Vivimos en la era de la sexualidad inhibida, pero este decaimiento del principio del placer no es solo resultante de los arduos conflictos de la cotidianeidad sino de siglos de represión social de nuestras pulsiones naturales e inevitables.
Vivimos en la era de la sexualidad inhibida, pero este decaimiento del principio del placer no es solo resultante de los arduos conflictos de la cotidianeidad sino de siglos de represión social de nuestras pulsiones naturales e inevitables.
30N – Nov2010 – por Luis Buero – www.30noticias.com.ar
En Oriente, oscuros intérpretes de ciertas religiones obligan a las mujeres a mostrarse absolutamente tapadas con túnicas y capuchas. En otras épocas se les practicaba la ablación del clítoris para suprimirles “pecaminosas sensaciones y tentaciones”.
En Occidente, como bien dice Marlon Brando en el film Apocalipsis Now: “si bombardeas una población civil te dan una medalla, pero si escribes la palabra fornicar en el fuselaje de un avión, te meten preso”.
Nos han criado en una cultura que promueve la abstinencia sexual como un valor de la evolución humana, castigando el goce con un consciente o subliminal sentimiento de culpa. En la televisión la sexualidad siempre puede ser sospechosa o censurable, no así la violencia extrema que aparece en los dibujos animados japoneses, en las travesuras insólitas de Los Tres Chiflados, en los golpes de karate de Van Damme, y en los revólveres que vacían sus cargadores sobre supuestos malos sin que los justicieros sientan el menor remordimiento.
Un presidente puede perder su puesto porque una joven becaria practicó con él sexo oral en la casa de gobierno, pero es aplaudido cinco minutos seguidos en el parlamento por decidir una invasión a otro país como forma de resolver un problema, elección que costará millones de vidas.
Un hombre común que piensa todo el día en el buen momento sexual que pasará a la noche con su pareja, si lo manifestara en voz alta, sería acusado de maniático y obseso sexual. La mujer que expresara el mismo deseo sería vista como una ninfómana, una histérica o una cualquiera. El dios Eros, que representa la energía de la pasión amorosa y la fuerza fundamental engendradora del mundo, está perdiendo por tres a cero frente al dios Tánatos que personifica la muerte.
El instinto de vida y de conservación de la especie está mal visto en nuestra humanidad a la que hoy, en el siglo veintiuno, siempre “le duele la cabeza”. Por eso me causa gracia cuando nos muestran en un documental tribus “aculturadas” que habitan zonas ocultas del Amazonas, o están “perdidas” en alguna selva inhóspita de África o Australia.
Esos grupos de hombres y mujeres vestidos con taparrabos, jamás entran en guerra ni se pelean entre sí; solo trabajan (pescan, cazan) si necesitan alimentos, el resto del tiempo lo pasan jugando, conmemorando festividades, generando obras artísticas precarias que los representan, criando a sus hijos y por supuesto, haciendo el amor. Nosotros en cambio cada día deseamos que el planeta dure 24 horas más, por lo menos, temerosos de los alcances de una tercera guerra mundial.
Si estos indígenas son los primitivos, qué poca cosa es ser civilizados ¿no?