Gabriela Durruty es abogada querellante de sobrevivientes de la dictadura y lamenta que sean pocos universitarios los que van a Tribunales. "La Universidad es la gran ausente"…
Gabriela Durruty es abogada querellante de sobrevivientes de la dictadura y lamenta que sean pocos universitarios los que van a Tribunales. También señala que la Universidad es la gran ausente.
Cada jueves y viernes, Gabriela Durruty acompaña como abogada querellante a los Tribunales Federales de Rosario a los sobrevivientes que pasaron por el Servicio de Informaciones en tiempos de la dictadura. Confiesa sentir una mezcla de orgullo y emoción por la valentía en los testimonios de quienes fueron víctimas directas del terrorismo de Estado. “Soy una militante y siempre sentí admiración por los protagonistas de aquella época, porque en las situaciones más increíbles y duras como las que escucho a diario, pudieron superarlas y seguir creyendo en sus ideales”, dice la joven abogada rosarina.
Pero también se lamenta de que los estudiantes de Derecho y la propia Universidad no aprovechen esta oportunidad histórica de asistir a los juicios y aprender. “Son juicios históricos y la Universidad es la gran ausente”, opina y se interroga por qué al menos no son de asistencia obligatoria para los estudiantes avanzados.
Nunca Más. Durruty tiene tres hijos y, además de trabajar en la querella de los ex presos políticos, coordina el Centro Documental del Museo de la Memoria.
Cursó la primaria en una escuela de monjas entre 1976 y 1983. Cuando pasó al Normal Nº1 para hacer la secundaria dice que se le abrió “un mundo entero” al enterarse de lo que había pasado pocos años atrás. “Con la apertura democrática en la escuela pública entré en todo ese fervor militante y la construcción de centros de estudiantes en todas las escuelas. Y el Nunca Más me partió la cabeza, porque no podía creer lo que había pasado”, recuerda. Y rememora un descubrimiento que aún le provoca escalofríos: “Cuando leí el Nunca Más me impresionó mucho enterarme que en la Fábrica Militar de Armas hubo un centro clandestino, donde los mismos detenidos relatan que escuchaban risas de niños. Y las monjas de la escuela a la que yo iba nos llevaban casi todos los Días de la Primavera a la Fábrica Militar.
Era una relación íntima entre Iglesia y el Estado tomado por el Ejército que entendí muchos años después. Me di cuenta de que tal vez yo era una de esas niñas que se reían. Con los años terminé representando a dos de los sobrevivientes de Fábrica Militar en los juicios, algo que entonces para mí fue una cosa muy personal”.
—¿Cuando cursabas Derecho en la UNR imaginaste el actual escenario de juicios a represores?
—Ni en los sueños más locos hubiera pensado que íbamos a tener los juicios como los que finalmente tuvimos. Cuando estudiaba no había una formación del abogado en relación a utilizar su profesión como una herramienta para la militancia o acompañar a movimientos sociales. Al abogado lo forman para atender cuestiones particulares, es la profesión liberal por excelencia, ni siquiera nos enseñan a laburar en equipo. Pero tuve el privilegio de conocer algunos docentes impresionantes que me impactaron, como Rodolfo Shcoler y Juan Carlos Gardella, pruebas vivientes de que se podían hacer otras cosas con la profesión. Esa es gente que me marcó mucho.
—¿Cómo vivís el hecho de formar parte de estos juicios históricos?
—Yo trato de colaborar en lo que más puedo desde mi práctica profesional. Soy una militante y tengo hasta una cosa romántica de querer cambiar la realidad. Y para mí el ejemplo de quienes quisieron cambiar la realidad y estuvieron cerquita de lograrlo en serio fue la generación del 70. Siempre tuve admiración por los protagonistas de aquella época, porque en las situaciones más increíbles y duras como las que escucho a diario, pudieron superarlas y seguir creyendo en sus ideales. Stella Hernández contaba en el juicio que sobrevivió por el amor que tenían sus compañeros, por los pequeños gestos de solidaridad, que es producto de todo un laburo colectivo que yo ni me imagino lo que debe haber sido vivir así. La Argentina tuvo el privilegio de tener antes los juicios por la verdad, que se abren cuando las leyes de impunidad cierran absolutamente el camino. Eso fue un invento de colegas que encontraron la manera de reconstruir la memoria. Y eso es la base de los juicios que tenemos ahora con contenido punitivo.
—¿Ves presencia de estudiantes de abogacía en los juicios?
—No he visto suficientes; algunos fueron solos, pero no porque la Facultad los estimule. Aprovechar eso sería fundamental para la formación jurídica. Acá tenemos desde hace poquito juicios orales en los Tribunales provinciales, pero en los Federales no entiendo por qué no hay hasta una especie de obligación, al menos de los estudiantes avanzados de la carrera, de venir a ver los juicios. ¿Cuándo vamos a tener la posibilidad de ver un juicio donde se traten casi 100 víctimas como fue en la causa Feced 1, con seis imputados? Son juicios históricos, no sólo por el contenido, sino por la forma. Y la Universidad es la gran ausente, con el respeto por la excepciones. Pero creo que eso va a ir cambiando, los juicios no van a terminar pronto, porque son imprescriptibles y porque hay mucho responsable suelto. La Cámara Federal de Apelaciones tiene desde hace más de dos años dos procesamientos importantísimos de la causa Feced sin resolución, que incluyen a cerca de quince represores. Y en ambos está Eugenio Zitelli, capellán de la Policía de Feced, la más asesina que conocimos en nuestra historia reciente, que está en libertad y sin dar explicaciones.
—¿Son conscientes de que, como jóvenes abogados, forman parte de un proceso histórico?
—En primera persona es difícil responder eso. Sí nos damos cuenta de que no es cualquier juicio. La mayoría de nosotros éramos recién recibidos o haciendo las primeras herramientas cuando empezamos, pero sin dudas que esto fue abarcando el espacio central de nuestra profesión. Pero antes hubo un montón de colegas, no sólo desaparecidos, que pusieron el cuerpo acá mismo en donde era el Comando. Cuando vemos sus nombres en los expedientes se nos eriza la piel, firmas de colegas que hoy no son ni militantes y que no me hubiera imaginado que tuvieran ese compromiso. Pero es cierto que en estos juicios hubo un corte generacional importante, donde si bien los abogados más viejos nos orientaron un poco al principio, nosotros tomamos la posta.
—¿Qué te pasa con la gran cantidad de chicos que participan de las marchas por la memoria?
—Es por ellos que estamos aquí. Porque un pibe que hoy decide dejar de lado momentos personales para comprometerse con algo colectivo es porque no está todo perdido. Y en días de la sentencia de los juicios se ve a un montón de organizaciones barriales y bibliotecas populares llenas de pibes que vienen a celebrar una sentencia. Toman el juicio como propio y lo celebran porque sienten que les va a cambiar su realidad también.
La Capital