Homenajeada por su trayectoria en la Feria del Libro Infantil y Juvenil, Alma Maritano asume la disyuntiva que plantea un poema de Saramago: “Sin el pan, hasta el asombro es nada”
“Los príncipes se han convertido en astros del cine y del deporte, y los pastorcitos, en chicos marginados que no pueden acceder a libros”. |
El jueves pasado Alma Maritano inauguró la Feria del Libro Infantil y Juvenil que se realiza hasta el 1º de octubre en la sede de la Gobernación (San Lorenzo y Dorrego). Hoy a las 11 dialogará con chicos sobre problemáticas adolescentes y el próximo miércoles a las 18, en el mismo espacio, Silvia Fernández de Tujade hará un homenaje a la escritora “por su trayectoria y aporte a la literatura infantil y juvenil en nuestro país”, según reza el programa de la feria. En ese marco, la editorial Fundación Ross presentará una reedición de su primer libro Un globo de luz anda suelto que, a modo de bonus track, incluye Aventuras con gata, yuyo y vereda, dos volúmenes publicados en la ya desaparecida Plus Ultra. Sin olvidar que las jornadas en las que participa se realizan en un lugar oficial y en el marco de un conflicto gremial que el gobierno empuja a su desgaste en los medios –enfrentando a unos atribulados padres con unos mal pagos y desprestigiados docentes–, Maritano abrió el encuentro con estas palabras: “La realidad con la que trabajamos hoy los autores de libros para niños es la de un mundo (…) en perpetuo conflicto, en el que los príncipes y princesas se han convertido en astros del cine, del deporte o la televisión, y los pastorcitos y pastorcitas, en chicos marginales y marginados que no pueden acceder ni a libros ni a computadoras porque tienen que buscar su comida revolviendo en los contenedores de basura. Entonces, ¿magia o panfleto? Dilema ideológico y estético, acuciante y angustioso. ¿De qué hablarles a los chicos? ¿Y, sobre todo, a cuáles chicos?”
En 1978, la edición de Plus Ultra de Un globo de luz anda suelto (capítulo inicial de una saga que seguiría en Vaqueros y trenzas, El visitante, y En el sur) recibió la distinción Faja de Honor de la Sade y Maritano no sólo fue convocada a presentar el tomo en la Feria del Libro de Buenos Aires, sino a compartir el palco con el dictador Jorge Rafael Videla, entonces presidente y ovacionado en los estadios capitalinos del Mundial 78. Pero la escritora zafó de la oprobiosa consideración demorándose en la cola de devotos que esperaban un autógrafo de Jorge Luis Borges en la página 3 de El Aleph. Desde esos días (en los que libros de Laura Davetach o Graciela Montes estaban prohibidos) a la fecha la literatura infanto-juvenil cambió no sólo su perfil, vocabulario y sus temas, sino que incrementó su mercado.
Como muchos escritores, Maritano vive de la literatura, aunque no necesariamente de lo que escribe. Desde hace 25 años da talleres literarios en su casa a los que no sólo concurren escritores amateurs, sino docentes, profesionales, personas que al final del día quieren escuchar algo de esa otra aventura que son los libros.
—Hablabas antes de los cuentos de hadas, o de textos como “Los viajes de Gulliver”, que no fueron escritos como literatura infantil; de hecho, hasta el siglo XIX ni siquiera se pensaba en el niño como lector. ¿Cuánto cambió todo esto desde que empezaste a publicar?
—Las cosas han cambiado, para bien en muchos aspectos, como el que mencionabas. Antes la literatura infantil no existía y lo que leíamos eran libros escritos en principio para adultos. O no sólo para adultos; los de Perrault estaban dirigidos a una corte libertina y los originales son terribles, cruentos y perversos. Pero, además, lo que ha cambiado es el problema de los espacios. Para adultos, uno puede rumbear para donde quiera, empezar una novela con una imagen, aunque después no sepa cómo seguir. Pero no se puede hacer eso en literatura infanto-juvenil, tenés que plantearte una serie de problemáticas que tienen que ver con la temática, con una estructura, un léxico y una sintaxis que tan complejas no pueden ser, no puede haber tantos quiebres temporales; pero además está esto: un libro para chicos es leído en el hogar, el chico lee en su casa –en el mejor de los casos: que tenga casa, que lea y tenga libro– y el padre –en el mejor de los casos: que tenga fuerzas cuando llega la noche–, le va a leer un cuento antes de dormir. Y en la escuela, en el mejor de los casos, los maestros cuentan cuentos, y entonces uno está condicionados por esos espacios, no podemos desvincularnos de la cuestión educativa. Y uno trabaja con gente que se está formando todavía, que no tiene su espacio propio ni sus valores propios todavía. Entonces, en este mundo, en este momento nuestro, de qué les hablamos a los chicos y a qué chicos les hablamos. Estamos escribiendo siempre para un público muy reducido, caemos en una literatura totalmente elitista, no nos queda otra si los libros se publican. Y dentro de esas limitaciones y de ese condicionamiento, tenemos que tratar de urdir las estrategias como para ser fieles a lo que pensamos, ser coherentes ideológicamente y apuntar a la mayor cantidad de chicos posibles y a una problemática que puede interesar a los chicos que pueden acceder a los libros; que en todo caso les haga ver otra realidad. No puedo escribir para chicos que viven los códigos de un mundo totalmente ajeno a los que pasan todas las tardes por calle Santiago, revolviendo la basura, pero tampoco puedo escribir para ellos. Aunque de alguna manera quisiera que ellos también fueran protagonistas.
