El nuevo presidente argentino justificó la necesidad imperiosa de realizar duros ajustes económicos argumentando los supuestos buenos resultados de las políticas neoliberales previas en la región.
Por Nathali Gómez. RT.COM
Hace más de tres décadas, los discursos de varios presidentes de América Latina a su llegada al poder iban por el mismo derrotero: la necesidad irremediable de un doloroso y fulminante ajuste para evitar la caída por el despeñadero económico y fiscal. Sin embargo, la historia demostró que esas maniobras neoliberales solo aceleraron el descenso al abismo de la violencia y la pobreza.
Hoy, 30 años después, el recién posesionado mandatario argentino Javier Milei, en líneas generales, ha dicho lo mismo. En su primer mensaje como presidente en el cargo expresó que no habrá ‘paños calientes’ y que el dolor será preferible a la «sensiblera del progresismo».
Milei planteó atravesar una senda de oscuridad para los argentinos que, en sus palabras, conducirá a esa nación a una situación que comenzará a mejorar hasta llegar a ver la «luz al final del camino«.
Sin alternativa
El fundador de La Libertad Avanza manifestó que «no hay alternativa posible al ajuste» y que no hay «lugar a la discusión entre ‘shock’ y gradualismo», porque considera que «desde el punto de vista empírico todos los programas gradualistas terminaron mal, mientras que todos los de ‘shock’, salvo el de 1959 [durante el Gobierno desarrollista de Arturo Frondizi], fueron exitosos«.
«La conclusión es que no hay alternativa al ajuste y no hay alternativa al ‘shock‘», lo que –advirtió– tendrá un impacto «negativo». Además pronosticó una estanflación como «el último mal trago para comenzar la reconstrucción de Argentina».
¿Qué es la terapia de choque?
El término de ‘terapia de choque’ es atribuido al economista estadounidense Jeffrey Sachs, arquitecto del plan para acabar con la hiperinflación en Bolivia, en 1985. Sin embargo, esta misma práctica ya había sido usada por el monetarista estadounidense Milton Friedman, en Chile, luego del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende, en 1973.
Según Friedman, «solo una crisis –real o percibida– da lugar a un cambio verdadero» y, cuando esto ocurre, las acciones deben tomarse rápidamente, de golpe y de forma irreversible para provocar reacciones psicológicas que «facilitarían el proceso de ajuste», recoge la periodista canadiense Naomi Klein en su libro ‘La doctrina del shock’.
En ese trabajo, publicado en 2007, Klein se refiere varios casos en el mundo y en la región –entre los que se encuentran Argentina, Bolivia y Chile– de Gobiernos que pretendieron frenar la hiperinflación «con la aplicación de las medidas duras y drásticas correctas«.
El caso chileno
Entre los llamados casos modélicos de la aplicación de la terapia de choque en América Latina se encuentra el de Chile. En el país suramericano se mezcló el impacto que había generado «el violento golpe de Estado de Pinochet» con el trauma causado por una hiperinflación aguda, escribe Klein.
Por ello, Friedman le aconsejó al dictador que impusiera un «paquete de medidas rápidas» que incluían «reducción de impuestos, libre mercado, privatización de los servicios, recortes del gasto social y liberalización y desregulación».
Pinochet, afirma Klein, hizo «sus propios tratamientos de choque, llevados a cabo por las múltiples unidades de tortura del régimen», lo que fue el caldo de cultivo de la vulnerabilidad psicológica de la población.
Las consecuencias ¿exitosas?
Ya el expresidente brasileño Jair Bolsonaro había catalogado de «exitosas» las prácticas económicas de Pinochet, lo que ha sido negado por varios analistas, entre los que se encuentra el economista chileno Ricardo Ffrench-Davis, de la Universidad de Chile.
