por Eduardo Montes (*)
Hola amigos:
Voy al punto: estoy comenzando a notar algunas divergencias, no en el campo ideológico que admite mucha riqueza de matices, sino en el campo político, donde la sutiliza tiende a reducirse en función de construcciones comunes. De otro modo no serían posibles los frentes políticos, amplios o pequeños o la caracterizaciones de «campos populares», «progresismos», etc.
La situación de este momento es, para cualquiera que tenga mínimos datos técnicos, sumamente clara: es necesario poner bajo control a la soja. De otro modo este país se va a tranformar en un gran territorio de monocultivo enteramente dedicado a la exportación de este pequeño monstruo, la soja transgénica, estéril e inmune al herbicida del laboratorio que la produce.
Los llamados «pequeños productores» no quieren «dar de comer a la Argentina» ya que en este país, salvo algún vegetariano desprevenido, nadie consume soja. Lo que quieren es sumarse al festival exportador aprovechando los rindes estrambóticos que se dan en esta pampa húmeda y los altos precios internacionales.
Es bueno decir, porque ningún medio lo hace, y no se sabe porqué, que las retenciones sólo se aplican a las exportaciones. Es claro que si un productor quiere venderle su producción a los grandes exportadores entonces ellos le darán un precio contemplando la carga impositiva a la que están sometidos. Por supuesto que nada de esto sucede si la producción se enfila al mercado interno. El problema es que el campo entero mira a Chicago (por las cotizaciones) y a China (por las colocaciones).
Esto es importante, los productores no están gravados con ninguna retención. Este es un mecanismo de equilibrio de medios (precios de «primer mundo» vs. salarios de «tercer mundo») y de recaudación fiscal que se le aplica a las empresas exportadoras.
Está bien, que 300 mil productores estén volcados a esa actividad y no les interese ninguna otra cosa y se sientan relevados de cualquier responsabilidad social, no es algo que esencialmente tenga importancia. Lo importante es que quienes tienen la función pública, la función de gobierno, tomen todas las medidas necesarias para enderezar distorsiones y que lo hagan con todos los medios que la ley les permita.
No es equilibrado, no es correcto, es nocivo, es destructivo, tratar este conflicto como una pelea entre bandos entre los que no tenemos nada que ver. El gobierno no es bando, es árbitro, es instancia de interés común. Esto es un concepto que va más allá del acierto o error en su gestión, de la buena o mala fe de los gobernantes. Si la situación fuera que el estado está perjudicando a un sector gratuitamente no diriamos que se arreglen entre ellos, que son bandos. No estamos ante una guerra civil o una pelea callejera. Estamos ante el hecho de que un sector de la población que cree tener sus derechos avasallados amenaza a toda la población para reivindicar su causa. Se pone al margen de la ley de todos y establece sus propias reglas de juego. En fin, esto está dejando de ser una protesta para transformarse en una insurrección patronal fogoneada por medios de comunicación que bordean el golpismo.
Si se retrocede en este tema se darán dos escenarios posibles: avanzará la Argentina del monocultivo para la exportación (mañana puede ser aceite de palma o algún cereal para biocombustible), si queremos alimentar a los casi 40 millones de argentinos, se deberá pagar precios acordes con la rentabilidad exportadora y si no, pues no habrá alimentos, como bien están dejando en claro con sus actitudes los «humildes trabajadores rurales».
Las confusiones actuales provienen de varios factores:
Desde niños nos han machacado que somos el «granero del mundo», «la vaca nos da la leche», «con una buena cosecha nos salvamos», y otras por el estilo. La imagen de la familia que apenas subsiste cultivando la tierra tiene un atraso de por lo menos tres décadas. Ahora estamos asistiendo al desarrollo de una «clase media rentista» que invirtiendo sus dólares en algún pool de siembra, obtiene dividendos desde la comodidad de su living. ¿Hay pequeños productores? Si, poseen 30 o 50 hectáreas (campos de 6 x 5 cuadras ó 5 x 10), cuyo valor en la zona núcleo (con rindes de unas 4 toneladas por hectárea) es de alrededor de U$S 10000 por ha.. ¿Por qué cuesta tanto la hectárea si el campo trabaja a pérdida? Porque se cotiza a valor soja y esta no da pérdida. Obviamente que los que no poseen campos y quieren dedicarse al negocio de la siembra, el arriendo le cuesta también en función soja, por lo tanto los arriendan para este cultivo.
Este poroto empieza a empujar todo, porque se esboza la amenaza de los productores de leche, carne, choclos, tomates, o lo que sea, «si no podemos aumentar los precios nos dedicamos a la soja».
