por Osvaldo Vergara Bertiche. Las crónicas nos traen infaustas noticias de muertes de «pibes» en discos, bailantas mayormente sin control por parte del Estado, que hace abandono del más elemental … Las crónicas periodísticas nos traen, día a día, y de todo el país, infaustas noticias de muertes de “pibes” en discos, bailantas y cuanto “antro” funcionan por doquier, la mayoría de ellos sin el debido control por parte del Estado, que hace abandono del más elemental cometido: brindar seguridad al conjunto de la población
Patovica… nombre derivado de aquellos palmípedos marca Vicca, que fueran populares y degustados en muchas mesas de la Argentina por la década del ’60, corpulentos de doble pechuga, similar a un pavo pequeño, a los que se asemejan estos “custodios” nocturnos, tanto por su físico como por su cociente intelectual.
“Necesito personal de seguridad que impresione (Patovica) para un PUB en Devoto. Horario de 23:00 a 06:00 Viernes y sábados. Se paga por día. El precio se arregla con una entrevista conmigo. El trabajo es efectivo a partir de este fin de semana. Comunicarse conmigo al ¿¿¿¿ – ???? y dejar un mensaje con nombre y teléfono porque no estoy comúnmente”. Así reza un aviso publicado en www.psicofxp.com/forums/empleos
¡¿Personal que impresione?!… Que impresionen o que desfiguren rostros, quiebren huesos y maten sin acreditar eficiencia ni respeto por los derechos de los demás.
Es en definitiva un acto liso y llano de represión (represión privada) de la que, generalmente, nadie se hace responsable. Represión de matones a sueldo. Represión de facinerosos adscriptos a la cultura de la muerte.
¿Quién o quiénes les otorgan licencia para matar?
Es evidente que existe una política deliberada de los dueños de esos lugares de contratar esa clase de personajes, con el propósito de mantener el orden a golpes y con total impunidad.
Y si bien existe responsabilidad material de los agresores existe, también, una responsabilidad ideológica de quienes los contratan seleccionando individuos con perfiles de violencia y agresividad.
¿De esto no se habla? ¿Dónde son reclutados estos individuos? ¿quiénes los entrenan?
¿Podemos seguir permitiendo que nuestros jóvenes cada vez que salen estén expuestos a este tipo de agresiones e incluso a la muerte?
¿Podemos seguir mirando con naturalidad como se va conformando una fuerza parapolicial a la que nadie controla?.
Inseguridad, indefensión e impunidad es lo que cunde cuando no se sabe a quien recurrir.
La Justicia llega tarde, cuando el hecho ha sido consumado. Pero la Justicia debemos construirla entre todos, ya que no es patrimonio de una institución jurídica, sino un valor social; un valor que cada uno construye cuando se exige el hacer valer los derechos inalienables e imprescriptibles.
El eje sistémico de esta represión es la discriminación. Y existe el temor a denunciarla por miedo a las represalias.
El miedo, aún, subyace en buena parte de la sociedad.
Parte de la sociedad que acepta, con cierta dosis de indulgencia, hechos de esta naturaleza, ya que acaecen entre chiquilines “vagos”, supuestamente drogadictos y alcohólicos.
Los niveles de violencia de esta sociedad son preocupantes, pero hay que hilar un poco más fino y ver de dónde y por qué parte la violencia.
El personal de referencia, “musculosos a fuerza de anabólicos”, de confianza de sus empleadores, tienen carta libre para elegir a quien entra y quien no, mientras que coexisten con ellos, otros que ni siquiera se los retribuye económicamente, y están por el solo hecho de poder estar, lo que equivale a un “estímulo” y a un posible futuro conchavo.
Y la diversión en esos lugares… ¿qué diversión? Es la que practican los jóvenes, algunos muy jóvenes, que encuentran en esos ámbitos el compartir las mismas tristezas, las ganas de “sacar la cabeza”.
Es una forma de asirse por algunas horas a un rito que sirve para olvidar. Olvidar que viven en una Argentina que la posmodernidad le cerró posibilidades y los excluyó.
Las tragedias son inevitables cuando los controles son fallidos.
Los “custodios de la noche” suelen lograr que la diversión se transforme en sangre y desesperación. Están para lograr un orden casi imposible. Exterminadores de pocas palabras y mucha acción, resentidos e impotentes lejos de reducir cualquier conflicto lo potencian mediante una atroz violencia. Esto es lo que palpita en los “boliches”.
Ninguna sociedad que se precie de tal puede permitirse la presencia de “matones inflados”.
“La estructura psicológica del patovica es semejante a la de la anoréxica” afirma la Doctora Irene Milius, psiquiatra y coordinadora de guardia del Hospital Borda. Esta profesional ha recibido casos de patovicas que llegan hasta su consultorio pero que, tras algunas sesiones, terminan abandonando el tratamiento. La adicción que genera el consumo de los esteroides, más conocidos como anabólicos, determina en muchos casos la voluntad de continuar o no con ese tratamiento. En general, un aspirante a patovica recibe por primera vez esteroides de mano de los “entrenadores” del gimnasio al que asiste, quienes le organizan un plan de consumo que contempla períodos de abstinencia y, por ende, de depresión.
