En una zona privilegiada para el campo, la ciudad santafesina vive una época de esplendor. Su crecimiento está a la vista. Hay ocho bancos, dos universidades, un shopping (el chiche del momento), un country exclusivo… En una zona privilegiada para el campo, la ciudad santafesina vive una época de esplendor. Su crecimiento está a la vista. Hay ocho bancos, dos universidades, un shopping (el chiche del momento), un country exclusivo, intensa vida nocturna y cultural y se practican deportes como polo y golf. Y se ven modernos edificios y otros a construir. Pase y compare.
Deportes top: polo y golf. |
Y llegó el shopping. Con salas de cine, patio de comidas, juegos para chicos y vidrieras de primeras marcas. Es cierto, la apertura vino con algunos años de retraso. Pero no quita lo simbólico de ese touch que ostentan sólo las grandes ciudades. Centro de reunión y paseo que convoca a todos los venadenses. Y ni qué hablar del country La Cheltonia, con ostentosos chalés entre los hoyos de golf del Jockey Club. Un verdadero mundo aparte con aires a zona norte bonaerense.
A 375 kilómetros de la Capital, Venado Tuerto, Cuna de la Marcha de San Lorenzo –avisan los carteles indicadores–, está viviendo su envión económico, en una región de máximo privilegio, que para muchos es la pradera más fértil del mundo. ¿Exagerado? Para nada. Según datos oficiales, la zona cuenta con 60 millones de hectáreas dispuestas a dar lo mejor de sí. Como una Pachamama que jamás dejaría a nadie con las manos vacías. Y acá, parece, la tierra da frutos a borbotones. El famoso granero del mundo, se intuye, por acá, en estos campos que rodean la ciudad, y que regalan atardeceres de ensueños.
La ruta se hace lenta por la cantidad de camiones que van y vienen cargados de granos o animales. Pero también recuerda esa vieja letanía: “Las penas son de nosotros, la vaquitas son ajenas”, que para cientos de miles significa mendigar esto que se ve pasar una y otra vez. Comida.
Con los pies metidos, entonces, en pleno granero, se husmea mucha actividad entreverada en las calles. Un contraste interesante, con esas extensiones teñidas de verde y dorado, esperando el momento de la cosecha. Y el viento que las mece, delicado, para convertirla en una panza que respira aletargada. Así lo sabe Rogelio Grasa, que repasa con cuidado las espigas de trigo de su campo Doña Antonia, sobre la ruta. Rogelio tiene 73 años, los mismos que lleva acariciando entre sus dedos rudos, toscos, cada espiga, como si quisiera descubrir algo que nunca hubiera visto antes.
Dejando atrás la ruta, y el campo de Rogelio, el asfalto de la ciudad surge en plena efervescencia: autos, camionetas, motocicletas, y gente yendo y viniendo. Eso sí, el horario de la siesta es un momento de insuperable quietud. E insobornable silencio.
Dan la bienvenida un enorme cartel con los dos símbolos del lugar: el ex corredor de autos Marcos Ciani y Guillermo Coria. Marquitos y el Guille, para cualquier venadense. Aunque hay más celebrities locales, como el científico José Cibelli (el primero que logró clonar vacas), el basquetbolista Walter Herrmann (medalla de oro olímpica en Atenas 2004), el militar retirado Ricardo Ceppi (integrante de la comitiva que en 1965 desplegó por primera vez la bandera argentina en el Polo Sur).
Primer dato al entrar: asoman modernos edificios a estrenar y otros por construir. Dicen que esto movilizó la mano de obra y ayudó a bajar la desocupación que venía desde los 90. Es más, hay proyectos de construcción para dos hoteles de varias estrellas. El resto, será cuestión de dar un par de vueltas por los alrededores de la comercial avenida Belgrano, para descubrir algo más. Hace 10 años en la ciudad había sólo dos bancos (Nación y Provincia de Santa Fe); hoy, son ocho, todos de primera línea.
Ciudad grande al fin, se calcula que de lunes a viernes alberga unas 100.000 personas, también será inevitable no toparse con algún chiquito pidiendo en la puerta de las confiterías más concurridas. O alguna nena vendiendo ramitos de flores entre las mesas. Y tampoco faltan los malabaristas o artistas callejeros a la gorra en los semáforos de la Plaza San Martín, núcleo histórico de la antigua colonia que fue esta ciudad, hace más de cien años. El paisaje se completa como cualquier ciudad de provincia: la iglesia catedral, una iglesia metodista, el Centro Cultural que además tiene una sala de cine, y adivinen qué: el edificio que alguna vez fue el Banco Integrado Departamental (BID), ese que dejó un tendal de ahorristas sin nada y una quiebra de millones de dólares.
