El documental, lejos de representar alguna clase de propuesta alternativa válida, representa dos cosas: un claro ataque a los valores tradicionales de educación y pura propaganda new age. Y nada más.
Una de las patas del prometido Nuevo Orden Mundial que buscan las elites según los teóricos de la conspiración es la construcción de un nuevo sistema de valores que termine con el sistema actual.
Así, las grandes religiones, los valores familiares, las tradiciones en materia educativa y todo conjunto de ideas que tenga algún atisbo de conservación de valores trasnmitidos por generaciones en diferentes partes del planeta, están siendo lentamente socavados mediante una suerte de apelmazamiento editorial que cobra fuerza a través de libros y practicas de la llamada new age.
Para la New Age da igual una práctica esotérica oriental que una técnica de meditación oriental o una práctica chamánica americana precolombina: “al fin de cuentas, todo remite a lo mismo”, es el razonamiento que se puede escuchar con frecuencia en los practicantes de estas doctrinas, que incluyen métodos para alimentarse sólo del sol, la búsqueda de protección electromagnética mediante piedras mágicas y la adoración de dudosos gurúes como Saint Germain o el argentino Matías Di Estéfano.
Justamente es el gurú Matías, alias Ghan, ese desfenestrado por la conspiranoia española y quien organizó el millonario evento “espiritual” del 11/11/11 en Córdoba, quien se presenta como uno de los referentes new age de un documental que ha ganado una repercusión mediática tan impresionante como inexplicable: “La Educación Prohibida”.
El documental, lejos de representar alguna clase de propuesta alternativa válida y contrastable para un nuevo sistema educativo representa dos cosas en especial: por un lado, un claro ataque a los valores tradicionales de educación (ya sea privada o del estado) y, por el otro, pura propaganda new age. Y nada más.
Según la web del Partido Pirata en la Argentina, “la película se promociona como una defensa de las experiencias alternativas en educación, pero en realidad sólo se corresponde con un paradigma educativo: el espontaneismo pedagógico. Entonces nos sumerge en relatos, sumamente repetitivos, se centran en la misma concepción pedagógica, expresada en una decena de educadores de distintos países de habla hispana entrevistados”.
Esa precisa definición se refuerza con la definición que se obtiene de la visión que hace el new age de la escuela en este 2012: “La caracterización de la escuela pública como autoritaria, industrial, disciplinaria y embrutecedora es un alegato que parece sacado directamente de la película “The Wall”, que era propia de la escuela de hace 50 años atrás”.
Otras webs alternativas han dedicado un espacio al documental. Para el portal Rebelión, la película new ager no es más que un “spot publicitario”. En Uruguay, la Red Filosófica Uruguaya expresa que “la enseñanza debe de estar funcionando muy mal realmente, para que el estreno de esta película se haya convertido en un evento que ameritara que fuese proyectada en ¡El Paraninfo!, la Facultad de Humanidades, la Facultad de Artes y muchos etcétera”.
Y la crítica más acertada también ha llegado desde Uruguay, de la mano de Aníbal Corti, quien publicó este recorte en la revista “Brecha”, el 31 de agosto pasado:
“El documental argentino La educación prohibida, del director Germán Doin, se estrenó en forma simultánea el pasado 13 de agosto en varias partes del mundo, incluyendo varias ciudades de Uruguay. De distribución gratuita por Internet, lleva al día de hoy casi 300 mil descargas y más de dos millones y medio de reproducciones. Planteado como una crítica devastadora a la educación tradicional, su mensaje es bobalicón y, en última instancia, peligroso.
Cuando han transcurrido más de dos horas de este documental insufrible y ya se acerca el ansiado final, aparece otra vez en pantalla el argentino Pablo Lipnizky, fundador y director del colegio Mundo Montessori de Colombia. Lipnizky es uno de los 90 latinoamericanos y españoles entrevistados para esta película y había aparecido ya varias veces en pantalla, pero esta última aparición suya es importante porque sintetiza a la perfección la forma y el fondo de toda la obra. “Hay una sola cosa que es realmente importante…”, dice. Pero se emociona y no puede seguir. Hace una pausa. Se seca una lágrima. Con la voz quebrada, continúa: “Es el amor que nosotros le podamos dar a los niños. Si queremos una sociedad diferente, lo único que realmente tenemos que hacer es amar a los niños… El conocimiento va a venir solo”.
El sentimentalismo afectado de esta declaración expresa la tónica general del filme. Pero no es sólo la forma la que queda condensada en estas palabras, también la tesis central de la película.
Los diversos testimonios que recoge confluyen en una crítica al educador tradicional por estar supuestamente posicionado en “un lugar arrogante”, desde el cual ejerce un poder abusivo y despótico. No se trata de una mera crítica a los abusos que maestros y profesores eventualmente pueden cometer en el curso del normal ejercicio de su profesión, sino de un ataque a la idea misma de educación tal como ha sido concebida en la modernidad, es decir, desde la Ilustración a nuestros días.
El documental recomienda a los nuevos educadores “no tener la intención de enseñar”. Se les recomienda “abandonar la pequeña omnipotencia (…) de creer que llevan algo que enseñar a sus alumnos”. Se les pide que renuncien a instruir, que acepten que su función es cuidar y amar a los niños. Se les recomienda “un gran trabajo de humildad”.
La idea, que se repite una y otra vez a lo largo de la obra (que en general es bastante obsesiva y repetitiva) –idea que el testimonio de Lipnizky resume a la perfección–, es que los docentes deben preocuparse por la felicidad de sus alumnos, no por lo que aprendan o dejen de aprender. El aprendizaje de los contenidos disciplinarios específicos (lenguaje, matemática, ciencias) vendrá solo, por añadidura. O simplemente no vendrá. En cualquier caso, sólo importa que los niños y adolescentes se sientan amados y respetados. Como indica de forma elocuente otro de los testimonios que recoge la película: “Se puede vivir sin saber qué son los logaritmos”.
