Por Damián Marcelo Labas
El automovilismo es actualmente el segundo deporte en popularidad en la Argentina. Cada fin de semana de carreras de las cuatro categorías top del automovilismo argentino (TC, TC 2000, TN, TR) se produce una «inyección económica» (entre hotelería, gastronomía, promociones, combustibles, servicios de taxis y remises, etcétera) de entre 3 y 7 millones de pesos para la ciudad organizadora. Así lo entendieron inteligentemente los gobiernos locales (municipalidades, gobernaciones) de más de 20 ciudades argentinas, los cuales hoy dan apoyo a la construcción, mantenimiento y modernización de sus propios autódromos, como prioridad en la generación de ingresos y pieza fundamental en el desarrollo miniturístico local. Además, suman muchas más actividades adicionales, como por ejemplo carreras zonales, picadas, encuentros de autos de colección, tests de concesionarias, pruebas de conducción, educación vial, etcétera.
¿Por qué pueden hacerlo en provincias que son 10 veces más pobres que Santa Fe y en ciudades que son 10 veces más pequeñas que Rosario, si aquí en la segunda ciudad del país lo tenemos todo como para hacerlo? ¿Por qué ver el árbol en lugar del bosque? ¿Por qué aportar solo obstáculos y problemas en lugar de soluciones?
Si realmente los representantes del pueblo buscan el bien común de la ciudad (sin ningún interés particular ni orgullo personal), pueden gestionarlo fácilmente como las citadas veintena de ciudades en el país ya lo están haciendo. De una u otra forma, todos los problemas que se planteen para desarrollar dicho emprendimiento son solucionables. El autódromo es posible, sólo es necesario olvidarse de los orgullos e intereses personales y aportar la predisposición para hacerlo.
Fuente: La Capital (30/06/09)