Si es cierto aquello de que existe una manera de ganar y gozar en un clásico, Central lo consiguió por la vía que exige la mitología tribunera: metiendo y jugando, con grandeza, inclaudicable en la entrega y pasando por las ruinas futbolísticas de Newell’s, su eterno rival… Si es cierto aquello de que existe una manera de ganar y gozar en un clásico, Central lo consiguió por la vía que exige la mitología tribunera: metiendo y jugando, con grandeza, inclaudicable en la entrega y pasando por las ruinas futbolísticas de Newell’s, su eterno rival.
Así construyó una goleada sonora porque supo apretar el gatillo en el momento y en el lugar adecuado. Con el Chacho Coudet y Wanchope tan gigantes como el propio estadio, con Ruben y Kily echándoles más alcohol a una herida que tardará en encontrar un cicatrizante.
Newell’s perdió inobjetablemente aunque antes de los cinco minutos gozó de dos chances que bien pudieron haber cambiado la dirección del trámite. Pero Salcedo y Peralta fallaron cuando debieron sacarle máxima rentabilidad a sus llegadas y las manos angelizadas de Ojeda hicieron el resto. Se sabe que estos partidos no hacen beneficencia gratuitamente.
Por eso ahí se terminó prácticamente la oposición de Newell’s. El duelo psicológico ya tenía dueño. Lo de Central también resultó paradójico porque necesitó verse en la cornisa para animarse a dar el salto. Y en esto mucho tuvieron que ver Wanchope y Coudet para marcar el camino desde la personalidad ganadora. Entre tanto nerviosismo y tensión, el costarricense se hizo tiempo y espacio para ridiculizar con un movimiento de cuerpo a Aguirre, envió el centro al área y Coudet le rompió el arco a Villar.
El fútbol es contagio. Y el miedo también se contagia. Si no, qué lo diga Newell’s. Pumpido jugó a las escondidas en la previa y se decidió por el ingreso de Rivera en lugar de Cejas. Fue el primer indicador del pensamiento rojinegro. Es que el equipo inconscientemente empezó a acomodar sus huesos lo más cerca posible de Villar. Se emboscó sin necesidad. Para colmo, la línea de volantes no ponía diques por ningún lado y lo pagó con el precio de una goleada. El Chacho se iluminó con un remate pero esta vez el que dejó a Newell’s sumido en el más profundo desconcierto fue una atropellada de Wanchope.
El desplome rojinegro era tal que ni siquiera Cardozo aprovechó la anécdota de un mano a mano para descontar. Acto seguido, Bernardello se entretuvo con la pelota, la perdió y Ruben dejó como estatuas a Torrén y Villar.
El descuento de Araujo amenazó con mudar los papeles en el complemento. Pero el manotazo de ahogado no resultó. Pumpido intentó enmendar su error inicial y puso casi al mismo tiempo a Arrieta, Colace y Steinert. Fue un espejismo. Cardozo ayudó con su expulsión a hundir más a su equipo en la impotencia y Central creyó más que nunca que el tiro de gracia debía dárselo con el contraataque. Entonces dejó venir a su adversario y cuando encontró el hueco llegó la jugada del controvertido penal y la roja de Colace (ver polémicas), que el Kily canjeó por gol.
Central ganó como siempre lo soñó su gente. Por eso el festejo sobrenatural del final fue tan grande como la producción del equipo. Ese equipo que dejó a Newell’s durmiendo en la peor de sus pesadillas.
fuente: Mauricio Tallone / La Capital