
Durante décadas se habló de portales, alienígenas o dimensiones ocultas.
Pero la inteligencia artificial de OpenAI cruzó todos los datos históricos y científicos y halló un patrón: tormentas perfectas, gases submarinos y errores humanos. La zona más enigmática del Atlántico, vista desde la ciencia y no desde el mito.
Por Martín Nicolás Parolari. GIZMODO
Durante más de un siglo, el Triángulo de las Bermudas ha sido sinónimo de misterio. Aviones que se desvanecen, barcos sin tripulación, brújulas que pierden el norte. Un rincón del océano donde lo imposible parecía rutina.
Pero hoy, gracias a la inteligencia artificial, la niebla empieza a disiparse: ChatGPT ha reunido décadas de informes, estudios y datos meteorológicos para ofrecer una explicación tan racional como inquietante.

Una historia escrita por el miedo
Ubicado entre Miami, Puerto Rico y las islas Bermudas, el Triángulo ocupa más de un millón de kilómetros cuadrados en el Atlántico. Su fama nació a mediados del siglo XX, cuando pilotos y marineros comenzaron a reportar desapariciones sin rastro aparente.
En 1945, el Vuelo 19 de la Marina estadounidense se perdió durante un ejercicio de entrenamiento. En 1963, el carguero Marine Sulphur Queen se desvaneció con toda su tripulación. Y así, mito tras mito, el Triángulo se convirtió en una herida abierta entre la ciencia y la superstición.
Libros, películas y programas de televisión alimentaron la idea de una zona maldita, un portal interdimensional o incluso una base extraterrestre sumergida.
Pero detrás de las leyendas, la ciencia estaba tomando nota silenciosamente.
ChatGPT cruza los datos y la historia cambia
Cuando los investigadores de OpenAI pidieron a ChatGPT analizar los registros meteorológicos y oceanográficos de los últimos 80 años, la IA encontró algo que ninguna narrativa había unificado antes: una convergencia de fenómenos naturales extremos.
El Triángulo, concluye el modelo, no es un vórtice sobrenatural, sino un laboratorio perfecto del caos terrestre. En esa zona confluyen tormentas tropicales repentinas, ráfagas de viento de más de 200 km/h, variaciones magnéticas locales y una corriente marina —la Corriente del Golfo— tan rápida que puede desplazar una embarcación decenas de kilómetros en minutos.
A ello se suman errores humanos: brújulas desorientadas, visibilidad casi nula, comunicaciones cortadas. El resultado es una tormenta perfecta entre naturaleza y tecnología.

El enemigo invisible: los gases del fondo del mar
Una de las hipótesis más fascinantes confirmadas por la IA es la de los hidratos de metano. Estos compuestos gaseosos, almacenados bajo el lecho marino, pueden liberarse de forma repentina, reduciendo drásticamente la densidad del agua. Cuando eso ocurre, un barco puede perder flotabilidad en segundos y hundirse sin dejar rastro.
En experimentos realizados en la Universidad de Cardiff, los científicos reprodujeron este fenómeno en tanques presurizados: los navíos a escala se desplomaban como si el mar se tragara el aire mismo. ChatGPT asoció estos episodios con zonas de alta inestabilidad geológica del Atlántico occidental, reforzando la teoría de que muchas de las desapariciones no fueron misteriosas, sino físicas, químicas y cruelmente naturales.
Magnetismo, fallos humanos y una lección sobre el mito
El modelo también analizó registros de navegación y detectó anomalías magnéticas que podrían explicar por qué las brújulas “enloquecían” en el Triángulo. En realidad, no es un campo misterioso, sino una zona donde las líneas magnéticas de la Tierra se cruzan de forma irregular, generando errores en la orientación de los instrumentos. En plena tormenta, con baja visibilidad, esa desviación puede bastar para perder el rumbo y precipitar un accidente.
El mito, entonces, se construyó sobre una sucesión de errores humanos amplificados por el miedo. Y como suele ocurrir, el miedo duró más que los hechos.
El océano como espejo de nuestras creencias
Al final, lo que ChatGPT revela no es solo un conjunto de causas físicas, sino una radiografía de cómo los humanos interpretamos lo desconocido. El Triángulo de las Bermudas fue durante décadas el símbolo perfecto de nuestra obsesión por los enigmas: un espacio donde la razón no bastaba y el misterio ofrecía consuelo.
Hoy la inteligencia artificial devuelve ese misterio a su lugar natural: el asombro científico. Porque incluso si ya no hay magia en las brújulas desviadas o en los barcos perdidos, sigue habiendo algo igual de poderoso: la certeza de que el océano aún guarda secretos, pero ahora sabemos cómo mirarlos sin miedo.