Seguramente que en la Francia de 1789 era más sencillo definirse; quien en la Asamblea Nacional se sentaba a la derecha, era un girondino partidario de que la monarquía y la nobleza conservaran privilegios y poder; y quien se sentaba a la izquierda era un jacobino impulsor de la república y la soberanía popular.
Pero luego de aquellos eventos que dieron origen a esa clasificación entre izquierda y derecha, la cosa se fue complicando cada vez más. Y no es que importen los rótulos en sí mismos, el problema es que se confunden los caminos, las definiciones, las alianzas, las ideologías, los métodos, y todo aquello que pueda dar certezas del rumbo a tomar.
Antes de su derrumbe, solía identificarse al comunismo con la izquierda, y al liberalismo con la derecha (aunque para los liberales, la derecha eran los conservadores). Sin embargo, en la medida que los gobiernos comunistas se fueron anquilosando como burocracias totalitarias, pasaron a ser una derecha conservadora frente a quienes pedían reformas democráticas, que se ubicaban a su izquierda. No obstante, los rótulos quedaron y hoy se sigue identificando a quienes tienen raíces comunistas y socialistas como la izquierda; aunque a menudo, condicionados por su anterior fracaso, canalicen su militancia hacia el reformismo, o se dispersen tras liderazgos coyunturales, ensayando los más variados sincretismos ideológicos.
Por su parte la derecha tiene una gama de opciones que agregan confusión. Algunos han tomado banderas de la izquierda, sobre todo en lo que respecta a derechos civiles de minorías, pero mantienen su apoyo incondicional a la ortodoxia neoliberal. Otros cuestionan la globalización neoliberal por sus consecuencias en las economías domésticas, lo que los acercaría a posiciones de izquierda, pero con un enfoque nacionalista y xenófobo que los aproxima a la ultraderecha. Y así en la actualidad llegamos a la paradoja de tener un presidente ultra-proteccionista en USA, mientras el gobierno comunista chino se convierte en el mayor defensor del libre comercio global.
Y si hay confusión en el mundo de los políticos, ni hablar de lo que les pasa a los ciudadanos comunes; cada uno tiene en su cabeza ciertas ideas de derecha, algunas de centro y otras de izquierda, todas conviviendo y alternando según la ocasión. Y si al cóctel ideológico de cada cual, lo batimos al ritmo de sentimientos contradictorios y entusiasmos pasajeros, no nos extrañe que la coherencia sea la gran ausente de esta época.
No podemos opinar entonces sobre si algunos proyectos de sociedad son buenos o malos, sencillamente porque ya no hay proyectos como tales, más allá de la retórica. Todo se decide por pragmatismo, por conveniencias coyunturales, mientras los ciclos económicos marcan el humor del electorado, y los medios de comunicación buscan manipularlo. Políticos y ciudadanos van de un lado al otro, cual hojas movidas por los erráticos vientos del caos económico y la violencia incontrolable.
Frente a esto, muchos buscan referencias conductuales y de ubicación política de acuerdo a su sensibilidad. A mayor empatía, más nos preocupa lo que les pasa a otros, y eso nos lleva a posicionarnos favorablemente respecto de políticas que hacen su eje en la solidaridad social. A menor empatía, mayor egoísmo e individualismo, y eso nos lleva a posicionarnos contrariamente a lo anterior. En cierto modo entonces, podríamos decir que existe una sensibilidad humanista y una sensibilidad anti-humanista, y según nos acerquemos a una u otra, diversas serán las afinidades ideológicas. Pero tales afinidades también presentan algunas dificultades, porque en ocasiones se suelen confundir los discursos con las realidades conductuales, apoyando liderazgos políticos que conducen a la violencia en nombre de la igualdad, o a la opresión en nombre de la justicia, o a la injusticia en nombre de la libertad. También la inclusión en un determinado bando, suele reducir la capacidad crítica, se terminan aceptando, disimulando, o minimizando las contradicciones del propio bando, e inversamente, por la misma dinámica se tiende a desestimar a priori argumentos razonables, sólo porque provienen del bando opuesto.