Los productores no son los únicos beneficiarios de este boom sojero. También los pequeños pueblos rurales han comenzado a sentir la bonanza y han empezado a hacer las cuentas de lo que se lleva el estado. Cada municipio las hace y, con admirable poder de síntesis se escucha, por ejemplo, «de San Nicolás se llevaron 100 millones de dólares», asumiendo peregrinamente que las retenciones que se les hacen a los exportadores irían a los bolsillos de los productores y, en ultima asunción, creen que los productores gastarán ese dinero en el pueblo. Lo más probable es que estos recursos pasen directamente a la timba de la bolsa de Buenos Aires y de ahi a New York para alimentar las diversas burbujas en que se ha convertido la «economía global».
Se dirá que hay muchas situaciones en el campo, que hay productores que sufren esto y aquello, que los fletes, las distancias, las zonas de distinto rinde, etc. En todo caso si un productor sufre el tema de las retenciones es porque está en el negocio sojero, le vende a los exportadores, quiere acumular el máximo posible y le importa muy poco de qué se alimente la población de este país. Diga lo que diga, ponga la cara de buenazo que ponga.
Por supuesto que los grandes exportadores no dicen una palabra, otros están haciendo el trabajo sucio y ya les darán unas migajas, si ganan, para que se sientan recompensados.
Los productores han dejado en claro su objetivo, no tiene nada que ver con problemas de pequeños o no pequeños, quieren que se reduzcan las retenciones, no desean otras compensaciones que atenúen las cargas. Su interés no es la agricultura ni el campo, su interés es la soja y el negocio desproporcionado que sustenta.
Es importante a mi ver, desmontar la imagen de bonhomia inmerecida que se le da al «pequeño productor». Esta imagen es de alta nocividad, es la que está haciendo que este paro clasista y esencialmente impopular entre en la sensibilidad de la gente que, básicamente, vive boleada y no sabe de que se trata nada.
Debemos ver con la mirada clara, en las rutas unos señores ensoberbecidos amenazan al país entero y están dispuestos a dar un golpe de estado si ven el más mínimo resquicio. Estos señores y la caterva de rentistas y diversos giles ciudadadanos están sentando las bases del próximo desastre argentino.
Tengo la sombría intuición de que en este conflicto se está jugando una parte importante de la dirección que lleva Latinoamérica. Si este gobierno «pierde» es altamente probable que se sienten mejores condiciones para que caigan Chávez, Correa, Evo…
La soja, debemos entenderlo, se está transformando en un veneno para el país. Pasó de ser un salvavidas (relativo) en el momento de la ruina neoliberal y ahora se está transformando en un factor de distorsión económica y exclusión social. La soja y el concepto que anida en sus pequeñas ramas tienen como aspiración la creación de un país de 8, 10 millones de privilegiados y 30 millones de excluidos.
No sé si el gobierno actual es capaz, creo que no, de crear un proyecto de país que como imagen trazadora oriente y contribuya en algo a la creación de una región latinoamericana humanista, pero estoy seguro de que en este momento se está jugando una dirección de modelos. Esto será el inicio del ocaso de los gobiernos con los que podemos conversar y la pleamar de los autoritarismos fascistas, apenas disfrazados de democracias con los que no tendremos el más mínimo punto de contacto. No creamos que va a ser para nosotros una situación cómoda, nos harán la vida imposible.
En mi fuero intimo lamento no tener la fuerza, no orientar la estructura humana capaz de influir en el rumbo de los hechos psicosociales y de matriz histórica, pero he sentido surgir en mí un extraño clamor, un pedido por mi, mis seres queridos, nuestra gente, nuestra patria, nuestra especie. Y esto se siente traducido como la necesidad de defender cada molécula de posibilidad de salida de esta época oscura y antihumanista.
Por esto creo que más allá de matices y reservas, y con todas las dudas en mi mente y una preocupación que llena de zozobra mi corazón, necesito apoyar a este gobierno en esta particular coyuntura. Tengo la sensación de que está ensimismado y herido. Tengo la sensación de que estos hechos van a tener una escalada que no se va a detener y pido porque tengamos el tiempo y la capacidad para construir una alternativa humanista grande y fuerte en los tiempos inmediatamente venideros. Creo que el mundo necesita estos progresismos un tiempo más, hasta que logre abrirse paso el humanismo real, verdadero, referencial.
Creo que estas estructuraciones progresistas no tienen destino ni posibilidad histórica, pero creo que pueden ayudar mientras la dirección de la sensibilidad humanista se fortalece. No se trata de atribuirles humanismo, ni siquiera buenas intenciones o buenos sentimientos, se trata de advertir, creo yo, que «objetivamente» son favorables al desarrollo de la dirección humanista.
Es mucho más lo que quisiera compartir con ustedes, pero no es el medio apto, un simple mail, para hacerlo. Lamento si he mezclado, tal vez de modo no muy lícito, conceptos, imágenes, intuiciones y decisiones, pero lo hice con la visión, tal vez ilusoria, de que se está dirimiendo algo importante.
Un gran abrazo
Eduardo Montes
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El autor es dirigente del Partido Humanista de Argentina, y
Miembro de la Asamblea Mundial del Movimiento Humanista