Pero bueno, ya en plena ciudad, y un sol que raja el cemento, ¿será cierto o no, que Venado Tuerto es puro envión post-crisis, que la desocupación es casi nula, y los lugareños ostentan un buen nivel de vida? ¡Epa! La pregunta, se ve, genera, antes que nada, un breve silencio. No porque haya que pensar demasiado, sino cómo responderla. ¿La razón? En voz baja, los venadenses temen que la ciudad se convierta en un foco de atracción de desocupados de sitios más lejanos. Digamos que en lo real y concreto, tienen miedo, como a una plaga desconocida, que la inseguridad de los alrededores de Buenos Aires que se ve por televisión, se traslade a Venado. ¡Horror! Y quien más quien menos, desde su lugar, prefiere bajar los decibeles de tanta polvareda que se levantó en torno al espaldarazo que el campo tuvo en esta zona. Claro que nadie lo dirá abiertamente.
Sólo en charlas confidentes, café de por medio, en la tradicional confitería del Hotel Riviera, punto de encuentro obligado en las tardecitas. O cerveza mediante en el remozado local de la ochava de enfrente, La Esquina, en Alvear y Belgrano, donde las noches comienzan con una picadita en las mesas puestas en la vereda. Pequeños atalayas que permiten fisgonear, como quien no quiere la cosa, en qué anda tal o cual, quién cambió el auto por la camioneta último modelo. Tampoco faltan el repaso político, los comentarios sobre los partidos de fútbol que se reproducen en pantalla gigante, o sobre tenis, deporte preferido de los venadenses desde el surgimiento de El Guille Coria. Y por supuesto, se habla de negocios. Mucho negocio. Al fin y al cabo, el tráfico de viajantes y los estudiantes que van a los terciarios o a las sedes de la Universidad Tecnológica y de Universidad de Rosario, son el grueso de los forasteros que andan por ahí en la semana.
El origen del nombre contiene varias historias. La más antigua, cuenta que donde hoy se levanta la ciudad, había un mangrullo por donde solía pasar un venado al que le faltaba un ojo. El animal escapaba cada vez que se acercaba un malón de indios. Y posiblemente el fundador de la ciudad, Eduardo Casey, haya sacado de aquél relato el nombre para el pueblo, levantado en 1883. La historia no deja de ser pintoresca más allá de si es cierta o no. Pero de lo que nunca se tuvo dudas fue de sus tierras generosas. ¿Y entonces? ¿Es o no un lugar promisorio Venado Tuerto?
“Sí, hay un despegue por la actividad agropecuaria y la agroindustria”, admite el intendente Roberto Scott, un personaje singular de la ciudad. “Sin duda, ayudó haber salido de la convertibilidad”, remarca como una obviedad. A Scott no le gustan los periodistas, lo aclara de entrada, pero sí los pájaros. Tiene 1.500 en el jardín de su casa, convertido en una enorme pajarera. ¿Sus favoritos? “Me doy cuenta que son los cabecita negras”, responde mostrando los jaulones. Y cualquiera podría hacer un chiste rápido por su filiación con el PJ. Pero no hace falta porque Scott sorprende con algo mejor.
Cuenta que entre sus aves alguna vez tuvo una lora habilidosa: “Cantaba diez canciones de Palito Ortega y para esta época (noviembre-diciembre), ya arrancaba con los villancicos”. El intendente se muestra un erudito en ornitología. Pero volviendo al tema del renacer venadense, Scott asegura que el 3-1 del dólar, prácticamente de un día para otro, fue una bisagra para toda la región. Y que gracias a eso y al movimiento de la construcción, se bajó la desocupación a un 7 por ciento, más o menos.
