Los microplásticos recorren el mundo y fueron hallados en playas, sedimentos, aguas superficiales y profundidades de las fosas, en los polos y en el Amazonas.
De uso intensivo en la industria, su ingreso en la cadena alimenticia representan un riesgo para la salud humana.
A nivel mundial cada año se arrojan al mar 35 mil toneladas de microperlas contenidas en productos de cosmética e higiene personal. Esas microesferas de plástico que pulen y limpian dan la buscada eficacia a jabones faciales y corporales, a cremas y pastas dentales blanqueadoras. También permiten al maquillaje «anti age» rellenar las arrugas, hacer brillar más los labios y resaltar las uñas.
- Peligro para todos
La ingestión de plásticos grandes es un peligro obvio para cualquier especie animal. “Todos los días se encuentran ejemplares muertos de ballenas por este motivo. Y a este ritmo, la ONU calcula que para 2050 todas las aves tendrán algún elemento plástico en el estómago”, agregó la especialista.
Pero la proliferación de microplásticos y su ingreso en la cadena alimenticia representan además un riesgo adicional para la salud humana. Cada día, nuevos relevamientos científicos los detectan en la fauna marina que consumimos y otros productos de uso frecuente. “Crecieron tanto que ya se empezó a advertir la amenaza que representan para los ecosistemas. Hace un tiempo no se pensaba que tendría impactos tan graves. Al ingerirlos los peces y moluscos, más tarde nosotros estaremos consumiendo microplásticos”. Muy persistentes a la biodegradación, permanecen en el ambiente por mucho tiempo luego de su liberación y también se encontraron, por ejemplo, en botellas de agua, de cerveza y en frascos de sal.
Una de las alarmas sonó cuando el estudio de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y el CONICET detectó por primera vez, en 2018, microplásticos en el tubo digestivo de surubíes, sábalos, pejerreyes y carpas en las costas del Río de la Plata que podrían afectar su calidad para el consumo humano. Otras investigaciones registraron su presencia en especies del río Paraná y en mejillones de Tierra del Fuego.
El riesgo para la salud humana recién está comenzando a estudiarse, pero para la investigadora su impacto está fuera de duda: “Un informe reciente reveló que los microplásticos que comemos cada semana equivalen al peso de una tarjeta de crédito. La Unión Europea concluyó que las consecuencias son tan grandes como para prohibirlos, porque no existe un límite seguro. Se encontraron microplásticos en todo lugar donde se los buscó. Llegan a través del agua y se está descubriendo que también los respiramos. Impactan en todas las matrices ambientales”.
- A la búsqueda de una ley
La comercialización de artículos de cuidado personal y limpieza corporal como pastas de dientes, exfoliantes faciales, geles de ducha, champús y acondicionadores, detergentes y pegamentos, que contienen microperlas de plástico agregadas ya tiene diferentes grados de prohibición en países como EEUU, Canadá, Italia, Francia, Reino Unido, Bélgica, Suecia, Holanda, Nueva Zelanda, Australia e India. Pero la Argentina está rezagada en cuanto a la adopción de medidas y formulación de políticas públicas que aborden el tema.
Por eso el Círculo de Políticas Ambientales, junto a una veintena de otras organizaciones, están bregando por la sanción de un proyecto de ley presentado en 2018 que propone “la prohibición de la utilización de productos cosméticos y de higiene oral de uso odontológico que contengan microperlas de plástico añadidas intencionalmente”.
De aprobarse, comenzaría a regir a partir del 31 de diciembre del año 2020, otorgando un período de transición para que las empresas, fabricantes y comercializadoras incorporen alternativas no plásticas a sus productos y estableciendo sanciones para aquellas que no la cumplan.
“Buscamos que sea el primer paso, para luego ampliar su alcance a otros sectores. Va en línea a lo que ya se hizo a nivel internacional. Pero está frenado en la Comisión de Salud, paso previo a que sea tratado en las comisiones de Ambiente e Industria. Nos llama la atención, notamos que existe falta de voluntad política”, lamentó.
Pujó entiende que “es un tema muy complejo, sobre todo pensando en los costos de reemplazo en el mundo industrial, por eso la legislación define un período de transición en base a esos costos. Pero debemos hacernos cargo, esto no puede sostenerse más así”.
El problema con los microplásticos es que no son potencialmente reciclables y si no se logra una producción más limpia será imposible remedir su efecto nocivo en los mares debido al tamaño y a la vastedad del ambiente impactado. Los materiales son muy pequeños, están muy dispersos, la escala es inmensa y tratar de removerlos causaría daños ecológicos por los pequeños organismos que probablemente serían desalojados junto a ellos. “Hay que impedir que lleguen, porque si querés atrapar los microplásticos te llevas todo el mar”, graficó la investigadora. Sin hablar de los costos siderales que implicaría.
Parece obvio que tarde o temprano deberemos ocuparnos aunque, por desgracia, una gran parte del problema parezca escapar de nuestra vista: los especialistas estiman que el 94% del plástico que ingresa al océano termina en el fondo. En promedio, hay 70 kilos por km2 depositado en el suelo marino y apenas el 1% se encuentra flotando o cerca de la superficie.