Borges decía que ser argentino es un acto de fe.
Por momentos, el célebre autor criollo pareciera tener razón; y más de una vez. En el plano político, en una Argentina que vive en un estado de impaciencia máxima e hipertensión constante, creer — o incluso hablar de centro — también lo es. Por eso, creer en el centro-político, hoy más que nunca, quizás también lo sea.
La tentación de recurrir a los recursos de los extremos es muy grande. Allí están las luces más brillantes y el tesoro de la atención de la opinión pública. Pero, con paciencia y creatividad, el centro puede ser tanto o más redituable; además de más saludable para la vida democrática y la resolución de problemas estructurales.
En esta época de dogmas sellados al vacío, apostar por el centro es un acto de patriotismo y responsabilidad cívica. Es, en otras palabras, una acción tan arriesgada como necesaria. Y el destino de la Argentina, y la convivencia entre la propia ciudadanía, demanda el surgimiento de liderazgos audaces, alejados de fundamentalismos y que se atrevan a tomar riesgos convencidos de lo que hacen.
Pero antes de sumergirnos en la hipótesis centrista, primero cabe plantear algunas preguntas alrededor del “centro”.
Qué no es el centro
A veces es mejor arrancar por lo que no es. El centro no es — ni debe ser — la indiferencia política. Tampoco la tibieza como marca ideológica ni la indefinición como rasgo identitario. Mucho menos es la “avenida del medio” como una respuesta electoral a una profunda fragmentación social. No es un refugio tranquilizador donde un pararrayos ideológico impide que entren los prejuicios y los conflictos.
No se trata aquí de fundar la isla imaginaria de “Corea del Centro”, como coartada intelectual para mostrar equidistancia y moderación.
El país que queremos y que hoy tanto nos duele ya existe, no hay que inventar nada. Se llama Argentina, y en su entramado social, cultural y político conviven juntos los problemas endémicos con las soluciones posibles.
Qué puede ser el centro
El centro es sensibilidad por lo social y vocación de poder. Son los dos elementos centrales e indispensables para pensar el horizonte: el progreso del conjunto de la sociedad. Eso implica que hay momentos donde se pisa más con el pie derecho y otras instancias donde el pie de apoyo es el izquierdo.
En otras palabras: el centro es la búsqueda de soluciones, no de razones. Se trata de procurar acuerdos para salir del pozo, invitando a toda la sociedad a formar parte de un nuevo tiempo donde los valores de “lo común”, “el progreso”, “la libertad” y “el bienestar” sean abrazados por una mayoría social, independientemente de su pertenencia partidaria o simpatía política. Dicho de otra manera: Argentina por encima de todo.
Es la convocatoria a un gran “centro nacional” que sea transversal ideológicamente y tenga una predisposición permanente a tender la mano y no a cavar trincheras. Se puede ser liberal, conservador, peronista o socialdemócrata y aspirar al centrismo como forma de conducción y ejecución política.
Es, en definitiva, articular un pragmatismo virtuoso dejando de lado la tentación de los extremos y animarse a sintetizar posturas y arribar a consensos básicos. Es el lugar donde se administran los conflictos, donde se debería gestionar lo público. Donde se amasan los problemas, se leudan las diferencias y se cocinan los acuerdos.
¿Se puede estar parado siempre en el centro?
Desde luego que no. El equilibrista, más pronto que tarde, termina inclinando su cuerpo hacia uno de los dos lados. Vuelve a su estado natural: su nido ideológico donde está calentito y nadie lo cuestiona.
El problema no radica en hacia qué lado apoya el pie, sino cuánto tiempo se mantuvo equidistante de los dos polos y qué logró durante ese lapso. Se trata de un juego entre el cálculo y la audacia.
Por qué es saludable
Porque invita a construir desde cimientos democráticos sólidos, aceptando los matices como pilar esencial de la discusión pública.
Porque abandona aquellos postulados moralizantes que solo ratifican los sesgos de confirmación de la tribu que los defiende como verdades reveladas y cancela todo debate de ideas y horizontes.
Porque escapa del sectarismo para hablar desde la empatía y el entendimiento y no desde el prejuicio y el odio.
En definitiva, porque deja atrás la idea romántica del pasado y se preocupa más por el presente y el futuro.
¿Hay lugar?
Sí, claro que lo hay. Por más difícil que sea verlo hoy. Porque siempre que la discusión esté dominada por la hipertensión — sin importar de qué lado sea — y la rabia partidista, el resultado no será otro que este fango permanente donde se revuelcan las consignas vacías y las decadencias crónicas.
Último dato muy importante: en ese centro popular no sobra nadie, el que excluye será excluido. En otras palabras: no es este un lugar para los guardianes de la racionalidad ni los catadores de moderación. El “centrismo de pura cepa” no existe, se construye fruto de un mestizaje permanente de ideas, experiencias y sueños.
Se cumplen cuatro años de este tuit, en el que invitábamos a reflexionar sobre la necesidad de un gran acuerdo nacional. No avanzamos ni un milímetro. Más bien retrocedimos varios kilómetros. La pandemia parecía que abría un camino de entendimiento y una voluntad de construir desde la diferencia. Pero el péndulo volvió a girar hacia la intolerancia y las trincheras.
En la escalera de emociones, el próximo escalón al enojo es la frustración, que está muy cerquita de la resignación. Y desde allí ya todo es demasiado cuesta arriba. Habrá que volver a insistir. Habrá que volver a romper el vidrio con el martillo rojo porque estamos en emergencia.
Fuente: CENITAL
Autor: Fernando Pittaro