Carlos Stigliani, presidente de la Sociedad Rural de Venado Tuerto coincide. Y explica: “La devaluación favoreció al sector, pero ahora pasó el veranito 2001-2004, cuando la soja costaba 700 pesos la tonelada. Estamos en una meseta; ojalá se mantenga”. La sociedad rural venadense tienen unos 300 productores asociados. En la zona no quedan más que dos grandes estancias al estilo bonaerense. La mayoría de los campos tienen un promedio de entre 200 y 500 hectáreas. Y el valor de esa tierra dependerá de la ubicación que tenga. Cada hectárea cuesta entre 6 mil y 8 mil dólares, en la parte norte de Venado. Hacia el sur son un poco más baratas porque la tierra es más arenosa.
Camiones y más camiones
Un dato interesante es que en 10 años, a pesar de lo peor de la crisis, se duplicó la producción de granos. En época de cosecha, por la Ruta 33 pasan unos 6.000 camiones por día cargados con 30 toneladas de granos cada uno. Sin embargo, en ese mismo lapso, el éxodo del campo fue también muy grande. La tecnología desplazó al hombre y la cuenta es sencilla: donde antes se necesitaban 6 personas para trabajar 100 hectáreas, ahora con una sola alcanza. El resto lo hacen esas raras máquinas nuevas, que cada vez son más sofisticadas.
Pero no todas son rosas en la pujante Venado. Si vamos a los servicios públicos, sólo el 30 por ciento de la ciudad tiene agua potable, según datos del municipio. El resto tiene que comprar bidones de 20 litros de agua para hacer la comida. Originalmente, en las casas se sacaba agua de pozo, pero éstos ahora están contaminados por los pozos ciegos, y por el alto índice de arsénico y fluor que hay en toda la zona.
Y si vamos a los escandaletes, tampoco faltan los casos policiales. En Venado Tuerto se jura y perjura que se puede andar tranquilo por la calle, dejar el auto en la puerta y no tener necesidad de enrejarse por miedo a los robos, más allá de los rateritos. Pero la Policía se encarga de dar la nota. Hace 10 meses, el comisario de la ciudad, Juan José Asborno, y otros seis policías fueron detenidos, acusados de regentear desarmaderos de autos. “El mismo comisario, cuando lo detuvieron, andaba con un auto trucho”, coinciden en contar. En los allanamientos se encontró un centenar de autos convertidos en pedacitos. Pero no fue todo. Hace un mes, en otra seccional de la zona, cayó otro jefe por pasar quiniela clandestina con el fax de la dependencia.
Y buéh, al fin y al cabo, trapitos sucios hay en todos lados. Pero volviendo al veranito de los cuatro últimos años, con excelentes cosechas encabezadas por el oro sojero, la locomotora que puso en movimiento toda la maquinaria, a la hora de invertir el dinero, los ladrillos parecen ser lo más seguro. Muchos prefieren poner su plata ahí porque si una lección dejó los años pasados, a quienes la crisis los pescó endeudados hasta los dientes, es cuidarse un poco más. Y no creer demasiado en los bancos.
Para muestra, basta la historia de Osvaldo Di Benedetto. Tiene 50 años, una fábrica mediana de maquinarias agrícolas que exporta a Bolivia y Venezuela, y dos infartos. “Hace 28 años que estoy en esto y agarré todos los coletazos del país, desde Martínez de Hoz para acá: la ley 1.050, el Plan Austral, la hiperinflación, la tablita, Menem, el corralito. Tenía muchas deudas y recién empecé a remontar en 2002. El 2003 fue espectacular, el 2004 brillante y cuando pude pagar lo que debía, levantar mi fábrica… me infarté.” Así de simple. Y si bien la competencia de su rubro no le permite quedarse dormido, después del sacudón cardíaco, empezó a tomarse las cosas con cierta filosofía.
Su planta, con 96 empleados, está cerca del Parque Industrial donde hay instaladas 24 empresas, nacionales y multinacionales, ligadas al sector agropecuario, alimentario, de insumos del campo, servicios varios. Y otras 14 que lo harán en breve, en ese predio de 100 hectáreas sobre la Ruta Nacional 8.
La Municipalidad del lugar da facilidades para que eso ocurra, con una promoción industrial que ofrece beneficios como la electricidad e impuestos a bajo costo. Incluye también un desarrollo interesante de pymes. Los años post-crisis hicieron posible hasta la expansión de la pista del aeródromo municipal, con 1.600 metros de largo, capaz de recibir a un avión de cabotaje. La idea original es que alguna aerolínea se interese en abrir una ruta aérea entre Venado Tuerto, Buenos Aires, Rosario y Rafaela. Aunque el avance de la autopista Pergamino-Buenos Aires (que ya se está haciendo) amenaza a esos vuelos: se prevé que en dos horas y media se podrá cubrir en auto la ruta Capital Federal-Venado Tuerto. Y al revés.