Tras el homicidio del joven Martín Castellucci, en diciembre pasado, por un patovica de la disco “La Casona” de Lanús, que lo golpeó hasta dejarlo inconsciente y por haber salido en defensa de uno de sus amigos, discriminado en la puerta por “morocho”, representa un símbolo extremo de la problemática nocturna.
El INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación) que lanzó una campaña “La discrimanción mata, que no te cierren la puerta en la cara” recibe diariamente denuncias de situaciones similares a la de Castellucci.
Pero en el centro de la problemática, entre empresarios y víctimas, siempre están los patovica.
Es que para los profesionales de la salud, la depresión genera en el patovica, “entre otros efectos, un aumento en su nivel de intolerancia y de irritabilidad. De esta forma, ante cualquier estímulo verbal, sale solo o en grupo a demostrar que no ha perdido ni la fuerza ni el vigor que lo caracterizan. Y golpea. Y mata”.
Una radiografía psíquica del patovica medio nos dirá que funciona como un disparador discriminatorio. Esa discriminación es la que mata.
Apelar a responsabilidades colectivas (sociales) es válido, siempre y cuando no sirvan para que empresarios y autoridades intenten lavarse las manos. Así, muchos hacen discursos académicos-filosóficos-políticos-culturales sobre la responsabilidad de la juventud y sus modos de diversión, cuando en realidad lo que habría que preguntarse es cuales son las oportunidades que existen para la juventud de acceder a la participación, la propiedad y el consumo en un contexto de desocupación y exclusión.
Las políticas de seguridad deben basarse exclusivamente en la vigilancia y el control por parte de las Fuerzas del Estado.
La noche, es el espacio apropiado para liberar energías. Las ansias de libertad comienzan a manifestarse en la noche, es allí cuando se produce el desgaste físico, el desgaste mental. La música, las luces, las bebidas son elementos que coadyuvan para “el olvido”, el “ma’si” y el “pa’qué”. El manto de protección para así pensar y hacer lo da la oscuridad.
“La noche es mágica, produce algo inexplicable en el ser humano que va desde el miedo hasta la liberación total, de la risa al llanto o viceversa, pero es un mundo lleno de sorpresas, que al principio cuesta creer que existan, pero existen”.
La noche existe, pero ¿hay que dejarla así? ¿hay que aceptarla así? ¿hay que seguir al pie de la letra todos sus símbolos y códigos? O hay que hacer algo concreto para que no se torne en contra.
“Más allá de las excusas formales o de las dificultades de control, el de la seguridad es un problema de connotaciones más profundas. En primer lugar, habla de una mentalidad bastante extendida de minimizar los riesgos propios y ajenos, y de una tendencia a desresponsabilizarse de las consecuencias que la negligencia puede traer”.
Es la ausencia de controles públicos efectivos lo que facilita la tendencia a disponer de ¿seguridad? y control propio.
La Argentina registra en estos años muertes de jóvenes a granel, dolorosas e inexplicables.
¿Cuántas muertes más hacen falta para que la regulación y el control eviten tragedias?
Son responsables los negociantes de la noche y el funcionariado distraído. Se dice que la noche es la segunda actividad en importancia comercial luego del fútbol, y “así como las barras bravas son permitidas en el fútbol nacional, la vista gorda a la inseguridad de los locales constituye la barra brava del fútbol”.
La realidad está repleta de mediocridad, no existe una organización de salvataje juvenil eficiente, de contención, organización y ayuda.
Hace pocas horas, en Rosario, ocurrió otra muerte, un joven golpeado por un patovica. No existe el duelo social porque la prensa del sistema se encargará de matar esta tragedia con otras noticias.
Se monta en forma inmediata la campaña de culpar a la víctima. Se comienza hablando de la “irresponsabilidad” de los jóvenes. Siempre se trata de esconder y proteger a los verdaderos responsables. La barbarie se manifiesta en que “todos los muertos son culpables de su muerte”.
Mayoritariamente los jóvenes buscan un momento de distracción y alegría, y por este simple hecho no lo podemos condenar.
Las leyes, ordenanzas y toda legislación deben estar en función de los cambios y modificaciones sociales. Los jóvenes viven de acuerdo a sus años y tienen derecho…
Aprendamos de una buena vez y para siempre que los muertos no se suman ni se restan.
Cuando la irresponsabilidad y la intolerancia convoca a la muerte, lo que cabe es exigir la aparición de los responsables de tanta muerte inducida.
La vida sigue siendo un bien devaluado en la Argentina.
Nuestro país fue destruido y ¿hasta dónde hemos asumido que los jóvenes han sido los más jaqueados por la destrucción?. Hasta dónde hemos asumido que la marginalidad condenó con mayor empeño a los jóvenes. Hasta dónde hemos asumido que los jóvenes, en muchos casos, han sido arrojados al delito como una forma de supervivencia. Hasta dónde hemos asumido que son los jóvenes los más impregnados por la siembra de ignorancia y de estupidez.
Hasta dónde hemos asumidos que a los jóvenes nos los matan, por la mano asesina de los patovica o por el consumo de “paco” o el “gatillo fácil”
El día que asumamos todo esto y exijamos al Estado el cumplimiento de su rol, los jóvenes podrán desarrollarse en plenitud y divertirse sin correr riesgos.
Osvaldo Vergara Bertiche
Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina
19 de Marzo de 2007
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