En su opinión, las reformas económicas neoliberales del militar tienen un balance «netamente negativo«, que estuvo acompañado de «dos graves recesiones, baja inversión productiva y alta inversión especulativa». Esto profundizó «la desigualdad, el excesos de importaciones, la desindustrialización, el deterioro de la educación y de la inversión pública en salud» y causó un «elevado desempleo».
La situación argentina
Klein describe el caso argentino como «paradigmático» y recuerda que en 1983, tras la disolución de la Junta Militar, fue electo como presidente Raúl Alfonsín, quien tenía como amenaza la llamada «bomba de la deuda», cuya mecha se encendió en los años de dictadura, producto de los elevados gastos que conllevaba el mantenimiento de un régimen represivo y torturador.
Esta alarmante situación económica que recibió no hizo más que empeorar durante los sucesivos años de su administración en los que la deuda y el estancamiento iban de la mano.
Así, a su llegada a la Casa Rosada, en 1989, Carlos Saúl Menem (1989-1999) prometió una «cirugía mayor sin anestesia» con el neoliberalismo sosteniendo el bisturí.
En su gestión se impulsó «la concentración, la centralización del capital y la extranjerización de la economía» y se desdibujó la intervención estatal, a través de «la liberación del mercado interno, el acceso al capital trasnacional y la privatización interna», destaca ‘El trimestre económico’, publicado por el Fondo de Cultura Económica (FCE).
Estas medidas neoliberales tuvieron el espaldarazo de los inversionistas internacionales, de Washington, del Fondo Monetario Internacional (FMI), que las vendieron al resto del mundo como un ejemplo a seguir.
Su sucesor, Fernando de la Rúa (1999-2001), se mantuvo en la misma línea y «recurrió una y otra vez a la solicitud de cuantiosos préstamos internacionales al FMI», según el FCE, lo que irremediablemente desembocó en su renuncia tras el llamado ‘corralito bancario’, en 2001. Este estallido social, en el contexto de una grave crisis multifactorial, se extendió hasta la llegada a la presidencia del fallecido Néstor Kirchner, en 2003.
El ‘paquetazo’ de CAP en Venezuela
Lo ocurrido en Venezuela se ubica en la misma narrativa de la aplicación de políticas neoliberales en la región, con consecuencias trágicas que se vieron casi de inmediato.
El recién electo presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, planteó, en febrero de 1989, la necesidad de un «cambio de rumbo» y de un «gran viraje» que llevaría al país a los brazos del FMI, que ya le había dictado su receta para aprobar un auxilio financiero de 4.500 millones de dólares pagaderos en tres años.
«No habrá vacilaciones ni titubeos en el camino que impone la construcción de la Venezuela moderna» dijo CAP –como era conocido el fallecido exmandatario– al anunciar el llamado «paquetazo» que, al igual que en los otros países, incluía privatizaciones; liberación de precios y de tasas de interés; incremento del costo de los servicios públicos y del transporte público.
La promesa de un aumento de la gasolina para el 26 de febrero de 1989, desató un día antes ‘El Caracazo‘, para buscar oxígeno en medio de la asfixia económica, cuya represión por parte de los cuerpos de seguridad del Estado dejó por lo menos 3.000 muertos.
A pesar de la resistencia popular, el acuerdo con el FMI se firmó el 1 marzo y las manifestaciones se extendieron hasta el 8 de ese mes. Si bien ese inédito movimiento popular espontáneo no hizo que CAP dejara la presidencia en ese momento, ha sido calificado como el punto de inflexión para su salida, en los años 90, y para el nacimiento del chavismo.
Estas experiencias en América Latina también se vieron replicadas en países como Perú, donde Alberto Fujimori (1990-2000), quien a pesar de su minoría parlamentaria, optó también por acabar con los subsidios, liberalizar precios y privatizar empresas.
Ahora, 30 años después del auge neoliberal en la región y de las terapias de choque, a través de golpes dolorosos que tuvieron contundentes respuestas de la población, el nuevo presidente argentino pone sobre la mesa el ‘déjà vu’ de una solución que considera exitosa a pesar de lo que arroja