Un buen termómetro para ver qué pasa en la ciudad es fijarse en la avenida Belgrano, epicentro comercial: “En el 2001, en plena crisis, andabas por acá y era una lágrima. Llegó a haber como 15 locales vacíos”, rememora la empleada de un negocio de ropa deportiva, en plena avenida. Se calcula que en la actualidad hay unos 4.500 comercios en todo Venado Tuerto. Incluso en la Ruta 8, donde se suceden sin respiro, uno al lado del otro, los comercios de maquinarias agrícolas, repuestos, insumos para el campo, donde se ven todas las marcas importantes. La conclusión la da Roberto, un viejo venadense, como quien ve pasar la vida desde el umbral de su negocio: “Si nos quejamos es porque no llovió el día que queríamos. Somos muy privilegiados”.
¿Pobres? Sí, obvio que los hay, a pesar de la reactivación que despertó casi del knock out del campo en la década pasada. Hay muchos que quedaron fuera del sistema como en el resto del país. En Venado Tuerto se distribuyen alrededor de 2.000 Planes Trabajar. No hay, sin embargo, asentamientos ni villas miseria como las que rodean la Capital Federal. En rigor, hay un barrio tomado en las afueras, conocido como La Mojarra. Son casas sin terminar impulsadas por una cooperativa de viviendas que terminó en estafa. Hay unas 92 casillas. Y según la Municipalidad, unas 4.000 personas son atendidas por Acción Social de la municipalidad, con alimentos y remedios. Y el Frigorífico Centenario que hace unos meses cerró sus puertas con 450 empleados, tiene colgada la esperanza de reapertura con nuevos dueños.
Son las 12. No hace falta mirar el reloj porque está sonando la sirena del molino. Tal como lo hizo desde siempre. Es cambio de turno para Lucas Zapata, un pibe de 23 años que encontró trabajo ahí hace pocos meses, después de rebuscárselas en otras cosas. El molino no descansa, hay trabajo las 24 horas. Desde las ventanas de esa mole construida en 1927, se ve el otro lado de la vía, la zona más humilde de la ciudad. Casas bajas, sencillas, negocios austeros, comercios que prometen ofertas escritas en las pizarras, ambiente de laburantes. Los rieles dividieron la ciudad en dos, desde que se instalaron.
Y también marca las diferencias económicas. De un lado y del otro, los silos del molino pintados de celeste, verde y rosa, se ven imponentes. Cuentan que le gambetearon a la idea de borrarlos del mapa cuando estuvo cerrado y fundido. Ahora, es de Molinos Venado Tuerto y por ahí pasan unas 300 toneladas de trigo por día. El 75% se convierte en harina para pan de miga, pebete y sanguchera.
A media tarde, la sede del centro del Jockey Club es un hervidero de pibes enraquetados. Y Cacho Coria, el papá del top ten del tenis argentino, se mueve a sus anchas por el polvo de ladrillo. Sabe que desde que su hijo trepó a lo más alto del tenis mundial, las raquetas deben ser uno de los artículos más solicitados en la ciudad. Pibitos a los que el encordado les queda enorme, imitando a El Mago Coria, con la visera de la gorra tirada hacia atrás. Y por ahí también anda Federico, uno de los hermanos del tenista, de 13 años y un parecido insoslayable que, según auguran, es otra joyita tenística para tener en cuenta.
“Nosotros lo conocemos a El Guille desde que era un pibe… El Guille es un orgullo para Venado”, admiten unos papás que esperan ver jugar a sus chicos, con la esperanza no tan escondida de que se conviertan en jugadores. Desde hace dos años, la escuelita de Cacho organiza la Copa Coria que este año juntó unos 3.000 pibes en sedes de todo el país. El premio: una semana en Miami. Pero es en el exclusivo Venado Tuerto Polo Athletic Club, donde se roza la exclusividad. Los sábados a la tarde hay partidos de polo entre equipos de la zona, algún apellido ilustre montando o entre los petiseros. Dicen que para los aspirantes a la elite venadense, ésa es una forma de sociabilizar con los ricachones de verdad.
¿Una raza aparte?