Es una verdad trivial, desde luego: se puede vivir sin saber qué son los logaritmos. En general, se puede vivir sin poseer ningún conocimiento complejo y avanzado. La falta de conocimientos avanzados no amenaza la supervivencia de los individuos en modo alguno. En teoría, incluso se puede ser muy feliz a pesar de carecer por completo de ellos. No está comprobado
que el saber avanzado haga feliz a nadie y hay incluso quienes piensan que, en dosis elevadas, el conocimiento y la cultura producen una cierta tendencia a la melancolía, la introspección y la infelicidad.
Ahora bien, lo que decididamente no tiene mucho sentido y es bastante sorprendente es que se recomiende a maestros y profesores que renuncien a enseñar, como si ello fuera la solución para la crisis de las instituciones educativas. Es algo así como renunciar a construir viviendas para solucionar la crisis habitacional. Después de todo, el hombre ha vivido al aire libre durante miles de años. Es muy cierto que se puede vivir sin saber qué son los logaritmos, pero no es menos cierto que también se puede vivir a la intemperie. Así que la solución revolucionaria a la crisis habitacional bien podría ser renunciar a la vivienda. Sin ir más lejos, una solución igualmente revolucionaria podría ser ensayada en el área de la salud.
La idea que sobrevuela el documental, y que a veces se enuncia explícitamente, es que, inmersos en una enseñanza de nuevo cuño –más libre, más tolerante, más amorosa, más abierta y más respetuosa–, los niños y adolescentes podrán no aprender qué es un logaritmo (algo que a fin de cuentas parece que no importa mucho), pero no van a dejar de aprender, en cualquier caso, nada de aquello que es verdaderamente importante para la vida. Es una pena que el documental no nos instruya acerca de cuáles son esas cosas realmente importantes, aunque el espectador inevitablemente termina por asumir más tarde o más temprano que lo único realmente importante en la vida es el amor.
En este sentido, uno de los entrevistados se permite afirmar que, contrariamente a lo que suponen las formas pedagógicas dominantes, no haber aprendido a leer, a escribir o a calcular no significa no estar educado. Para tranquilidad –quizás– de algunos espectadores, otro de los entrevistados, el español Juan Peré, de la escuela libre La Caseta, sostiene que los niños aprenden a leer, a escribir y a calcular “igual que aprenden a andar”, por el mero hecho de que “hay adultos que andan”, es decir, por el mero hecho de que están “en el contexto cultural humano”.
Las instituciones educativas de nivel primario y secundario están en crisis en muchas partes del mundo. Todos los años llegan a las universidades de Uruguay y de otros países enormes contingentes de estudiantes que no saben leer ni escribir, por no mencionar otras capacidades de las que también carecen. Es necesario, por tanto, revisar críticamente muchas cosas. Pero si uno se toma en serio lo que declara la inmensa mayoría de los entrevistados en La educación prohibida, la solución a este problema pasa por resignarse, comprender que hay cosas en la vida más importantes que los logaritmos y suprimir las instituciones educativas tal cual las conocemos hoy en día.
“La idea más revolucionaria que existe es intentar que las personas sean felices”, nos informa Jordi Mateu, de la Red de Educación Libre de España. Admitamos que eso sea así. El problema es que esa idea no tiene nada que ver con la educación.
La idea más revolucionaria en materia educativa es la que dice que las personas normales son todas igualmente capaces de llegar a compartir los frutos más elevados de la actividad intelectual del hombre. Esa es la idea que muchas generaciones han compartido, desde la Ilustración a nuestros días. Contrariamente a lo que se había pensado durante muchísimo tiempo –contrariamente a lo que habían pensado, sin ir más lejos, filósofos como Platón o Aristóteles–, los ilustrados creyeron que todo hombre podía ser educado y que, de ese modo, cualquiera podía llegar a compartir los resultados más refinados de los esfuerzos cognitivos de la humanidad.
A la raza humana en su conjunto le ha tomado miles de años forjar herramientas conceptuales cada vez más complejas. Hemos concebido ideas bellas y sofisticadas, como la idea de logaritmo. Hemos concebido más tarde ideas mucho más complejas que esa; ideas más elegantes y más avanzadas, tanto en el ámbito de la matemática como fuera de ella. Cada una de esas ideas, cada uno de esos conceptos, es un logro del intelecto humano; una conquista que ha llevado mucho tiempo y mucho esfuerzo. Es una tontería pensar que ese conocimiento trabajosamente forjado durante generaciones y generaciones puede ser redescubierto a cada paso, todo el tiempo.
La educación nos ofrece la oportunidad maravillosa de treparnos a los hombros de los gigantes que nos han precedido y mirar más lejos que ellos. Los filósofos ilustrados pusieron en circulación la idea revolucionaria según la cual ese universo conceptual es accesible a todos. Este documental, La educación prohibida, nos dice ahora que los niños sólo necesitan amor y que con esa dieta intelectualmente tan magra serán capaces de llegar adonde sea que se propongan llegar en la vida.
No está bien mentir a los niños. La verdad que todo adulto sabe, y que los maestros y profesores tienen el deber moral de trasmitir a sus alumnos, es que el amor no basta; que sólo con amor no se llega a ninguna parte. Si los docentes renuncian a ese deber, los niños igual descubrirán la verdad, más tarde o más temprano. Sólo que para cuando lo hayan hecho quizás sea demasiado tarde.
Fuente: http://urgente24.com/areax/