Maruja Losada estuvo al frente del bar desde los 50. Y dice que fueron sus «mejores años». Maruja Losada estuvo al frente del bar desde los 50. Y dice que fueron sus «mejores años»
La Buena Medida tiene una larga historia. Desde su primera apertura en 1898 como almacén hasta su cierre en enero como bar, y mientras sus nuevos dueños proyectan su reapertura, el local pasó por diferentes etapas. Hubo canchas de bochas y sapo en el sótano, y hasta tocadiscos con canciones de moda en los 60. Maruja Losada estuvo frente al mostrador de Rioja y Buenos Aires por casi dos décadas y fue la encargada de transformar año a año el lugar. «El 6 de enero de 1959 abrimos el primer bar con música de la ciudad, y dejó de ser un almacén con despacho de bebidas», dice orgullosa, mientras muestra las foto del día de la inauguración. Confiesa que daría «cualquier cosa por volver porque esos fueron los mejores años», pero también se sorprende por «las vueltas de la vida: los nuevos dueños son los hijos de jóvenes que fueron clientes».
Maruja empieza la historia contando cuando José María Castro le compró el bar a un italiano y lo abrió en septiembre de 1900. El hombre, llegado de Santiago de Compostela, comenzó a traer a su familia de España y empezó por su hermano Manuel, que en 1914 también se puso al frente del almacén y despacho de bebidas.
«En aquel momento, en el sótano, se jugaba a las bochas y al sapo, y arriba había partidas de cartas y de dominó», relata Maruja, que a la hora de describir la clientela dice: «Eran todos hombres, mujer no entraba ni una sola, y en su mayoría eran empleados del puerto o del Correo Central».
Así funcionaba en 1941, cuando su padre puso una verdulería frente al bar y ella de sólo 14 años se enamoró «perdidamente» de don Manuel, que era 30 años mayor y se casó en 1951.
Los cambios
Aunque el sótano fue clausurado con su llegada durante los primeros años continuó al frente del almacén donde recuerda se vendía kerosene y aceite sueltos por un mínimo de por medio litro y arroz y fideos siguió dando el desayuno a los portuarios y a los empleados del correo y atendiendo a los jugadores de truco y dominó hasta pasada la medianoche Pero las cosas cambiaron cuenta
«En los años 50, en Sarmiento y Córdoba, abrieron un gran almacén, que sería como un supermercado. Entonces, la gente del barrio empezó a comprar ahí, pero cuando le faltaba algo de apuro venían a pedir dos botellas de «W», que era una especie de whisky, y en lugar de pagarlas las compraban en el otro almacén, que era más barato, y me las devolvían. Ahí dije basta de almacén», cuenta.
Pero el cambio no fue fácil, don Manuel no quería romper con la tradición. «Estuvo ocho días sin hablarme, pero lo hice», recuerda. Y dice con orgullo que «el 6 de enero de 1959 abrió el primer bar con música de la ciudad», aunque con manzanilla y jerez que le regalaron porque «en la remodelación se gastó más de la cuenta».
La clientela ya no era la misma. «Venían estudiantes, chicos de los clubes de alrededor y muchos profesionales», cuenta, antes de aclarar que «todavía no entraban las chicas».
Pero el momento de las mujeres llegó, y según recuerda fue porque «a mitad de cuadra, por Buenos Aires, había dos residencias, una de varones y otra femenina. Los chicos venían, pero a ellas no las dejaban. Hasta que un día entró una mujer a preguntarme si yo permitía que las mujeres tomaran un café a la tarde, y así fue que empezaron a entrar chicas».
La música
Tal como cuenta Maruja La Buena Medida fue el primer bar con música de la ciudad La idea se le ocurrió un sábado de invierno cuando le pidió a sus jóvenes clientes que la ayudaran a traer el tocadiscos de su casa porque entre el frío y el silencio todo estaba muy triste
«Yo escuchaba música clásica, entonces fui a una disquería y trajimos de todo un poco, desde tango hasta canciones de moda», recuerda. Pero «lo máximo» sucedió en los años 60, con la salida del disco «La novia», de Antonio Prieto. «Yo no sabía ni quién era -confiesa-, pero lo pusimos y la gente hizo cola en la vereda hasta la madrugada para escuchar. Y lo mismo pasó con Ray Conniff».
En el 65, con su separación de don Manuel, vino la venta del bar. Ella puso una granja y con los años terminó al frente de su propia agencia de turismo, pero insiste en que «siempre volvería a La Buena Medida. Fue mi vida, mi amor por Don Manuel y mis hijos; fueron los mejores años».
Toda una «transgresora»
Aunque lo cuenta con naturalidad, Maruja admite que «no fue fácil casarse con un hombre 30 años mayor ni estar al frente de un lugar al que sólo concurrieron varones durante años». Porque, como ella dice, «en aquella época las cosas eran diferentes a como son ahora, y yo aparecía transgrediendo todas las normas».
Don Manuel Castro había llegado a la Argentina desde España en 1914 y se sumó a La Buena Medida junto a su hermano. «Cuando mi papá se puso la verdulería frente al bar, yo tenía 14 años y me enamoré perdidamente de Don Manuel el primer día que lo vi», asegura siempre riendo.
Los sentimientos de Maruja, que además era única hija, hacían que su madre «se agarrara la cabeza» y en la familia hasta implementaron estrategias, como buscarle un trabajo, para que se olvidara del hombre 30 años mayor. Pero no surtió efecto. «Yo iba a cada rato al almacén y estaba todo el tiempo pendiente para poder escaparme a comprar algo», cuenta todavía con picardía.
Así fue que Maruja logró «formalizar» su noviazgo en el 50. «Fue un escándalo, no sólo era 30 años mayor que yo, sino que era seis años mayor que mi papá y encima iba ir a trabajar a un lugar lleno de hombres. Para la época era terrible», recuerda.
Un año más tarde, Maruja y don Manuel se casaron. Y todo el barrio fue a ver. «De puro chusmas», dice, al tiempo que recuerda que además no se casó de blanco y la fiesta fue en la ya desaparecida confitería Los Dos Chinos, de Rioja y San Martín.
Pero dice que «salvó la honra»; y explica: «Mi primera hija, María Dolores, nació a los nueve meses y cuatro días de mi casamiento. Entonces, a penas nació un cliente del bar fue a verme al Hospital Español y me dijo que había salvado mi honra. En ese momento no entendía de que me hablaba, ahora me río».
Fuente: Eugenia Langone / La Capital
Foto de Maruja: Gustavo de los Ríos
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