—La encrucijada del intelectual y el mundo.
—Es un dilema terrible que seguramente se ha visto en épocas de cambios sociales profundos. Fijate, en tiempos de grandes cambios, Diderot hace una enciclopedia, tomando como ejemplo la enciclopedia inglesa y como pauta los cambios de la era industrial inglesa y entonces qué hace desde su lugar de teórico, filósofo, narrador, literato, periodista del siglo XVIII: se interesa en los nuevos oficios, en los nuevos trabajos, va a los talleres, pregunta a los artesanos cómo trabajan, cómo hacen las sillas, la seda, y pone miles de láminas de trabajadores en su enciclopedia, y logra el milagro de que los protagonistas de su obra sean los trabajadores manuales y no los príncipes, los filósofos. No, son los nuevos protagonistas de la historia. Pero, ¿cómo hago, como humildísima autora de literatura infantil, para poder lograr ese utópico deseo de poner como protagonistas a los chicos que están en una condición crítica, que no tienen casa, no van a la escuela, que si van no tienen calses, porque los maestros están ahora pidiendo que reconozcan de una vez su trabajo? Entonces, qué escribimos, cómo, para quiénes; qué temática, qué forma. A menos que haga como Lewis Carroll: escribo para Alice Liddle y lo que se me canta. Y qué objetivo tiene eso, ¿me podría quedar tranquila? Creo que no. Creo que estamos sufriendo la eterna contradicción del intelectual que vive en un sistema que no le permite actuar y lo está coaccionando, que está tratando de silenciarlo. Porque el poder está silenciando en este momento todo lo que sea pensamiento, se ve en el manejo de los programas de televisión. Entonces, ¿cómo puedo largarme a experiencias formales, a temáticas fantásticas? Ayudaría en cierta forma si esos chicos pudieran leer esos libros. Entre las contradicciones que vivimos, mientras en las escuelas no hay clases, se lleva a cabo una feria del libro infantil donde se promueve la lectura.
—Bueno, participa también de ese cruce que atraviesa toda la sociedad entre mercado e instituciones.
—Claro. No nos podemos escapar de eso.
—¿Y el lema de la feria, “Leer es crecer”, cómo se lee después de aquél cuestionamiento de Daniel Pennac en “Como una novela”?
—Claro que leer es crecer, que todo lo que sea lectura y palabra te hace libre, pero en este momento no puedo dejar de tomar con toda la ironía del mundo esas frases. Y temo caer o en el panfleto o la pavada intelectual. De cualquier manera me sentiría culpable: si ignoro lo que está pasando y pretendo una literatura que llegue a todos los chicos.
—Mencionabas a Carroll: también su literatura abrió puertas para pensar una época, una condición particular de la escritura y su relación con la infancia…
—Sí claro, su relación con el poder, la monarquía, que en su obra está ridiculizada. Y lo ridiculiza formalmente. Cosa que intenté en Un globo. Allí hay un capítulo que, en apariencia, habla de la islita del lago del Parque Independencia, que se llama “El pájaro verde y la isla misteriosa”, donde hago toda una parodia del gobierno tal como estaba en ese momento, con Isabelita y López Rega incluidos, los caricaturizaba. Pero son manotazos de ahogado, que caen en el vacío, creo que el compromiso pasa por otro lado. Pero no puedo desvincular, más en momentos críticos como esta coyuntura del docente en huelga, no puedo abstraerme de eso. Trabajamos con las palabras y las palabras, mal que nos pese, nombran la realidad. En la inauguración de la Feria del Libro Infantil concluía con una frase del poema de Saramago “Sancho”, el personaje se asombraba de lo que el Quijote veía, que no era la realidad, y que él se limitaba a proporcionarle el alimento al Quijote, y eso era imprescindible, entonces termina Saramago: “Sin el pan, hasta el asombro es nada”. Yo quiero que los chicos se asombren con lo que escribo, con la magia, pero de qué magia les voy a hablar…
Fuente: diario El Ciudadano & la región – Pablo Makovsky – Foto: Gustavo Ércole