culturales y su enriquecimiento mutuo, y contribuirá al aislamiento y a un profundo sentimiento de soledad de los individuos.
Adaptación creciente
Sin embargo, una vez más se trata de una cuestión de adaptación de los seres humanos. Nuestros tiempos lo exigen (ver el muy buen artículo de Pía Figueroa). Pero los nuevos tiempos exigen que nos adaptemos cada vez más, es decir, que el individuo y los pueblos tengan cada vez más posibilidades de superarse, de aprender, de actuar transpersonalmente y trascendentemente. Así es como crecerá la civilización humana. Para ello, debemos aprender a hacer distinciones y a rechazar lo que se rompe y se mueve hacia atrás y trabajar por lo que se construye y se mueve hacia adelante, tanto para nosotros como para TODOS los demás.
Tendremos que ser firmes en nuestro no y negarnos a:
Todo tipo de violencia: física, económica, psicológica, racial, de género, sexual…
Cualquier discriminación
Cualquier visión a corto plazo y cualquier amenaza a corto, mediano y largo plazo
Cualquier limitación de los derechos y libertades
Lo que niega la intención, la aspiración del otro, lo que pone en peligro su futuro.
Toda la conciencia mágica y las creencias medievales.
Tendremos que ser firmes en nuestro sí y promover:
Lo nuevo y lo desconocido
El diálogo, los encuentros, las convergencias, el vínculo entre las personas y los pueblos
Aprendizaje individual y colectivo
Prioridades muy claras en la salud, la educación, vivir mejor en el propio cuerpo para tener más energía dedicada a lo esencial.
La tecnología y la ciencia al servicio de la humanidad
Justicia e igualdad de oportunidades para todos (¡y todos!)
La responsabilidad que tenemos por el mundo natural en el que vivimos.
Búsquedas personales y colectivas hacia una espiritualidad viva y profunda.
Tendremos que contribuir a instalar una estructuración no violenta de la conciencia como una profunda conquista cultural, como una configuración de la conciencia avanzada en la que todo tipo de violencia provoque repugnancia.
La adaptación creciente será darse cuenta de que necesitamos conocer mejor lo que nos hace humanos, cómo el aparato de la psique (aliado y complemento ineludible del cuerpo) del que fuimos dotados al nacer y que nos permite percibir el mundo, recordar, Pero esta psique TAMBIÉN nos constituye en esta libertad para dirigir nuestra atención, ordenar nuestra memoria, representar las cosas de nuevo, dar respuestas elegidas, usar nuestra INTENCIONALIDAD. En resumen, se tratará de ser consciente del funcionamiento de nuestra conciencia.
La adaptación creciente consistirá en darse cuenta de que el ser humano, individual y colectivamente, tiene una opción. Hemos tomado decisiones, tomamos decisiones en cada momento, tomaremos otras decisiones mañana. Todas tienen consecuencias. Ahora será cuestión de ser más conscientes de ello, individual y colectivamente. Y reconocer, con humildad y sin culpa, los errores cometidos, la subestimación de las consecuencias, los fracasos. Y así poder enmendar y tomar otros caminos. No sólo desde un punto de vista externo (económico-político-social) sino también desde un punto de vista interno (reconciliación en lugar de venganza, humor en lugar de dramatización).
La adaptación creciente significará darse cuenta y sentir en profundidad esta otra dimensión en el fondo de la conciencia humana, que hace vibrar las almas y los corazones, que aporta la sospecha del sentido de la vida, que ilumina todos los caminos si permitimos que se exprese y se desarrolle. Esta dimensión espiritual, que Viktor Frankl llamó la dimensión de la noética, se ha encontrado a menudo en el curso de la historia cubierta por un velo de oscurantismo, prisionera de una estructura moral o religiosa. Pero esta esperanza, este impulso hacia un futuro que ni siquiera la muerte puede detener, esta voz que hace que uno se rebele contra la absurda finalidad, este soplo que a veces revela la ilusión, esta fuente inagotable en las profundidades del corazón humano, nunca se ha secado y nunca ha dejado de inspirar amor y compasión.
Será «el ser humano que está por venir», quien siendo un poco más consciente y un poco más profundo, hará «el mundo del después».
André Malraux nunca dijo «El siglo XXI será religioso o espiritual«, pero dijo «Creo que la tarea del próximo siglo, ante la amenaza más terrible que la humanidad ha enfrentado jamás, será reintegrar a los dioses. El siglo XXI será místico o no será. »
Y Silo, en 2004, de manera muy universal, invitándonos a profundizar en nosotros mismos, nos recordó sin recurrir a ninguna metáfora, ni a ningún dios, ni a ningún profeta: «Lo Sagrado está en nosotros y nada malo puede ocurrir en esta búsqueda de lo Profundo e Innombrable. Creo que algo muy bueno sucederá cuando los seres humanos encuentren el Sentido, tantas veces perdido y tantas veces encontrado en los recodos de la Historia. »
Acerca del autor
Claudie Baudoin
Psico-socióloga y consultante en hospitales, conferencista y autora de varios libros y ensayos, humanista de larga trayectoria, también milita por la noviolencia y el derecho de cada uno a practicar su espiritualidad. También ayuda a los particulares en los momentos de transición o de dificultades, a través de la psicología descriptiva de la imagen y del sentido. claudie-baudoin.com