Parece ser que los porteños son un tema aparte en Venado. Y también entre la cerveza y el maní en alguna confitería, uno confiesa: “¿Sabés qué pasa? Venado es una ciudad cosmopolita. Hay mucha gente de otros lugares. Pero los porteños son una raza aparte. Vienen acá y reproducen el tren de vida de allá”. ¿Alguna precisión? “Se instalan en el country, llevan a los hijos al mismo colegio, bilingüe, se reúnen en el mismo club. Son elitistas.” Tema que será tan confirmado como negado, con mayor o menor diplomacia. Una profesional, porteña ella, con algunos años vividos en Venado Tuerto lo confirma: “Ellos (los venadenses) sienten que de alguna manera los invadimos, ¿entendés? Dicen que somos elitistas y algo de eso puede haber”. Y a confesión de partes… No sonará raro, entonces, cuando se hable de La Cheltonia, ese country algo snob, que los venadenses no terminan de digerirlo como propio. “No es lo representativo de la realidad de esta ciudad; no es la imagen que queremos dar”, se disculpa, inesperadamente, alguien que estuvo involucrado en la venta de esos lotes. E insiste: “Es como marcar la idea de que hay dos Venado. Y ese Venado no condice con la realidad”. Glup.
De noche, Venado no deja descanso. Los miércoles la rutina se rompe en La esquina y en Gaucho (gaúyo, le dicen acá) con karaokes, una suerte de after hour, que termina bien entrada la madrugada. Los viernes y sábado, la movida está en los boliches, pasadas las dos de la mañana. Llegar antes a El soñado (en pleno centro) puede ser desubicado: ¡no hay nadie! Ahí van los más jovencitos, como Matías, de 16, y su grupo de amigos. Todos muy producidos, algunos decididamente en la onda metrosexual: pantalones patas de elefantes, remeras ajustadas al cuerpo, algunas con brillitos. Se nota que pasaron mucho más que unos minutos frente al espejo. Los sábados, la ronda sigue en Tío Francis, en la ruta, con un target de más edad y los fines de semana va alguna figura conocida a sacarse fotos en el VIP.
Pero ojo, no llegue antes de las cuatro. Para cuando sale el sol, se larga la cumbia. Y todos se van sudados y contentos.
Para entonces, ya salió el sol. Más ahora, en verano. Los trasnochados vuelven a la cama. Los comercios abren temprano. La ciudad enseguida entra en pleno movimiento. Y todo vuelve a empezar. Como la rueda de ese molino al lado de la ruta. Los camiones retardan el tránsito con la carga de este singular granero.
Teatro y cine hecho en casa
De noche, Venado es una fiesta. La escena es de un viernes a la noche. La diversión se extiende por horas. |
La vida cultural de Venado Tuerto es muy activa. Hay unos ocho grupos de teatro y murgas que, con recursos propios, ponen sus obras en cartel. Algunas, incluso, ya tienen dramaturgos propios. El galpón del arte y Teatro Libre, son los más emblemáticos.
El galpón… funciona en una ex fábrica de cosechadoras, desde hace 20 años. Se puso en marcha gracias a una movida interesante que se llamó Dando vida a viejos sueños, que juntó actores conocidos como Alfredo Alcón, Soledad Silveyra, Miguel Angel Solá, Virginia Lagos, entre otros, que actuaron gratis, para hacer posible los sueños de aquel grupo de artistas vocacionales.
Teatro Abierto viene de un desprendimiento de un singular movimiento que tuvo la Biblioteca Ameghino, en 1984. Además de literatura y teatro, se armó un equipo de fútbol que fue bicampeón en la Liga Venadense. Se los recuerda porque los jugadores salían a jugar con medias con pompones y el arquero lucía una capelina. “Eramos medio extravagantes”, dice Mili Lerovitch, actor, escritor, humorista, y uno de los mentores de aquella epopeya.
Pero hay más. Venado Tuerto y sus actores fueron los protagonistas de la película Dar de nuevo, de Atilio Perín. Las locaciones son locales y el casting se hizo entre los actores que tenían alguna obra en función en los pueblos cercanos a Venado. Perín y su obra fueron premiados en festivales internacionales. Las noches son amenizadas con bandas de covers y tributos, como Ojo Bizarro (hacen música de Pink Floyd), que tocan en los bares y pubs de la ciudad.
Fuente: diario Clarín Alba Piotto – Fotos: Enrique Rosito.