Es casi imposible no advertir un hilo conductor en la serie de eventos desde Enero 2011. Tienen el inequívoco sabor de un descontento generalizado que pasó a ser rebelión indignada frente al estado de cosas
Es casi imposible no advertir un hilo conductor que hilvana la serie de eventos que fueron detonados en enero de este año por Túnez, y que luego se fueron replicando en Egipto, Jordania, Marruecos, Yemen, Bahrein, Sudán, Omán, Kuwait, Libia, y Siria. Más tarde vino España (en Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Logroño, Santiago de Compostela, Toledo, Bilbao y otras), y se extendió al resto de Europa, como sucedió en muchas ciudades de Francia, Grecia, Alemania, Portugal, República Checa, Hungría, Polonia, y Austria. Esto fue preanunciado en alguna medida, y entre otros, por el caso ejemplar de Islandia en el 2008, las protestas masivas ante el G-20 en el 2009, y las huelgas y movilizaciones sindicales en toda Europa durante el 2010. Y lo de hoy, a su vez, preanuncia mucho más por venir.
Cada uno de estos casos tiene características específicas propias de la historia y situación actual de cada país en los que tiene lugar, pero todos ellos tienen el inequívoco sabor de un descontento generalizado que pasó a ser rebelión indignada frente al estado de cosas. Esta vez es difícil para los defensores del statu quo desestimar y descalificar estos hechos, atribuyéndolos a oscuras maniobras de minorías, a la acción encubierta de gobiernos foráneos o del terrorismo internacional.
Si bien las banderas de las demandas que se agitan pueden variar, todas ellas destilan un profundo hastío por al inmovilismo de un sistema anquilosado ante la velocidad de cambios mundiales, por un letargo autodestructivo que no atina a concebir –y mucho menos a implementar- los cambios profundos que son necesarios para afrontar los desafíos del nuevo mundo. Y no atina porque todavía se insiste neciamente con las recetas de antaño, creyendo que basta ir alternando la conducción social con las opciones desgastadas de siempre, creyendo que un político más o menos mediático bastará para aplacar el clamor por algo realmente nuevo, creyendo que la manipulación de indicadores macroeconómicos soluciona todo. Pareciera que no bastan los ejemplos patentes que abundan en todas las regiones para terminar de convencer que los modelos actuales ya no funcionan.
Las banderas de las demandas populares que se agitan estos días son fruto del consenso de mínima de una amplia diversidad de reclamos desoídos en todos los campos, no sólo en lo político y económico, sino en lo social, lo cultural, lo institucional, lo ecológico y demás. O sea, las consignas que leemos en las pancartas son sólo la proverbial punta del iceberg de un descontento masivo con el estado actual de nuestras sociedades. Exigir más significaría reducir el poder de convocación. Es un descontento transversal que aúna generaciones, sectores de ingresos, credos, regionalismos, nacionalidades, y una amplia gama de posturas en cuanto a propuestas de cambio. Quizá el descontento no sea solamente por la frustración que generan las expectativas incumplidas de bienestar y consumo, sino también por una manera de vivir deshumanizante: aun para la minoría que logra satisfacerlas.
Pero las rebeliones de hoy se explican tanto por el presente que se padece como por el futuro al que se aspira. Así, ojalá que estas rebeliones no se detengan, y que vayan más allá de la vistosidad mediática de las manifestaciones en la plaza pública, encontrando otros campos y modos de acción. Ojalá que amplíen y profundicen su propuesta de cambio más allá de las banderas que hoy enarbolan. Ojalá que conserven su carácter no violento, no discriminatorio, transversal, participativo y descentralizado. Ojalá que estas rebeliones no se entiendan a sí mismas simplemente como locales o como reivindicaciones de parte, sino como la expresión multifocal de un modo de pensar y sentir mundializado, de una sensibilidad naciente que corresponde a un futuro querido.
Es de esperar también que a esta ola mundial de rebelión frente a lo establecido, y a esta aspiración por un mundo mejor, se sumen una rebelión y una aspiración similares por el mejoramiento como seres humanos, más allá de ser simplemente consumidores exigentes frustrados por expectativas ilusorias. Porque sería una media verdad y un nuevo sueño atribuir toda la responsabilidad del estado de cosas solamente a los políticos y los banqueros, cuando convenientemente se descargó en ellos el manejo de la cosa pública y, por ende, el control de nuestras vidas. Porque las promesas incumplidas y las estafas de todo tipo no son cosa de estos últimos años, sino de larga data.
Que sea una rebelión guiada por necesidades vitales esenciales, y no por el deseo desmedido no sustentable ni solidario. Entre esas necesidades vitales esenciales seguramente se contará la de dar a nuestras vidas un sentido profundo y trascendente, libre del sinsentido del colocar al dinero como valor central de la vida personal y social.
En todo caso, la rebelión ante el mundo que se rechaza y la construcción del mundo que se anhela no pueden ser "subcontratadas": requieren el compromiso activo de cada uno de nosotros, antes y después del acto electoral. Ojalá que esto ya se comprenda, y que los que hoy encabezan la protesta no encomienden una vez más a los políticos profesionales que les solucionen las cosas, sino que ellos mismos tomen en sus manos la construcción de un gran movimiento que lleve esta nueva sensibilidad a los lugares de decisión que les corresponden. Quizá por razones similares Stéphane Hessel escribió “¡Comprometeos!” después del “¡Indignaos!”
En términos de compromiso activo, aún quedan muchas fuerzas por sumar su apoyo a la protesta. Estas fuerzas son variadas y no sólo políticas, sino también sociales, culturales, religiosas, etc. Es extraño advertir que aún no hayan manifestado su apoyo público y decidido a favor de lo que está ocurriendo. ¿A qué se debe este silencio? ¿Quizá porque no pueden ser protagonistas o monopolizar lo que sucede? ¿Quizá porque no se originó en desde su propia organización o lugar? ¿Creen acaso que están a salvo de lo que se denuncia en otros lugares? ¿Creen poder manejar su "isla feliz" prescindiendo del sistema global en que se hallan inmersos? ¿O acaso están tan absortos en sus propios intereses y escenario local que les impide advertir que lo que se expresa en Europa y África es el clamor de todos?
Aun algunos que ideológicamente se declaran globales o internacionalistas parecen insensibles ante la urgencia de replicar y aumentar la protesta -y sobre todo la propuesta- en todos los lugares y foros. En particular, los partidejos y sus mezquinos políticos aún piensan en términos localistas, siguen alimentando el juego de la democracia formal del reparto de cargos, privilegios y prebendas, mientras continúa el saqueo de los pueblos a manos de los dependientes del capital financiero especulador.
Se va hundiendo este sistema no perfeccionable, condenado irremediablemente a su superación. ¿Será el caso de seguir creyendo aún en el gradualismo reformista cuando la nave hace aguas por todos lados y arrastra a todos en su naufragio? ¿Será el caso de seguir apoyando el juego de la democracia formal, ciegamente nacionalista y clasista, o bien de apostar al cambio global y real que hoy se vislumbra como posibilidad en las plazas del mundo?
Porque no importa tanto lo que esta rebelión es hoy como lo que podría llegar a ser mañana.
Fernando García
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