Y no se trata de reconciliar bandos por el absurdo temor a confrontar o discutir, se trata de que los bandos tienen identidades falsas y contradictorias, y no pueden reclamar para sí la aceptación de su combo completo. Todo esto dificulta la conformación de fuerzas sociales con proyección en el tiempo. Se hace necesario entonces recuperar el centro de gravedad en torno a un proyecto integral de sociedad, cuya identidad no esté basada en un rótulo ni en un bando, sino en la coherencia con la actitud humanista de la empatía con el prójimo, y que podríamos sintetizar en el principio de “tratar a los demás como se quiere ser tratado”.
No nos extenderemos aquí en los detalles de tal proyecto, que desde luego debiera enfocarse en el avance hacia la democracia real, la justa distribución de la riqueza, la igualdad de oportunidades, el desarme, la sustentabilidad ambiental, y el respeto a la diversidad; resistiendo todo tipo de violencia, discriminación, y concentración de poder. Pero tales objetivos pueden resultar tan obvios, que su sola mención conlleva la duda de si se los cita por una real convicción, o sólo por ser políticamente correctos. Palabras como libertad, justicia, equidad, paz, democracia, solidaridad, y muchas otras, han quedado tan devaluadas después de pasar por la boca de tantos hipócritas, que ya no movilizan nada. En parte, el avance de la ultraderecha se debe, no solamente a la sensibilidad anti-humanista de algunos, sino sobre todo al hartazgo de muchos otros, que buscando la rara avis de la autenticidad, siguen el canto de sirena de líderes brutales.
Por lo tanto, la verdadera identidad de un proyecto de sociedad como el que mencionamos, no estará dada sólo por la enunciación de objetivos, sino sobre todo por la definición de los pasos que hay que dar para lograrlos. Porque en esa definición se pone en evidencia dónde está la coherencia y dónde la contradicción; dónde la autenticidad, y donde el discurso vacío; dónde la certeza y dónde el relativismo. Quien define un objetivo y los pasos a dar hacia él, está trazando un camino, y por lo tanto tendrá muy claro que una cosa es que su marcha se enlentezca a veces por las resistencias que debe enfrentar, y otra cosa es que se desvíe del camino por sus propias contradicciones. Es en esos caminos donde la gente puede converger en dinámica, y no en la estática búsqueda de meras coincidencias discursivas.
Hoy en día, destronar al rey y devolver la soberanía al pueblo, significa trabajar por el desmantelamiento de toda concentración de poder. Si hoy el ser humano no vive en el mundo en el que aspira a vivir, es sencillamente porque el poder no está en sus manos. Es porque los señores de las finanzas concentran el manejo de los recursos, y especulan en su provecho. Es porque los señores de la guerra concentran el poder de las armas y lucran con la muerte. Es porque los señores de la política sostienen democracias mentirosas, o burocracias totalitarias para controlar el poder. Es porque los señores de los medios de comunicación han construido una gran maquinaria de manipular a la opinión pública.
Y sólo se podrá comenzar a desmantelar a todos estos poderes si se empodera al pueblo avanzando hacia una democracia real, para que las decisiones políticas dejen de estar contaminadas por la influencia de esos otros intereses. He ahí un primer indicador de coherencia o incoherencia, si se está a favor o en contra de una mayor participación de los ciudadanos en la toma de decisiones. Pero deberá haber otros indicadores de esa nueva identidad revolucionaria: si se trabaja contra el armamentismo, contra la concentración económica y financiera, contra todo tipo de violencia y discriminación, contra el consumismo depredador, contra la manipulación mediática. Si se trabaja a favor de la diversidad, de la tolerancia, de la equidad, de la sustentabilidad ambiental, de la igualdad de derechos y oportunidades. Y habrá contradicción e incoherencia cuando se pretenda sacrificar algunos de estos objetivos con el pretexto de alcanzar otros.
Por lo tanto, no son tiempos de definir identidades por la estricta ubicación de un lado u otro de una vieja tribuna; porque hoy en día girondinos y jacobinos están muy mezclados. Mejor empecemos a andar en el camino que nos lleva a destronar al rey, y ahí veremos quienes son los compañeros de ruta. Dirección humanista o dirección anti-humanista; coherencia o contradicción; esas son las opciones para este momento histórico.
Guillermo Sullings, 08/02/2017
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